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septiembre 22, 2016La Iglesia y el Liderazgo Juvenil
septiembre 22, 2016(Publicado En Revista Pasos Nro.: 93-Segunda Época 2001: Enero – Febrero, Chile)
1. De qué hablamos
Una de las características del proceso, múltiple y dinámico, de pensar a la juventud y a las juventudes en nuestro continente latinoamericano y caribeño, en especial durante las últimas dos décadas, es que se ha dado un cierto tránsito, desde concepciones más bien conservadoras y funcionalistas hacia versiones más integrales y progresistas respecto de este complejo mundo juvenil. Las primeras han copado por mucho tiempo no solo las producciones de las ciencias sociales y médicas, sino también los imaginarios colectivos con que nuestras sociedades se nutren cotidianamente. Las visiones alternativas, que han surgido muchas veces en contraposición a las anteriores, han comenzado a abrirse espacios tanto en el ámbito académico como en el sentido común de nuestras sociedades, y asimismo en medio de quienes despliegan acciones educativas, preventivas y promocionales en el mundo juvenil de sectores empobrecidos.
Este tránsito y actual convivencia de versiones respecto de las juventudes, de los actores y sujetos juveniles, de sus producciones culturales y contra-culturales, de las ofertas identitarias que los modos culturales —tanto dominantes como contraculturales— realizan, se viene dando empujado por un fuerte proceso de irrupción de este grupo social en las distintas sociedades y sus estratos en el continente. No solo su masividad como grupo social caracteriza este proceso, sino sobre todo la incapacidad mostrada por muchas organizaciones e instituciones sociales (públicas y privadas) de responder a las demandas y necesidades que estos grupos tienen. También es cada vez más relevante la característica que surge desde las formas que las y los jóvenes asumen para plantear dichas necesidades y sueños, que no necesariamente es por la vía de los canales tradicionales o institucionalizados para ello, más bien se observa que están tendiendo a crear fórmulas propias de expresión de sus intereses colectivos e individuales.
En un ámbito menos estructural, vemos que son cada vez mayores las distancias y los puentes rotos que van surgiendo entre el mundo juvenil y el mundo adulto, cuestión que aflora en las familias, en las escuelas, en las comunidades locales, en las organizaciones de diverso tipo y en los propios grupos de jóvenes. Todo esto produce un matiz de dificultad en la consideración que las distintas sociedades van mostrando hacia ellos y ellas, e igualmente se generan actitudes de tensión permanente de las y los jóvenes hacia sus entornos.
Este proceso, y el conjunto de situaciones que le caracteriza, van de la mano con los diversos lentes que se utilizan para las miradas externas e internas de lo que acontece, de sus evoluciones y manifestaciones. No es menor la ubicación de quien habla de las y los jóvenes, así como adquiere cada vez mayor importancia lo que las y los propios jóvenes dicen de sí mismos y de cómo son vistos en sus sociedades y contextos. Un desafío para las ciencias sociales surge de intentar construir miradas desde lo social que integren éstas y otras versiones de lo que la comunidad —incluidos los y las jóvenes— dice de sus jóvenes, de sus necesidades, sueños, estilos de vida, expresiones, agrupaciones, resistencias…
En la presente reflexión abordaremos este tránsito y actual convivencia de miradas, intentando responder el interrogante: ¿es posible hablar de la juventud para referirnos a este complejo entramado social, o es necesario hablar de la existencia de las juventudes para construir miradas más integradoras y potenciadoras de lo juvenil? Las respuestas a esta pregunta van más allá de la pluralidad que asumiría el sujeto-sujeta de estudio si habláramos de las juventudes en vez de la juventud. Creemos que no está referido a una cuestión gramatical de número y cantidad, sino que a nuestro juicio hace mención a una cierta epistemología de lo juvenil, la cual exige mirar desde la diversidad a este mundo social. Junto a ello, un elemento de este tránsito es que se ha venido planteando la necesidad del reconocimiento de la heterogeneidad en el mundo juvenil; hemos dicho y se ha dicho, no es lo mismo ser joven rico que joven empobrecido [2], no es lo mismo ser mujer joven que hombre joven, etc. Pero la mención que se realiza no ha venido acompañada de la construcción de ciertas categorías analíticas que permitan mirar y remirar las juventudes de nuestro continente desde una óptica nueva, y por lo tanto alternativa a la tradicional[3].
Por lo mismo, se han convertido en lugares comunes frases que se han ido vaciando de contenidos, por lo que es preciso aportar elementos a la reflexión para que demos un salto cualitativo en este aspecto y profundicemos en ella: este artículo pretende contribuir en este sentido. Para esto, primero, revisaremos las versiones más recurridas del discurso tradicional, sintetizando, en un segundo momento, las trampas y dificultades que desde esta mirada se nos plantean para la construcción de miradas respetuosas del mundo juvenil. Seguidamente, desplegaremos los elementos conceptuales y metodológicos que nos permitirían una mirada de nuevo tipo respecto de dicho mundo, con una sistematización de los desafíos epistemológicos que se abren a partir de esta entrada a la temática Juvenil en nuestro continente, tanto para quienes viven su vida como jóvenes, como para quienes desplegamos acciones educativas y reflexivas en este mundo juvenil.
2. Uno: ¡Cuántas cosas se dicen al hablar de la juventud!
Cuando en nuestras sociedades se habla de la juventud, se hace referencia a varios sentidos simultáneamente. La necesaria contextualización de los discursos y acciones al respecto, y el reconocimiento de la posición de quien habla, nos permitirán una mejor comprensión de estos discursos. Una primera idea fuerza de esta reflexión es que la nominación en singular de la juventud no es tal, ya que sus significantes son diversos y refieren a varias imágenes desde una misma habla con diversos hablantes. ¿Cuáles son esos diversos significados o usos que se hace de la categoría juventud?
Una primera versión, que podríamos decir es la más clásica o tradicional, y por consiguiente la que ha tenido más peso en nuestras hablas sociales, es la que define la juventud como una etapa de la vida. Dicha definición tiene al menos dos acepciones: por una parte, sería una etapa distinguible de otras que se viven en el ciclo de vida humano, como la infancia, la adultez, la vejez; y por otra, es planteada como una etapa de preparación de las y los individuos para ingresar al mundo adulto.
Ambos sentidos están íntimamente ligados. En el primero de ellos, se parte desde los cambios propios de la pubertad para señalar el ingreso a un nuevo momento del desarrollo del ciclo vital, que tendría en algunos enfoques el papel de sustituir los ritos de iniciación que estarían desapareciendo desde los procesos de industrialización de nuestras sociedades. En el segundo sentido, se le otorga al primer efecto, la maduración sexual y orgánica (madurez en función de la reproducción) una connotación que se transforma en una mirada social: la madurez fisiológica sería la causa de un efecto posterior: la integración adecuada al mundo adulto. Sin embargo, esta integración al mundo adulto no es solo consecuencia de la madurez señalada, sino de las posibilidades que cada joven tiene de participar en el mercado de la producción y del consumo. Es aquí donde esta primera versión señalada pierde consistencia, dado que trata por igual a las y los Jóvenes que ocupan diversas posiciones en el entramado social, no considerando la diversidad de situaciones que se presentan en la cotidianidad social. La lucha entre versiones homogeneizantes y versiones quedan cuenta de la diversidad, es parte de la convivencia de miradas que ya hemos señalado.
