La predicación y la consejería bíblica
abril 4, 2019Revoluciona tu ministerio
noviembre 17, 20192 Timoteo 4:2 (RVR60): “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
Este breve versículo define el ministerio bíblico en un mandato central: “Predica la Palabra”. A este mandato se le podría añadir 1 Timoteo 3:2 (RVR60), que dice que los pastores, supervisores y ancianos deben ser aptos para enseñar y para predicar. Debemos predicar la Palabra con habilidad. Ese es nuestro llamamiento y este versículo es concluyente puesto que habla muy concisamente llamándonos a “predicar la Palabra”.
Ahora, notemos que el apóstol Pablo habla del tiempo y el tono de nuestra predicación. En cuanto a lo temporal, se refiere “a tiempo y fuera de tiempo”. Podríamos discutir lo que eso significa, pero si puedo llevarte a una simple conclusión, las únicas posibilidades son estar a tiempo o fuera de tiempo; por lo tanto, eso significa todo el tiempo. Debemos predicar la Palabra todo el tiempo. No hay tiempo en el que cambiemos esa comisión, no hay tiempo en el que ese método ministerial se reserve para otra cosa. La predicación de la Palabra debe hacerse todo el tiempo.
En cuanto al tono, observemos que es doble: está el aspecto negativo que censura y reprende, además del aspecto positivo que consiste en tomar la verdad de Dios y exhortar a la gente con mucha paciencia e instrucción. Respecto de lo negativo debemos enfrentar el error y el pecado. En referencia a lo positivo debemos enseñar la sana doctrina y la vida piadosa. Tenemos que exhortar a las personas a ser obedientes a la Palabra, por lo que debemos tener una gran paciencia y permitirles el tiempo para madurar en su obediencia.
Si toda palabra de Dios es verdadera y pura, y toda palabra es alimento para el creyente, entonces toda palabra debe proclamarse.
Este es un mandato sencillo: Predica la Palabra todo el tiempo. Jesús dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Esa verdad nos llama a un ministerio expositivo en el que tratamos con cada palabra que sale de la boca de Dios. Si toda palabra de Dios es verdadera y pura, y toda palabra es alimento para el creyente, entonces toda palabra debe proclamarse.
Las personas están muriéndose de hambre por la Palabra de Dios, pero no lo saben. Están hambrientos, están tratando de alcanzarla. Se dan cuenta de los lugares huecos de su vida, de la superficialidad, de la falta de percepción, de la falta de comprensión. No pueden resolver los problemas de la vida. Están muriendo de hambre de la Palabra de Dios y se les están ofreciendo sustitutos que no ayudan. Dios ha ordenado que su Palabra les sea suministrada porque solo ella puede alimentarlos y el método por el que se entrega es la predicación. Pablo escribió: “¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?” (Romanos 10:14).
Nuestro mandato entonces no procede de la cultura, viene del cielo. Es el Dios del cielo el que nos ha mandado a través de las páginas de la Escritura a predicar la Palabra, a predicar cada palabra y a traer a las almas hambrientas el único alimento que nutre: la verdad de Dios. La Biblia es la Palabra inerrante e infalible del Dios viviente. Es más cortante que cualquier espada de dos filos, cada palabra en ella es pura y verdadera. Debemos predicar la Palabra de Dios en su totalidad y desplegar toda su verdad. Esa es la orden.
Tomado del libro: El pastor como predicador, de John MacArthur. Publicado por Editorial Nivel Uno y distribuidor por Editorial Portavoz.
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