Juan 10:10 —Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
Jesús no vino solo a morir. Él también vino a mostrarnos lo que puede ser la verdadera vida. Cuando llega la pascua se nos recuerda que Jesús murió en la cruz para que tengamos vida eterna y es cierto que la cruz y la resurrección parecen ser el momento más sobresaliente de la revelación del Dios encarnado en la Tierra. Pero en Navidad recibimos más que a aquel que venía a morir para regalarnos vida eterna.
En Navidad nació aquel que venía a enseñarnos el modelo de la vida abundante. Y es muy interesante fijar la vista en el hecho de que tan solo naciendo ya nos estaba enseñando un modo de vida. El primer detalle claro de la historia es dónde es que Jesús nace. Lo hace en un pesebre y no en un palacio. Lo hace entre los humildes y no entre los poderosos. Su primera lección de vida se nos hace evidente: para vivir la vida abundante hay que empezar con humildad. Otro detalle notable es la llegada de los sabios de oriente y de los pastores. Gente con regalos preciosos y gente con nada más que el asombro; los que saben cosas complejas y los simples que son invitados a acercarse al Señor niño. Segunda lección: la vida abundante no tiene nada que ver con las posesiones ni con el conocimiento; unos y otros se vuelven especiales cuando adoran a Jesús.
Las lecciones siguen en la vida del Mesías. Su autoridad atrajo a hombres recios y su sonrisa a los niños. Su seguridad atrajo mujeres fieles y su misericordia a los pecadores. Es en Navidad que Dios nos regaló un modelo fiel, preciso y claro de cómo debemos ser ante el mundo y cómo podemos alcanzar esa vida llena de vida que todos soñamos.