Desde esta perspectiva se ha instalado en nuestros imaginarios la versión de que el mundo joven está en un tránsito, preparándose para ser adulto, lo cual trae una serie de consecuencias que más adelante ahondaremos. Señalemos por ahora que la moratoria psicosocial planteada por Erikson, es claramente el concepto central de esta versión. Dicho concepto es el eje de la mirada clásica más conservadora, y que más ha sido utilizado en los distintos discursos que las ciencias sociales y médicas vienen planteando por décadas. Entre otras debilidades de esta conceptualización, interesa recordar la mirada de transitoriedad de la “etapa Juventud”, y su carácter de apresto hacia el mundo adulto. Desde esta mirada se refuerza la idea de pensar lo social desde lo adulto, señalando lo juvenil —aquello que vive la juventud— siempre en referencia al parámetro de medida central que es lo adulto. Así, lo juvenil pierde importancia en sí mismo, y siempre será evaluado en función de lo que el mundo adulto ha parametrado como lo que debe ser [4].
Una segunda versión dice la juventud para referirse a un grupo social que puede ser clasificable a partir de algunos parámetros, en especial el etáreo. Dicha variable, la edad, permitiría construir un grupo dentro de las sociedades, a los que se denomina los (y las) jóvenes. En esta versión se tiende a confundir lo netamente demográfico, un grupo de cierta edad en una sociedad, con un fenómeno socio cultural que es lo juvenil como momento de la vida o como actitud de vida, etc.
Es importante considerar la versión de Bourdieu, quien señala que el uso de la edad para significar una compleja realidad social es una manipulación que efectúan sociólogos y otros dentistas sociales. Para este autor,
.. .la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente entre jóvenes y viejos. (…) La edad es un dato manipulado y manipulaba muestra que el hecho de hablar de los jóvenes como una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes, y referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye en sí una manipulación evidente [5].
Vale decir, la manipulación ha sido la característica de este mal uso de la edad y de los rangos etáreos. En primer término, porque desde ello se ha pretendido construir realidad, se asignan conductas o responsabilidades esperadas según edades, nuevamente sin considerar las especificidades y contextos del grupo social del que se habla. En segundo término, la definición de los rangos ha estado mediada por dichas condiciones sociales, solo que ello no se enuncia. En este sentido, es interesante mirar lo ocurrido en Chile cuando asume el primer gobierno civil post dictadura militar en el año 1990, donde el rango etáreo asumido para hablar de jóvenes desde la política social se aumentó desde los 15 a 24 años, que se usaba desde hacía más de dos décadas, hasta los 29 años como margen superior. La explicación tiene que ver con la cobertura interesada por desplegar en el marco de la denominada “deuda social” que se tendría con las y los jóvenes chilenos empobrecidos, que sufrieron exclusión social durante la dictadura militar. No obstante, esta variación intencionada no se hace cargo de “la realidad que construye”, en tanto quien en 1990 tenía 24 años, se encontró con la posibilidad de vivir una ampliación de su “etapa como joven” al tener cinco años más, mientras se preparaba para ser adulto. Es necesario indicar que dicha ampliación ha tenido efectos en el imaginario social, el cual ya no concibe a sus jóvenes hasta los 24 años sino que les ha otorgado también esta ampliación decretada desde el Estado chileno.
La tercera versión utilizada para referirse a la juventud, dice relación con un cierto conjunto de actitudes ante la vida. Por ejemplo, se habla de la juventud para decir un estado mental y de salud vital y alegre; se usa igualmente para referirse a un espíritu emprendedor y jovial; también se recurre a ello para hablar de lo que tiene porvenir y futuro; en otras ocasiones se le utiliza para designar aquello que es novedoso y actual, lo moderno es joven… Dichas actitudes son en su mayoría definidas desde el mundo adulto, desde una matriz adultocéntrica de comprender y comprenderse en el mundo y en las relaciones sociales que en él se dan Visto así, el mundo adulto se concibe a sí mismo, y , visto por su entorno, como las y los responsables de formar y preparar a las “generaciones futuras” para su adecuado desempeño de funciones en el mundo adulto, vale decir: como trabajadores, ciudadanos, jefes de familia, consumidores, etc.
Esta responsabilidad asignada por siglos y auto-impuesta a la vez, es la que va enmarcando el estilo de relaciones que entre el mundo adulto y el mundo joven se van dando. Ella, entre otras prefiguraciones, va anteponiéndose a las relaciones que se puedan generar mediante papeles, respetos implícitos, etc. De esta forma vemos que, por ejemplo, en la escuela secundaria la queja de las y los estudiantes es que sus docentes se relacionan con ellas y ellos en cuanto estudiantes y no en cuanto personas jóvenes. El adulto se posiciona en su papel de profesor-profesora y pierde la posibilidad de aprender del joven que tiene enfrente, sin llegar a plantearse la posibilidad de juntos construir comunidad.
Mirado con este lente, en esta tercera versión, vemos que el mundo adulto tiende a acentuar sus miradas sobre el mundo juvenil (al que recordemos denomina la juventud), mayormente desde imágenes prefiguradas que no siempre coinciden con la realidad; y por lo demás, muchas veces ni siquiera logran conocer dicha realidad Juvenil, pues de inmediato le anteponen el prejuicio que su lente les entrega. El mundo adulto mira con este lente a las y los jóvenes a partir del aprendizaje que impone la socialización adultocéntrica en que nuestras culturas se desenvuelven. Al mismo tiempo, muchos jóvenes interiorizan estas imágenes y discursos, por lo que encontramos experiencias individuales y colectivas en las que su despliegue cotidiano está guiado por tratar de dar cuenta de estas situaciones: “ser como dicen que somos”.
Un ejemplo de esto último, lo constituye la distinción que algunos raperos de la zona sur de Santiago de Chile hacen respecto de lo que denominan “la vieja escuela” y “la nueva escuela” del rap. Se trataría de dos generaciones distinguibles por el contenido de su música y por sus motivaciones para ser raperos. La vieja escuela elaboraría canciones signadas por temas de crítica social de corte sistémico y con propuestas de ciertas alternativas a las situaciones de dolor social; mientras tanto, la nueva escuela se caracterizaría porque son raperos de menor edad, que han surgido como tales en los últimos cuatro o cinco años y cuyos contenidos están más vinculados a la violencia y con poca crítica social. De la misma manera, estos últimos asumirían como parte de su identidad el uso de la violencia y las peleas callejeras como forma de relacionarse en sus entornos. La explicación que ellos y ellas tienen para este fenómeno, es que las y los raperos de la nueva escuela estarían respondiendo al discurso criminalizador que la sociedad ha venido imponiendo en tomo al ser rapero, su estética y su identidad. O sea, estos jóvenes se estarían haciendo cargo de un discurso dominante que los inculpa, pero que les va brindando sentido en tanto les permitiría una cierta visibilidad social.
