La visión del Liderazgo Generacional
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La pregunta 0: “¿Dónde estás?”. Génesis 3:9
En el principio…
Estaban agazapados, paralizados, aterrorizados, llenos de fantasmas y temores. ¡Estaban desnudos! Antes no tenían ropa, pero no estaban desnudos. Antes, todo estaba claro como el mediodía; se sabían amados, creados, empoderados, responsables, enviados… Ahora todo eso había cambiado.
Habían tomado conciencia, del Bien y el Mal.
Estaban huyendo, a su manera, del ser que les amaba, la única fuente de amor del universo. Se escondían de Aquel que era su luz, de la única esperanza que tenían. ¿Qué va a hacer con nosotros? Intentaron resolver el entuerto y lo único que se les ocurrió fue arrancar unas hojas de higuera ─supongo que eran las más grandes que había a la mano─, y taparse. No querían enfrentarse a su desnudez, a su interrogante, sino que intentaban ocultarlo, ponerle capas encima que les impidiese ver “realmente” lo que pasaba, e intentar así evitar las consecuencias y vivir desde entonces escondiéndose.
Adán y Eva esperaban la respuesta implacable de Dios, quien les había dado todo, pero a quien ellos habían traicionado. Habían confiado más en los argumentos engañosos y sibilinos de la serpiente antigua que en la confianza que el Dios creador les había dado dejando el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal en el jardín: “¿Es verdad que Dios…?”, porque también hay preguntas diabólicas, sobre todo aquellas que nos hacen dudar de Su amor, más que de Su existencia.
Ese árbol es el árbol de todas las respuestas: una tentación muy grande; el árbol de saberlo todo, el Bien y el Mal, la luz y la oscuridad, lo correcto y lo incorrecto. Una independencia moral que aún hoy anhelamos; porque la historia del Edén es nuestra historia, la tuya y la mía.
Desde el principio de los tiempos, el ser humano escucha una pregunta, intentando huir de Dios, la primera frase que escuchó de ese Dios que se mueve fue: “Adán, ¿dónde estás?” Pero, si Dios lo sabe todo, ¿por qué pregunta? Él quería entablar un diálogo con Adán y Eva. El capítulo 3 de Génesis es el principio de la historia tal como la conocemos hoy, llena de gente rota, y ahí Dios no se cansa de preguntarnos:
“― ¿Quién te dijo que estás desnudo? —le preguntó Dios el Señor—. ¿Acaso comiste del fruto del árbol que te ordené que no comieras?”. Génesis 3:11
No sé dónde estoy, a veces desnudo, a veces huyendo, escondido, avergonzado o confundido. Quizá Él pueda decirme dónde estoy. Dios interroga: ¿quién te enseñó? ¿Quiénes son tus maestros para que llegues a esas conclusiones equivocadas? ¿En quién confías ahora? ¿Cuál es tu punto de vista de la vida en este momento? ¿En quién tienes fe?
“¿Dónde estás?” sigue retumbando en mis oídos de Adán del siglo XXI. El Dios que nos cuestiona quiere que pensemos acerca de nosotros mismos. ¿Dónde estamos? Porque ser y estar son dos verbos muy parecidos, tanto así que en inglés se usa el mismo significante “to be” para los dos: ¿dónde eres? ¿Qué lugar ocupa tu vida? ¿Qué sentido tiene ahora? ¿Cuál es el contexto de tu vida, el paisaje en el que vives? ¿Cuál es tu cosmovisión?
Todos tenemos un punto de vista de la vida que determina nuestros actos. Todos confiamos en alguien, todos tenemos fe. Nos fiamos en último término de una voz que nos dice quiénes somos. En definitiva, una cosmovisión, un prisma desde el que interpretarlo todo.
Los cristianos no somos gente de fe, frente a otros que no tienen fe. No.
Todos tenemos fe en algo, en alguien, todos partimos de una confianza a priori. Por eso Dios quiere en primer lugar hacernos ver dónde estamos, quiere que tomemos conciencia de la situación para poder reaccionar, para intentar volver al lugar al que pertenecemos.
Dios nos invita a pensarnos, a conocernos, desde Él. El autoconocimiento es uno de los regalos más grandes que Dios nos ha dado, saber que somos, que existimos, que estamos aquí y ahora. Esta es la primera pregunta para despertar, el primer beso.
Pero no lo aceptamos, nos llenamos de excusas y no estuvimos dispuestos a reconocer nuestros errores. Eso trajo terribles consecuencias para nosotros. Y ya en nuestro génesis, no quisimos responder a Dios con sinceridad.
La historia comenzó, y aparecieron los primeros humanos nacidos: Caín y Abel. Su relación mutua produjo en Dios una nueva pregunta, la primera que Dios realizó a un nacido de mujer.
