Tus convicciones
septiembre 22, 2016Soltar lo viejo para abrazar lo nuevo
diciembre 19, 2017Recuerdo el testimonio de una muchacha, con un trasfondo bastante complicado y un estilo de vida lleno de excesos, drogas, alcohol, madre soltera, etc., hasta que conoció a Jesús y su vida fue transformado.
Sin embargo, los remordimientos venían a su mente y el enemigo se encargaba de recordarle su pasado y hacerla pensar que era imposible que fuera perdonada y limpiada de todo lo que había hecho.
No sé cuál ha sido tu experiencia, pero la Palabra asegura que todos, en mayor o menor medida, hemos pecado… “No hay un solo justo, ni siquiera uno” (Rom.3:10) Todos luchamos por tratar de hacer bien las cosas para agradar a Dios, pero por más que intentamos no logramos el resultado esperado. Lo hacemos en nuestras fuerzas y fallamos.
– ¡¡Mis intenciones no eran esas!! (pensamos). – ¡¡El diablo es el culpable de todo!! (nos defendemos).
– “La verdad no tengo remedio” (nos castigamos)
– “¿Cómo es posible que haya hecho lo mismo otra vez?, ¡Dios no me va a perdonar!” (y cargamos sobre nuestros hombros el peso de la condena).
En la época de los emperadores romanos la tortura fue el medio utilizado para hacer que sus leyes “pesaran”. Todos conocemos la forma cruel en la que Jesús fue torturado y muerto, la crucifixión.
Existía además otra tortura que aplicaban a los asesinos, les ataban el cadáver de la persona que habían matado a su espalda. Con el paso de los días ese cadáver se iba pudriendo de a poco. A su vez, esa pudrición se iba metiendo a su propio cuerpo, hasta que terminaba pudriéndose también y moría.
Esta espantosa tortura fue en la que el apóstol Pablo pensó cuando dijo: “¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” Romanos. 7:24
El pecado en nuestra vida es literalmente un sobrepeso que cargamos sobre la espalda. Nos agota, nos agobia e impide que caminemos sobre la vida que Dios tiene planificada para nosotros, porque es semejante a andar cargando con un muerto a nuestras espaldas que nos pudre.
Pero Jesús vino a remediar esto, ofreciéndose Él mismo para llevar esa carga por nosotros. (Mateo 11:28)
Él mismo nos ha liberado de ese peso y del pecado que nos pudre, porque sabe que por más esfuerzos que nosotros hagamos nunca podremos lograrlo.
¡Jesús dio su vida para librarnos de todo el sobrepeso de la condenación, la culpa, la muerte! Recordar el sacrificio que Cristo hizo por nosotros es liberador. Gracias a Su perdón ese “cuerpo de muerte” nos fue quitado de encima. Hoy por la fuerza y poder del Espíritu Santo que vive en nosotros, tenemos el poder para hacer la voluntad de Dios.