Una cuarta versión, que surge de la anterior, es la que plantea a la juventud como la generación futura, esto es como aquellos y aquellas que más adelante asumirán los papeles adultos que la sociedad necesita para continuar su reproducción sin fin. Esta versión tiende a instalar preferentemente los aspectos normativos esperados de las y lo jóvenes, en tanto individuos en preparación para el futuro. De este modo, surge un juego entre las hablas que reconocen aspectos “positivos de la juventud” y aquellas que en el mismo movimiento refuerzan la tendencia deshistorizadora de los actores jóvenes. Por ejemplo, una forma de descalificar los aportes que las y los jóvenes realizan en distintos espacios sociales, es plantear que se trata solo de sueños y que ya los dejarán de lado cuando maduren y se vuelvan realistas como “todo un adulto”. El reconocimiento de que la juventud (la etapa de la vida) sería el momento de los ideales, tiene esta doble connotación: se pretende reconocedora de los posibles aportes juveniles, si bien en el mismo movimiento se les descalifica por falta de realismo y por ser pasajeros.
De igual manera, lo que se refiere a las críticas y propuestas que hacen las y los jóvenes y sus grupos a las formas de vida de sus sociedades, sus modos contraculturales de originar agrupamientos, de relacionarse, de comunicarse, de vestirse… son vistos como acciones de rebeldía y de no-adaptación social, en la medida que no dan cuenta de lo que se espera: la subordinación de las y los jóvenes a lo que cada generación adulta les ofrece en el tiempo que les corresponde vivir. He aquí una franca lucha de poder, entre quienes ofrecen modelos a los cuales adaptarse y quienes intentan producirse y reproducirse desde parámetros propios que las más de las veces contradicen aquella oferta.
Otro modo de desalojar-deshistorizar a las y los jóvenes es planteando que la juventud es el momento de la vida en que se puede probar. Desde ahí surge un discurso permisivo: “la edad de la irresponsabilidad”, y también un discurso represivo que intenta mantener a las y los jóvenes dentro de los márgenes impuestos. Se puede probar, aunque sin salirse de los límites socialmente impuestos. El hedonismo, en algunos autores, sería la característica de la juventud, lo que la situaría en este marco de la irresponsabilidad, de la búsqueda del placer fácil, de la disposición a vivir solo el presente…
Hasta aquí estas versiones. No son las únicas, son solamente una muestra de lo que más aparece en el sentido común que día a día se va alimentando de discursos científicos, periodísticos, comunicacionales, religiosos, políticos, de la calle, del café, de la música, de la publicidad… Ellas muestran una variedad de maneras de concebir, hablar y representar a la juventud, la cual entre más nos sumergimos en el análisis, más aparece como desbordando esta forma de referencia Al parecer, la categoría usada no consigue contener el complejo entramado social del que desea dar cuenta.
3. Dos: Cuidado con las trampas para comprender y autocomprenderse en el modo de vida juvenil.
El surgimiento de la matriz adultocéntrica
Intentaremos ahora una síntesis en torno a las racionalidades que subyacen a las diversas versiones ya planteadas. Racionalidades que actúan como contenedoras de una matriz cultural que sustenta estas miradas y discursos acerca de la existencia de la juventud. Dicha matriz da cuenta de una construcción sociocultural que sitúa a este grupo social, sus producciones y reproducciones, como carentes, peligrosos, e incluso los invisibiliza sacándolos de las situaciones presentes y resitúandolos en el futuro inexistente. Esta matriz la hemos denominado adultocentrismo [6], en tanto ubica lo adulto como punto de referencia para el mundo juvenil, en función del deber ser, de lo que debe hacerse para ser considerado en la sociedad (madurez, responsabilidad, integración al mercado de consumo y de producción, reproducción de la familia, participación cívica, etc.).
De esta manera, cuando se significa al mundo Joven en nuestras sociedades la mayor de las veces se hace desde esta matriz, cuyo surgimiento en la historia va de la mano con el patriarcado. Vale decir, se construye un sistema de relaciones sociales, una cierta concepción de la orgánica social desde la asimetría [adulto+ —joven-]. Esta postura no pretende crucificar a quienes se perciben o son percibidos como adultos, sino que busca desnudar una corriente de pensamiento y acción social que discrimina y rechaza aquellas formas propiamente juveniles de vivir la vida Antes de mirar las trampas en las comprensiones que tenemos acerca de la juventud, es oportuno dar un vistazo a algunos tópicos del surgimiento de la matriz adultocéntrica y su vínculo con la matriz patriarcal.
3.1. Una posible explicación histórica del surgimiento de las generaciones
En las sociedades tribales, el ejercicio de los diversos papeles que cada actor social desplegaba en su cotidianidad provocaba diferenciaciones que tendían a la apropiación de ciertas funciones y tareas, así como al goce de cierto estatus social en las comunidades. Las mujeres y los hombres tenían espacios de acción definidos en cada comunidad, algunos compartidos y otros complementarios, lo mismo las y los mayores y menores[7] , quienes poseían ciertas atribuciones y deberes en el marco de su propia cultura[8]. Esta diferenciación social de trabajo, de papeles y de autoridad, entre otros, no necesariamente generaba desigualdad ni discriminación, ya que el significado que se atribuía a las distintas acciones que cada sujeto desplegaba no dependía de su género ni de su pertenencia generacional, sino más bien del carácter propio de cada acción.
En el proceso posterior de apropiación violenta de la capacidad reproductora y productora de la mujer, por parte del grupo masculino, es que empiezan a generarse situaciones en que la diferencia es transformada en asimetría social. Esto surge desde el establecimiento de ciertas castas, y más tarde clases sociales, dentro de cada comunidad, lo que las va transformando en sociedades con estructuras organizacionales y relaciónales cada vez de mayor complejidad, en las que la dominación de unos sobre otros se vuelve el patrón tradicional de las relaciones [9].
Estas asimetrías sociales se basan en lo que posteriormente se denomina la estructura patriarcal de nuestras sociedades, por la cual la sexualidad femenina y su autonomía económica o su aporte a la economía doméstica, pasan a ser controladas por los hombres del grupo. La matrilinealidad que existía en muchas comunidades, y que le daba a la mujer un mayor control sobre su sexualidad y maternidad se va perdiendo, para dar paso a la pertenencia que ellas tienen respecto del mundo masculino en las nuevas sociedades nacientes. Aparecen la familia y una nueva forma de estructuración social basada en ella, en la cual los papeles asignados a las mujeres y los hombres fortalecen la reproducción de la asimetría patriarcal. Las relaciones de género que desde ahí se configuran están significadas en ese ámbito y en la permanente invisibilización de lo femenino en favor de la sobre valoración de los aspectos masculinos de dichas relaciones.
Por ejemplo, en lo económico los hombres van asignándose la conducción pública y las mujeres van siendo relegadas a lo doméstico, a lo sumo como administradoras de dicho espacio. Esto junto a una división de lo real social entre lo público y lo privado, que relega a las mujeres a este último ámbito y posiciona a los hombres en la esfera pública, con base en la pretensión de que solamente en ella se definen las cuestiones importantes de nuestra sociedad, mientras que lo doméstico es mirado con desprecio. En el ámbito de la sexualidad, además de reducir la sexualidad de la mujer a la reproducción, se define a ésta como perteneciente a algún hombre, que vive su sexualidad con ansias de propiedad sobre dicha mujer. Y desde una perspectiva religioso cultural, el hombre es construido como hecho a imagen y semejanza de Dios, en tanto que la mujer es presentada como inferior, objeto y proyección del pecado. Es la imagen de Eva asociada a todo lo femenino.