La Pregunta 1: “Entonces el Señor le preguntó: ‘¿Por qué estás tan enojado y andas amargado?’” Génesis 4:6. “Poco tiempo después el Señor le preguntó a Caín: ― ¿Dónde está Abel, tu hermano? Caín le contestó: ― No lo sé. ¿Acaso tengo la obligación de cuidar a mi hermano?”. Génesis 4:9
Las relaciones personales son el ecosistema de nuestras mayores frustraciones y dudas, porque nos comparamos, porque nos sentimos defraudados, porque nos hacen daño o lo hacemos nosotros. Son el abono del rencor y de la culpa. Y andamos como Caín: enfadados y amargados. Es una buena definición de la esencia de la sociedad de hoy. Como respuesta a esas vivencias respondemos hundiendo a otros, compitiendo para ser el mejor, haciendo lo que sea necesario.
Caín es el primer hermano mayor de la historia, y como tal, fue un envidioso. Y mató a Abel, conocemos la narrativa. Y de nuevo Dios no le juzga en un primer momento, sino que se acerca y le hace una pregunta.
¿Dónde está tu hermano? Ya no es la pregunta 0, dónde estoy yo, sino dónde está mi prójimo. Dios nos lleva de pensar en nosotros mismos a pensar en el otro. Del Yo al Tú, a reconocer la conciencia de alguien fuera de mí. Dios sabía dónde estaba Abel. Abel estaba con Dios en ese momento, Dios no necesitaba preguntar, pero quiere hablar con Caín: ¿dónde está tu hermano? Y Caín le responde amenazante con otra pregunta: “¿Acaso tengo la obligación de cuidar a mi hermano?”.
Yo le hubiera contestado con un rotundo sí. ¡Claro que sí! Esa es la única manera de ser humano. Pero Caín rechaza lo que es su responsabilidad, su narcisismo lo ha vencido y ha sido capaz de “des-preciar” a su hermano pequeño. Por eso se ha deshumanizado. No sabe que, haciendo daño a su prójimo, él mismo se hace daño.
Martin Buber, en su libro “Yo y tú” nos plantea que solo podemos vivir la verdadera humanidad tratando a los demás como un Tú, alguien que merece mi amor y respeto. Esto se opone a tratar a los demás como un “Ello”, un objeto del que puedo hacer uso, un problema a resolver.
Nuestra sociedad tiende a cosificar a las personas, nos anima a que las veamos como medios para nuestros fines. Consumidores o productos de los que hacer uso. Pero en el Génesis, Dios con sus incisivas preguntas nos impulsa a ver a los demás como un Tú, alguien con valor, que debe ocupar un espacio en nuestro corazón. Solo así podemos ser verdaderamente humanos. Caín no quiso responder y se evadió, eligió su egoísmo antes que reconocer su error, como su padre Adán. Ese choque de relaciones personales mató a una cuarta parte de la población mundial, un porcentaje altísimo.
Me pregunto si hoy seguimos con ese porcentaje. ¿Dónde estás?, ¿dónde está tu hermano?, siguen resonando como preguntas de Dios hacia nosotros. Jesús resumirá lo que significa ser verdaderamente humano con dos mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Solo con una relación con Dios en transparencia y vulnerabilidad, sabré responder dónde estoy, dónde “soy”; solo amando a mi prójimo y tratándolo como un Tú, como Dios me trata a mí, podremos construir sociedades llenas de justicia, paz y gozo.
Hoy en día todos tienen discursos de justicia en la boca, según la entiende cada uno. Pero si quieres saber cuál es su “verdadera verdad” observa cómo tratan a sus prójimos, porque esa es su verdad. Dios en el Génesis lo sabía, Jesús lo sabía. Por eso toda la ley moral se resume en “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5:14). ¿De qué sirven grandes causas y motivaciones si nuestro prójimo, la persona que tenemos cerca no se ve afectada positivamente por ella? Esa cosmovisión entonces, es solo un castillo de naipes. Porque finalmente tú no crees lo que dices que crees, en el fondo, tú crees lo que haces.
Estas preguntas desde el cielo son las que dan sentido a nuestra vida, las que nos pueden despertar. Son las que debemos hacer a aquellos que nos rodean, pero no para juzgarles, sino para que tomen conciencia. Quizá de su “in-co-herencia”, heredada de sus padres. Tal vez yo mismo debo despertar a mi incoherencia. “Alex, fantástico todo lo que crees, lo que dices que crees, lo que escribes y predicas, pero… ¿dónde está tu hermano?”.
Estas preguntas divinas son las que nos despiertan a la realidad. Citando a un genio: “To be or not to be”.
Que Dios nos ayude a despertar.
Este artículo fue extraído del libro “Jesús es la pregunta” de Alex Sampedro.
Puedes obtener el libro completo ingresando aquí