El SEÑOR los guiaba por medio de una columna de nube durante el día, y por una columna de fuego durante la noche. De esta manera podían viajar de día o de noche. La columna de nube nunca se apartó de ellos durante el día, ni la de fuego durante la noche. (Éxodo 13:21-22).
Cuando era niño no recuerdo nunca haber tenido temor al apagarse las luces al llegar la hora de dormir, y eso que no era precisamente el chico más valiente. Eso sí, un detalle que no puedo dejar de contar es que hasta casi los cinco años dormí con mis padres.
Éramos una familia numerosa en una casa pequeña y eso complicaba el tema de que cada uno tuviera su propia habitación, así que en el poco espacio del cuarto de mis padres dormíamos uno de mis hermanos y yo; nos acomodábamos en unas colchonetas al lado de su cama y allí dormíamos.
Yo soy el menor de todos y siempre fui bastante cuidado, especialmente por mi madre para quien yo era algo más que sus ojos quizás porque cuando nací casi morimos los dos. Así que cuando las luces se apagaban yo saltaba y me metía en medio de mis padres y me acomodaba entre las frazadas sintiendo el calor que solo ellos me podían dar. Tal vez no éramos la familia con más comodidades pero al llegar la noche yo era un niño feliz.
Años más tarde me doy cuenta de que las situaciones no siempre avanzan bajo la feliz luz de la tranquilidad y que, por el contrario, en muchos pasajes de mi vida he sentido como si alguien apagara las luces. A veces trato de ver hacia qué norte seguir pero no lo consigo; en algunos momentos veo que ciertos pilares que me producen seguridad se pierden entre las nieblas de lo oscuro y en otros caigo en la dura y expuesta realidad de que no todo está bajo mi control.
Es entonces cuando las luces se apagan en mi horizonte, dejan de brillar y ya no camino con paz en el corazón sino con temores y dudas. No solo no puedo ver sino que también mis sentidos se distorsionan, como si la marea de las circunstancias hubiera hecho enloquecer a la brújula de mi vida y lo único que deseo es correr como lo hacen los adolescentes para abrazar su almohada y llorar con ella como si ésta les entendiera.
Recordando mi infancia, ahora sé que no era tan valiente sino que la diferencia estaba en que podía saltar a la cama de mis padres en cuanto las luces se apagaban. En eso consistía mi valor.
No todo es aterrador al apagarse las luces en tu vida si es que sabes hacia dónde ir. Las sombras no te son tan altas cuando puedes experimentar los brazos de tu Padre.
La maravillosa gracia de Dios puede contenerte como lo hace una gallina con sus polluelos, cubriéndote con sus alas para que el terror nocturno ni siquiera te roce.
Su amor es tan brillante que cuando pienses que no sabes en dónde estas, del mismo desierto nocturno Él traerá una columna de fuego para calentarte y para que sepas dónde te encuentras.
Si vas a saltar hacia alguna parte porque no puedes más y porque tus fuerzas se han agotado, que sea hacia el regazo de Dios, pues éste es el mejor lugar donde puedes estar.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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