De esta forma se van creando un conjunto de imágenes que muestran a la mujer como incapaz, débil, dependiente, estúpida, pasiva, servicial entre otros atributos que la han relegado por mucho tiempo a un plano inferior en las relaciones sociales y que la han invisibilizado en las distintas esferas sociales. En contraposición, los hombres construyen sus auto-imágenes como seres capaces, fuertes, independientes , inteligentes, activos, líderes, entre otros atributos que les señalan como los que controlan las relaciones sociales, en la intimidad y en el ámbito externo, y ejercen su poder de acuerdo con un designio definido como divino. Así, se ha dado una naturalización de estas relaciones de género, que por una parte esconden sus raíces de producción histórica, y por otra pretenden negar cualquier posibilidad de transformación de ellas.
A partir de lo señalado, nuevos estudios muestran que en el plano de las generaciones, esta asimetría social se gestó en un paulatino proceso histórico que tuvo características específicas según cada cultura y el tipo de sociedad en que se daba. Sin embargo, existen cuestiones de orden común que se presentan cuando los grupos mayores fueron construyendo una autopercepción de su papel social, por el que se atribuyeron las responsabilidades de educar y transmitir sus conocimientos a los nuevos grupos menores. Dicho proceso fue asentando la noción del poder adulto frente a otros grupos, que a lo largo del tiempo han sido nominados de distinta manera (infantes, niños, niñas, jóvenes, adolescentes, púberes, muchachos, muchachas). Este poder adulto se reforzó en la medida que se construyeron una serie de símbolos, discursos y normas que avalan el papel social atribuido
De modo similar a las relaciones de género, la construcción de la familia permite la consolidación de este estilo relacional asimétrico, de acuerdo con el cual ser mayor implica gozar de una serie de privilegios en desmedro de las y los considerados menores. Así, los padres y madres, los hermanos-hermanas mayores, los familiares cercanos de mayor edad, poseen una posibilidad de controlar y definir las opciones que niños, niñas y jóvenes asumen. La racionalidad que orienta este poder plantea que el ser menor implica estar “naturalmente” en preparación para ser mayor-adulto, lo que desemboca en el afianzamiento de este estilo relacional asimétrico, conforme el cual el ser mayor implica gozar de una serie de privilegios en desmedro de las y los considerados menores.
En cada cultura y en cada contexto específico, las formas de relaciones que se van estableciendo entre los grupos sociales así mirados, están caracterizadas por esta condición de poder y control que los mayores poseen respecto de los menores y cómo estos, de una u otra manera, reaccionan resistiéndose a la situación, o bien amoldándose a ella por medio de diversos mecanismos. Como ya señalamos, el dato duro más usado para determinar la pertenencia a uno u otro grupo es la edad, pero ella, a nuestro juicio, no construye realidad y únicamente constituye un referente de aproximación [10].
Con base en estos elementos podemos afirmar que en tanto nuestra sociedad construye sus relaciones de género desde una perspectiva patriarcal, en la que lo masculino posee una valoración positiva permanente en desmedro de lo femenino, desde la perspectiva de las relaciones entre adultos y los diversos grupos denominados menores, estamos en presencia de una sociedad que se articula desde una perspectiva adultocéntrica. Es decir, se sitúa como potente y valioso todo aquello que permita mantener la situación de privilegio que el mundo adulto vive [11] respecto de los demás grupos sociales, los cuales son considerados como en preparación para la vida adulta (niños, niñas y jóvenes) o saliendo de ésta (tercera edad)[12].
O sea, el ser adulto es lo constituyente en nuestra sociedad, es aquello que otorga estatus y control en la sociedad. Si se es hombre, rico, blanco, cristiano y adulto, con seguridad se posee una ventaja sobre el resto de la población. La discriminación sufrida por efecto de la edad, como clave de rotulación social, posee una fuerza definitoria, tanto como las discriminaciones de género, raciales, económicas, etc. En el mismo proceso se da una suerte de valorización de lo juvenil, en cuanto lo bello, lo romántico, el tiempo de los ideales, etc. Si bien en el imaginario social este reconocimiento a lo juvenil pareciera contradictorio con las versiones adultistas, podemos ver que él está asociado de modo directo con las nociones de consumo para tener belleza; el cumplimiento de patrones de género dominantes para ser romántico (sumisa la mujer, conquistador el hombre); e ideales que son permanentemente despojados de importancia al ser asumidos como “sueños juveniles…, que ya pasarán” Como vemos, este reconocimiento positivo en el imaginario social puede ser leído de manera crítica como una fórmula para buscar integración al consumo, así como adaptación a papeles y patrones de conducta establecidos como normales.
Al menos cuatro trampas nos presenta esta forma adultocentrista de concebir lo social, y dentro de ello a la juventud en particular. Una primera concepción es la universalización como homogeneización: “son todos iguales”, esto es, no se elabora ningún nivel de distinciones entre los tipos de jóvenes, ni entre géneros, razas, clases sociales, estilos (contra) culturales, etc. De esta manera existe solamente una juventud, singular y total al mismo tiempo. Esta objetivación de corte positivista intenta igualarlas en un concepto, negando así la existencia de las otras versiones que ya indicamos y que abren un abanico amplio de significaciones.
A nuestro juicio, la juventud, si existiera, no posee carácter universal, constituye un referente conceptual que precisa de contextualización y especificidad desde sus acepciones más básicas: momento de la vida, grupo social, estado de ánimo, estilo de vida, entre otras. El reconocimiento de la heterogeneidad, la diversidad y la pluralidad, como veremos, son ejes para una nueva mirada de las juventudes en nuestro continente.
La segunda trampa de las versiones tradicionales refiere a la permanente estigmatización que se hace del grupo social juventud y de sus prácticas y discursos, como objetivación invisibilizadora: “son un problema para la sociedad”. La relación que las distintas sociedades construyen con sus jóvenes o con su juventud, se funda básicamente desde los prejuicios y los estereotipos. No se logran vínculos humanizadores, sino que se dan mayormente desde las preimágenes, desde las apariencias y desde las miradas preconcebidas por otras y otros. Se tiende a patologizar a la juventud, no se reconocen sus capacidades de aporte, y de este modo se la saca de la historia, se la sitúa como no aporte y como una permanente tensión para el orden, el progreso y la paz social. Estas imágenes son las que permiten al imaginario dominante argumentar con fuerza todas sus desconfianzas, temores y represiones contra la juventud, sus expresiones discursivas o de acciones.
En este sentido se ha construido todo el conjunto de normas y deberes que debieran asumir quienes pertenecen a la juventud, para cumplir en buena forma su papel actual. Y dado que esto tiende a no suceder, aparece una objetivación sancionadora que les responsabiliza de todos los males sociales existentes v les acusa de disfuncionales “al sistema”. En el mismo movimiento, estas versiones circulantes en la cotidianidad, tanto en el espacio de la intimidad cara a cara como en el de la masividad estructural, realizan el ejercicio de resituar a las y los jóvenes, o si se quiere a la juventud, pero condicionados a cumplir con cierta norma esperada socialmente mientras muestran capacidad de cumplir lo esperado.
Como veremos, el necesario reconocimiento de los diversos aportes juveniles y de su existencia concreta en tiempo presente, son condición de las posibilidades de construcción de sociedades fraternas y justas. Por ello, es de vital importancia estimular acciones y modos de hacer, para que el conocimiento que se produce se instale siempre desde las capacidades y potencialidades que el mundo juvenil, en toda su diversidad, aporta y/o puede aportar a la construcción de comunidades. Vale decir, se propone leer lo juvenil desde sus aportes y no desde sus carencias, cuestión que no pretende invalidar las dificultades sociales y de otro tipo que existen en el mundo juvenil; solamente enfatiza otro ámbito de la mirada, hacia las posibilidades que desde este grupo social se originan y no desde las ausencias o carencias que él tiene.
La tercera trampa consiste en la parcialización de la complejidad social como mecanicismo reflexivo. La división en etapas del ciclo vital responde a una visión instalada con fuerza en los imaginarios sociales en nuestras sociedades latinoamericanas y caribeñas. Se plantea que se es joven o se es adulto (o se es infante o anciano, etc.), negando la posibilidad de convivencias o simultaneidades en la posición que se asume socialmente, esto es ser niño-niña, joven — adulto… en un mismo movimiento sin fin. Junto a ello, desde la lógica del mundo adulto de autoconstituirse como quienes deben preparar a las “futuras generaciones” para la adecuada conducción de las sociedades venideras, se asume el papel de normadores-formadores de quienes asumirían mañana los destinos de la patria.
De esta forma, las visiones son desde la funcionalidad del joven en tanto futuro adulto, vale decir futuro responsable y sostenedor de lo que suceda en su sociedad. Esta lógica imperante tiende a volver rígidas las visiones y versiones acerca de la juventud, y su existencia en el ciclo vital y en la cotidianidad de cada grupo social.
Como veremos, las posibilidades de reconstruir una nueva mirada en tomo a las nociones del tiempo (de lineal a espiral ascendente), desde las lógicas más occidentalizadas hacia aquellas que recuperan las nociones de los pueblos originarios de nuestro continente, puede ser una clave epistemológica que nos ayudaría a superar aquella rigidez en la mirada, permitiendo la integración de diversos elementos que inciden simultáneamente en la vida juvenil, y que las miradas mecanicistas tienden a parcializar.
La cuarta y última trampa que queremos revisar, se relaciona con la idealización de la juventud como objetivación esencialista: “son los salvadores del mundo”. O sea, se endosa a las y los jóvenes una responsabilidad como los portadores de las esperanzas de cambio y de transformación de las distintas esferas de la sociedad, por el solo hecho de ser jóvenes. Su carácter intrínseco sería ser críticos e innovadores. Esta versión del imaginario se halla muy difundida, incluso entre organizaciones e instituciones sociales de corte progresista, que por largo tiempo han buscado, y en algunos casos avanzado, en la construcción de sociedades justas y solidarias. Muchas veces hasta se llega a la objetivación mesiánica de plantear que “todo lo juvenil es bueno”.
Si bien la mayoría de las veces, las y los jóvenes se encuentran en situaciones de conflicto social que les provocan dolores sociales, aunque nos ubiquemos en una lectura que intenta mirar desde las potencialidades y capacidades del mundo juvenil, ello no justifica caer en la trampa que estamos enunciando.
Estas distintas trampas a que hemos aludido, se comprenden en una mirada crítica a la construcción discursiva y de acciones que por décadas se ha venido haciendo respecto de la juventud. Se ha asentado fuertemente la certeza de la existencia de una sola juventud, la cual pretende englobar lo que aquí hemos mostrado como un complejo entramado social, imposible de significar con un concepto que asume múltiples sentidos. Lo que se ha dado es un proceso dominante de establecer una mirada sobre este grupo social y sus construcciones sociales en la historia, desde un lente que lo observó como una unidad indivisible, uniforme e invariable. Este lente, dominante por largo tiempo, es el que sostiene que existe una sola juventud. Desde esta reflexión planteamos que esta juventud no existe y nunca ha existido como tal, sino solo en la construcción que hace quien mira y en la versión que desde ahí se produce. La juventud es una construcción intencionada, manipulable y manipulada, que no consigue dar cuenta de un conjunto de aspectos que requieren una mirada integradora y profunda de esta complejidad
Lo que existen, y que han venido ganando presencia, son las juventudes, esto es diversas expresiones y significaciones del entramado complejo que surge en nuestras sociedades desde un grupo social y que se expresa de maneras múltiples y plurales. Estas juventudes son de larga data[13]; surgen como grupos sociales diferenciados, con particularidades y especificidades en cada sociedad y en cada intersticio de ella; entre los espacios de las palabras van emergiendo con distintos rostros, olores, sabores, voces, sueños, dolores, esperanzas.
Desde hace decenios se viene planteando la necesidad de agudizar la mirada, de reconstruir nuevos paradigmas, de remirar lo que hasta ahora siempre se vio de una sola forma. Si se la ha construido desde la homogeneización, la estigmatización, la parcialización y la idealización, entre otras trampas, es posible plantearse el desafío epistemológico de construirlas desde otros parámetros que humanicen a quienes viven su vida como jóvenes. En el siguiente apartado, resaltaremos aquellos aspectos más significativos de este proceso que se viene dando en nuestras sociedades.
4. Volver a mirar (se), para aprehender (se) y comprender (se) entre las juventudes del continente. Pistas y ejes para nuevas miradas de las juventudes
Estamos en el camino del tránsito y de la convivencia ya anunciada. En el esquema de Kühn, se trataría de un período de anomalía en que se ha salido al camino de las conceptualizaciones tradicionales, intentando situar en la reflexión otros elementos no considerados hasta ahora para mirar, aprehender y comprender a las juventudes en nuestras sociedades. Para ello señalaremos algunas pistas de corte metodológico y ejes de tipo temático, que nos entreguen herramientas epistemológicas para este ejercicio de conocimiento que cotidianamente realizamos respecto de las y los jóvenes.
Las pistas tienen ese carácter, son indicadores de cómo mirar las juventudes y sus producciones en la historia, en tanto no pretenden instituir leyes ni modelos que circunscriben acciones, sino matrices analíticas que permitan nuevas formas de acercamiento al sujeto-actor joven, sus grupos, sus expresiones, sus discursos, etc. Los ejes, por su parte, buscan poner de relieve ciertos temas que cruzan transversalmente el mundo juvenil y constituyen tópicos vitales a abordar para el proceso de conocimiento que nos interesa. Se trata, entonces, de sistematizar un conjunto de caminos que permiten ponerse en condiciones de pensar y construir relaciones con el mundo juvenil y su amplia gama de colores.
4.1. Las pistas metodológicas
Una primera pista refiere a la necesidad de aprender a mirar y conocer las juventudes, en tanto portadoras de diferencias y singularidades que construyen su pluralidad y diversidad en los distintos espacios sociales. A las ya tradicionales exigencias acerca de la clase, el género, la religión y la raza, se suman hoy exigencias en lo que atañe a los estilos culturales y de los subgrupos etáreos que se comprenden dentro del grupo social juventud.
Si bien hemos criticado la versión etárea que construye una juventud sin recoger diferencias y hace depender de un dato demográfico la construcción de realidades sociales, vemos que en el acercamiento a las y los jóvenes es necesario distinguir los subgrupos que se dan; si se trata de manifestaciones sociales entre los 15 y 17 años, en que seguramente estudiarán en secundaria o por lo menos estarán en situación de hacerlo, o de grupos entre los 26 y 29 años, los que posiblemente estén planteándose cuestiones relativas a la construcción de una familia y la inserción laboral.
No estamos usando la edad como un dato que construye realidad a priori, sino que la usamos como referente de categorización, que no explica las situaciones que se presentan entre las diversas juventudes, y que exige dinamismo en su uso [14].
De la misma manera, la pertenencia a uno u otro estilo cultural implica en el mundo juvenil asumir cierta estética de presentación y representación en el espacio. Por ello, provoca identidad pertenecer a un grupo rap, que será diferente a pertenecer a un grupo de rockeros metálicos. Esta diferenciación, por oposición o por semejanzas, entre uno y otro grupo de jóvenes, entre sus estilos (contra) culturales, les permite construirse una posición en el mundo, les da la posibilidad de atribuir sentidos desde dicha posición, y a la vez situarse ante ellos y ellas mismas y ante los y las demás con una cierta identidad. La música, el fútbol, los graffiti, la batucada, la ropa, el pelo, la vestimenta, entre otros aspectos íntimos y públicos, son los espacios e insumos que les permiten materializar dichas opciones. Reconocer estas distinciones que producen diferencias —y lamentablemente en ocasiones también desigualdades—, es una clave de lectura para recoger la diversidad de las juventudes de nuestro continente.
Esta diversidad, que en algunos casos produce un relativismo que niega precisión al análisis social, plantea el desafío de reconocer la complejidad a que hemos aludido, pero al mismo tiempo invita a desplegar la capacidad de precisar y relevar los aspectos vitales para la comprensión de aquello que se muestra como complejo.
En ese sentido es que surge la segunda pista a considerar, la cual tiene relación con la necesidad de desplegar miradas caleidoscópicas hacia o desde el mundo juvenil, que permitan recogerla riqueza de la pluralidad ya mencionada. Se trata, sin duda, de un esfuerzo por dejar de lado el telescopio, aquel instrumento que permite imágenes fijas y desde la lejanía, para comenzar a usar el caleidoscopio, aquel juguete que nos permite miradas múltiples, diversas, ricas en colores y formas a cada giro de contraluz que efectuamos. Por largo tiempo, las miradas predominantes han sido desde la lejanía, desde el escritorio de la oficina pública, la organización no gubernamental, la academia, la Iglesia, etc. En este nuevo esfuerzo epistemológico se requiere salir a la calle, vincularse con las y los jóvenes, oír sus hablas, mirar sus acciones, sentir sus aromas Este acercamiento es hoy día más posible de realizar, puesto que las metodologías investigativas abren caminos de encuentro entre lo cuantitativo y lo cualitativo; en especial esto última, ofrece variantes riquísimas para aprehender y comprender los mundos juveniles.
Para capturar la complejidad de las juventudes en nuestras sociedades, es vital la realización cada vez más profunda y precisa de este ejercicio de mirar caleidoscópicamente sus mundos, sus vidas, sus sueños. Es claro que un caleidoscopio puede ser utilizado con rigidez y lejanía, que de por sí su uso no asegura resultados que recojan la pluralidad y riqueza a que hicimos mención. Más bien se trata de humanizar su uso, es decir, dotar de humanidad los modos de conocer que utilizamos con el mundo juvenil y acercarnos a los y las jóvenes reconociéndoles sujetos, con capacidades, con potencialidades y con aportes posibles para la comprensión de sus propios mundos, así como respecto de las sociedades en que viven. O sea, se trata de ir más allá de los instrumentos, y llenamos de nuevos espíritus-energías que nos animen en esta epistemología que, dicho de forma sintética, pretende surgir desde las y los jóvenes. De nuevo es necesario enfatizar, para que no pendularicemos la reflexión, que las miradas provenientes del mundo juvenil tampoco nos garantizan a priori aportes y novedades; ellas existen mezcladas y en tensión con las visiones tradicionales que hacen eco de las racionalidades y contenidos de la dominación.
A partir de uno de los aspectos indicados en la pista anterior surge una tercera pista, que propone la vinculación directa e íntima con el mundo juvenil, múltiple y plural, como condición de la generación de conocimiento comprensivo en nuestro continente. La permanente consideración de los contextos específicos y globales, la necesaria historización de las experiencias juveniles, la referencia a la pertenencia generacional que cada grupo despliega, son algunas de las claves que emergen en esta pista.
Es decir, lo juvenil se expresa desde ciertas condiciones de contexto específico que le condicionan, caracterizan y atribuyen ciertos significados. Ser joven en Chile, viviendo en un barrio empobrecido de la capital implica determinadas condiciones de vida para un o una joven, que incidirán directamente en el tipo de mirada con que nos acerquemos a su cotidianidad. Es posible que ellos estén más inclinados a abandonar el colegio para integrarse de manera precaria al mundo del trabajo, mientras ellas lo estén más a seguir estudiando, para ser más tarde amas o dueñas de casa, si es que no se embarazan antes de terminar la secundaria.
En cuanto a la historización, ella tiene que ver con los procesos de corta y larga duración en que el modo de ser joven se materializa para cada joven. La vivencia de lo juvenil en tiempos de la dictadura militar en Chile, implicó la formación de un grupo de jóvenes con estilos de relacionarse con la política orientados fuertemente hacia el poder, ya fuera su toma o construcción. Mientras que en tiempos de los gobiernos civiles postmilitares, la discusión por el poder e incluso por los mecanismos de gobierno casi no aparecen en el espacio de la política juvenil, en tanto que sí están presentes cuestiones más relacionadas con su cotidianidad inmediata y su vida íntima. El ser joven y la vivencia de lo juvenil en Chile, en su pluralidad y diversidad, han estado condicionados asimismo por los diversos modos de estructurarse que ha tenido la historia del país; también en ella han incidido las y los jóvenes y sus movimientos.
Por lo que atañe a la pertenencia generacional, es importante considerar el surgimiento en la historia, mediante complejos y dinámicos procesos, de grupos muchas veces en pugna, los que se caracterizan por semejanzas hacia dentro y por diferenciaciones hacia afuera. Esto es, estos grupos, a los que llamaremos generaciones, se autoidentifican y son significados por otros en tanto consiguen producir códigos propios que les caracterizan entre sus semejantes y que en el mismo movimiento les diferencian de otros grupos contemporáneos, anteriores y posteriores en el tiempo Desde esta óptica, lo juvenil, como producción (contra) cultural, se hace parte de una categoría relacional en que su existencia no está dada en sí misma, sino en la medida en que se constituye la relación (por ausencia o presencia de ella) con otros grupos sociales, a los que hemos llamado generaciones. Dichas generaciones son referentes de relación en lo contemporáneo y en la memoria colectiva que repone el pasado en el presente.
Es decir, la generación de jóvenes rockeros latinos de este tiempo actual, puede comprenderse a si misma al trasluz que le ofrecen los grupos-generaciones de su propio tiempo histórico, como también de aquellos rockeros latinos u otros rockeros, u otros grupos sociales, que existieron en otros momentos de la historia. En el colegio suele recordarse a ciertos grupos de estudiantes con el año de su egreso; así se habla de lo? del 95, los del 98, etc. En la poesía y en la novela por ejemplo, se reconocen las generaciones de escritores y escritoras según los años en que han tenido o tuvieron auge en su producción. Esta categoría relacional: lo generacional, nos permite pensar y comprender las acciones, discursos, cosmovisiones, sentimientos y otras formas de vida de los grupos juveniles en distintos momentos de la historia, desde los estilos que las relaciones sociales que asumen van tomando, en directa relación con otros grupos sociales —adultos, tercera edad, infancia— y entre ellos mismos.
Con base en la necesaria vinculación directa que mencionamos en esta pista, es importante decir que no se trata de una dependencia y pérdida de autonomía de quienes conocen o investigan, sino que se busca la generación de diálogos permanentes entre los diversos mundos sociales, y los mundos de las v los jóvenes. Lo mismo es atribuible para quienes intervienen educativamente en estos grupos sociales, o realizan las dos acciones a la vez, en tanto las metodologías de intervención exigen hoy una creciente presencia de las y los trabajadores sociales en el espacio juvenil.
Una cuarta pista, que se sigue de la anterior, busca la superación de la rigidez mecanicista con que se ha mirado y se ha hablado de la juventud En este sentido, planteamos la necesaria construcción de conceptos en torno al mundo juvenil, no en la pretensión de crear categorías totalizantes y universalizadoras sino conceptos dinámicos y flexibles que se acerquen progresivamente a los sujetos de estudio: las y los jóvenes las juventudes, las expresiones juveniles, los procesos de juvenilización.
Este acercamiento progresivo utiliza la lógica de la tendencia al límite que nos enseña el cálculo algebraico: avanzar hacia el objetivo deseado (la realidad juvenil) siempre la mitad de lo que nos queda por recorrer. La metáfora de la coneja y la zanahoria es útil para pensar esta condición en la construcción del conocimiento, particularmente en la definición de conceptos y/o categorías para la comprensión de determinadas realidades o procesos:
La coneja quiere llegar a su zanahoria; la condición que tiene para avanzar hacia ella es que solo puede hacer la mitad del recorrido que le queda cada vez, ni más ni menos, solo la mitad de lo que le queda por recorrer. Surge la pregunta: ¿llegará la coneja a la zanahoria?…
De esta manera, vemos que la construcción del conocimiento tiene una tendencia al límite, al infinito; es como la noción de utopía de Gaicano:
Ella está siempre ahí; me acerco y se aleja dos pasos, me acerco tres y se aleja cinco, pero siempre está ahí.
Pues bien, la coneja tiene como condición siempre avanzar, aunque no le sea posible llegar a ella (a la zanahoria), sin embargo siempre nos podremos acercar más y más (a la realidad juvenil). Su propio dinamismo y heterogeneidad son los que nos exigen dinamismo en la actitud epistemológica y capacidad para mirar la diversidad juvenil. Si bien esta pista se amplía, al igual que las anteriores, a los diversos mundos sociales, la existencia de las juventudes y su reconocimiento desafía su concreción cotidiana no solamente por parte de los y las dentistas sociales, sino de las diversas sociedades en su conjunto.
4.2. Los ejes temáticos
A partir de las pistas antes señaladas, estamos en condiciones de plantear los ejes que podemos considerar en las lecturas de lo juvenil. Junto a las pistas presentadas existen ciertos ejes temáticos que el mundo diverso, plural y dinámico de las juventudes nos presentan hoy y que son vitales de tomar en cuenta cuando nos acercamos a conocer lo juvenil. Usamos lo juvenil para referimos a las diversas producciones culturales y contraculturales que este grupo social realiza —en su diversidad y heterogeneidad ya mostradas—. Ello navega por los distintos espacios sociales en que este grupo social se despliega o inhibe en nuestras sociedades, esto es, se expresa en la economía, en la religión, en las comunicaciones, en sus sexualidades, en sus intereses, etc. Lo Juvenil es una producción que se posiciona de acuerdo con el contexto en que cada grupo de jóvenes se desenvuelve, y en el tiempo histórico en que intentan resolver la tensión existencial que les plantea su sociedad: ser como lo desean o ser como se les impone[15].
Esta producción de lo juvenil nos enfrenta con la historicidad y facticidad que asumen las juventudes que hemos reconocido. Si bien, entonces, las juventudes no existen a priori y se van construyendo en un cierto espacio tiempo social, imaginario y real, ellas adquieren presencia no únicamente desde el discurso de quien las habla, sino que sobre todo porque van ganando historicidad desde sus propias expresiones y, muchas veces, irrupciones en el espacio social.
Un primer eje es considerar que lo Juvenil se constituye desde un cierto modo de vivir-sobrevivir a la tensión existencial que y a enunciamos. Se trata de un momento de la vida, que es independiente de la edad, y que se encuentra fuertemente condicionado por la clase social de pertenencia, el género que se posee, la cultura en la que se inscribe cada joven y sus grupos. Esta tensión existencial plantea una cierta lucha entre la oferta que la sociedad le presenta a las y los jóvenes para que cumplan con la expectativa que se tiene de integración al mercado, al conjunto de normas sociales y al papel de futuro adulto que les aguarda como tarea, v las construcciones más propias que ellos y ellas realizan respecto de la identidad que quieren vivir. Esta última se manifiesta en crítica social, desconfianza de los estilos adultos en la política y en las relaciones familiares y escolares, en provocación a las normas, en situarse al margen de lo que se espera que hagan (no inscripción electoral, no atención al mundo laboral, no adscribirá los modos culturales tradicionales, etc.), en resistir a las tendencias adultocéntricas que se dan en nuestras sociedades, entre otras formas de expresión.
A partir de lo anterior, surge un segundo eje a considerar en la producción de lo juvenil. Tiene relación con las distintas maneras de agruparse en el espado, que se caracterizan básicamente por la tendencia a lo colectivo, con una cierta organicidad propia que las distingue y que las más de las veces no sigue los cánones tradicionales[16]. Estas fórmulas organizativas de nuevo tipo les permiten dos aspectos que son centrales: por una parte, el grupo es el espacio privilegiado de socialización, de modo especial en el caso de los hombres jóvenes que reciben un buen caudal informativo-normativo que alimenta sus identidades de género; y, por otra parte, el grupo es su familia afectiva, la comunidad en la que crean lazos que les mantienen y les aportan sentido a sus vidas v proyectos. En algunos casos, el grupo juvenil se convierte en el vehículo de expresión social, ya sea por medio de lo contra cultural, el deporte, lo político, algún servicio comunitario, etc.
En el diverso y plural mundo juvenil, las posibilidades de construcción de ciudadanías, por ejemplo, pasan por la valoración y fortalecimiento de los espacios que a las y los jóvenes les permiten vivenciar experiencias significativas en el ámbito de sus autoidentidades personales y colectivas. Hemos dicho que en estos espacios se experimentan situaciones que generan comunidad, que reemplazan a la familia, que socializan fuertemente, por ello el grupo juvenil de semejantes asume un carácter estratégico, en particular en sus manifestaciones menos tradicionales, como los grupos de esquina, las bandas de amigos-amigas, etc. [17]. De la misma forma, las expresiones masivas juveniles, como las barras del fútbol o los movimientos musicales (rock, rap, batucadas), constituyen otra posibilidad desde la experiencia juvenil en la medida que consigan fortalecerse como espacios de crecimiento, comunicación y proyección para el mundo juvenil. La tendencia a transformarlos en objetos de consumo (deshistorización) y en nichos delictivos por parte del discurso dominante, es una tensión que la experiencia juvenil debe abordar y superar [18].
El tercer eje a considerar en la construcción de lo juvenil en nuestro continente refiere a los nuevos modos de participar en la sociedad. Es común el cuestionamiento en que ha caído la actividad política en nuestras sociedades, debido principalmente al descrédito con que cuenta al ser percibida sobre todo como instrumento de enriquecimiento y de acciones individuales que favorecen a minorías privilegiadas en contra de grandes grupos que sufren la marginación y la exclusión. Esta antipatía juvenil ante la política, en tanto manera tradicional de organización y participación de la sociedad, ha llevado a los distintos grupos de jóvenes a recrear nuevas formas de hacerse presente en los temas que les importan y que les son significativos. Estas formas de expresión están reñidas con las tradicionales, y se vuelcan directamente hacia la resolución efectiva de sus problemáticas inmediatas, acompañadas de un fuerte discurso moral y ético con respecto a las conductas exigidas a las y los líderes juveniles y sociales. Las utopías juveniles están siendo presentadas de un modo diverso, propio de la especificidad que cada grupo despliega; ellas existen, y más allá de los discursos adultocéntricos, se nutren de las actitudes de resistencia que diversos grupos juveniles van articulando [19].
Es importante, por tanto, considerar la capacidad que despliegan y pueden desplegar los grupos juveniles de diverso tipo para explicitar los contenidos de rechazo y propuesta que en sus discursos-acciones existen. Decir su palabra, situar sus apuestas en sus comunidades, es un desafío para las agrupaciones juveniles. La autocensura valida la apuesta adultista, de que las y los jóvenes no tienen nada que decir. Lo interesante es usar los canales existentes, pero sobre todo potenciar aquellas formas propias que se van inventando cada día. Es necesario destacar con ingenio los novedosos códigos que se van creando por medio del baile, el canto, el dibujo, el teatro, el deporte, la política, la fiesta…
Otro eje importante de tomar en cuenta, tiene que ver con algunas experiencias que existen en tomo al establecimiento de relaciones y diálogos intergeneracionales como fórmula de reconstrucción de los puentes rotos que las relaciones adultocéntricas han producido. Este eje permite colocar en la reflexión que la perspectiva anti-adultocéntrica que el discurso y muchas acciones asumen, no es contra las y los adultos, sino contra la matriz cultural que ese adultocentrismo promueve e impone Se trata igualmente de ofrecer al mundo adulto una manera de repensarse en el mundo a partir del establecimiento de relaciones humanas liberadoras, en las que el papel de formador y de responsable del futuro de las nuevas generaciones, no les lleve a sobreactuar en pos de estilos autoritarios.
Un último eje, por ahora, surge desde la manifestación abierta y la promoción de nuevas formas de relaciones de género en el mundo juvenil de sectores empobrecidos. Si bien ello no es una constante, ni mucho menos una tenencia mayoritaria, los atisbos y avances-retrocesos que en este campo existen, abren una puerta de entrada a la posibilidad de construir formas de relaciones comunitarias hacia la búsqueda de vida en abundancia para todas y todos. Este proceso ya se ha iniciado, con tensiones y partos, con rechazos y alianzas; las y los jóvenes muestran a ratos nuevos códigos de relación, los cuales desafían a lo meramente patriarcal y señalan posibilidades para tensar las tradicionales cosmovisiones de género. Los hombres en particular están en una situación de shock que no les permite darse cuenta a cabalidad de las nuevas formas de relación y de posición en el mundo que se plantean las mujeres, y por lo mismo, se encuentran entre lo tradicional y lo alternativo, entre ser macho como lo señalan los modelos heredados de antaño, o ser distinto como se plantea en algunas nuevas versiones que están emergiendo.
Estos ejes presentados, acerca de la existencia de las juventudes en nuestro continente, compone; conjunto el proceso de construcción de identidades que hoy se dan entre las y los jóvenes. El proceso de resolución de la tensión existencial, los modos de agruparse-expresarse en el espacio y los estilos de participación en sus comunidades-sociedades, les va imprimiendo las condiciones de posibilidad para tomar posiciones en sus ambientes íntimos y colectivos . Las y los jóvenes se van conformando en sujetos en la medida que resuelven su construcción identitaria, proceso infinito y desafiante en el que el vértigo es característica de estos tiempos [20].
Las juventudes cobran vida, se muestran, nos muestran sus diferentes estéticas y podemos asumir entonces una epísteme integradora, amplia y comprensiva de lo juvenil. La juventud niega existencia, porque ella encajona, cierra y mecaniza las miradas; hace rígido y superficial el complejo entramado social que hemos denominado las juventudes. Vamos por el camino de reconocer diferencias, aceptar diversidades, construir aceptaciones, y de esa forma construimos miradas potenciadoras de lo juvenil.
Si conseguimos cambiar nuestras miradas, ciertamente estaremos en condiciones de acercamos más a los grupos juveniles y recoger desde ellos y ellas sus expresiones propias de sueños, esperanzas, conflictos, temores, propuestas. Este es un desafío para nuestro próximo tiempo, reconstruir categorías y epistemologías que nos permitan mirar y remirar a las juventudes de nuestro continente con nuevos ojos, oírles con nuevos oídos, tocarles con nuevas manos, degustarles con otras bocas y sentirles con nuevos olfatos…
En este proceso de lograr cercanías y facilitar sus expresiones propias, lo intergeneracional como posibilidad de encuentro y de reconstrucción de puentes rotos es una exigencia de cara al nuevo tiempo. Validar el intercambio de experiencias, los aprendizajes mutuos, y por ende la superación de las barreras que la matriz adultocéntrica nos impone, le otorga una fuerza política importante a la presencia de las juventudes en nuestras sociedades.
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[1] Una primera versión de este texto (con el título, “Juventud o Juventudes. Acerca de cómo mirar y remirar a las juventudes de nuestro continente”) se encuentra en Adolescencia y juventud. Análisis de una población postergada. San José, Libro Universitario Regional, 2001. Para la presente vers