Nuevas generaciones. La materia prima para cubrir las necesidades de la iglesia local
agosto 16, 2021La iglesia inmersa en un mundo plural
octubre 10, 2021Me cae muy mal decepcionar a alguien, y me cae peor decepcionar a Dios. Pero lo he hecho. Ambas cosas. Muchas veces. Y lo volveré a hacer. Y no digo esto para consolarme ni para justificarme. Es solo una advertencia. Sé que Dios permite que nos equivoquemos y tropecemos. Creo que le interesa que cuando intentemos ayudar a otros con sus errores y tropiezos, sepamos un poco mejor de qué estamos hablando. ¿Te imaginas cuán insensibles seríamos si nosotros nunca cometiéramos un error?
Sin embargo, con mucha tristeza debo confesar que en demasiadas ocasiones olvido esto. Todos lo olvidamos. Incluso de alguna manera pareciera ser que nuestro contexto cristiano hispanoamericano quisiera anestesiarnos a la verdad de que los cristianos somos pecadores redimidos que vivimos en un mundo de pecado. Y así perdemos de vista la realidad de que solamente somos peregrinos frágiles que nos encontramos con el mapa de la cruz para albergarnos en el mesón de la gracia.
Presta atención a lo que cantamos. Gracias a Dios esto ha ido cambiando de a poquito en los últimos años, pero desde hace algunas décadas que la gran mayoría de las canciones que más escuchamos tienen un claro matiz exitista con afirmaciones tan grandilocuentes que te confieso que en ocasiones, me ruboriza el alma cantárselas a Dios. Por supuesto, es injusto generalizar. Hay excepciones y está claro que nadie tiene malas intenciones. Pero me refiero a repetir frases del estilo de: “Lo único que me importa es Jesús…”. Yo puedo cantar esa frase con los ojos cerrados, las manos levantadas y mi mejor cara de adolescente enamorado, pero seguirá siendo una mentira. Me importa Jesús, pero también me importan mi esposa, mis hijos, mis amigos, y el ministerio que tengo entre manos.
Claro, es poesía. Lo entiendo. Pero exagera sentimientos que, en el mejor de los casos, son momentáneos, y, lo que es peor, contribuye a crear en el inconsciente colectivo de los cristianos -sobre todos de los más inmaduros- una sensación de hipocresía. Para seguir con mi ejemplo y ser bien claro, quiero distinguir que: si yo canto “Amo a Jesús”, estoy haciendo una afirmación irrefutable porque es personal; pero en el momento en que exagero el sentimiento incluyendo la palabra “único”, ya crucé la línea de la verdad.
Incluso en más de una ocasión he llegado a pensar que las canciones seculares a veces son más bíblicas que las cristianas, aunque no repitan palabras “evangélicas” ni se refieran a Dios, sencillamente porque muchas de ellas dicen las cosas como son y expresan la gama completa de las emociones humanas, tales como la tristeza, la frustración, y el amor filial y de pareja. Así como hace la Biblia al incluir el libro de Lamentaciones, la confusión de Oseas, los reclamos en el libro de los Salmos, las peleas entre hermanos en Génesis, las descripciones eróticas del Cantar de los cantares, o las confesiones de Pablo.
Por supuesto, no solo observo esto en las canciones sino también en las oraciones, en las predicaciones, y hasta en los posteos de redes sociales de algunos líderes cristianos. Por eso no le echo la culpa a los músicos, que pobres, dan lo que la mayoría les pide, sino que creo que es un círculo vicioso y fantasioso del que debemos salir entre todos. ¿Por qué me parece importante reflexionar sobre esto aquí? Porque si vamos a hacer una prescripción para incrementar nuestra capacidad de resistencia, tenemos que hacer un diagnóstico real y no sensacionalista ni romántico de nuestra situación actual.
Tenemos que pararnos sobre la verdad. La de Dios y la nuestra, admitiendo hasta lo más crudo de los huesos que estamos donde estamos por pura gracia, porque nada de lo que tenemos ni de lo que hacemos lo merecemos. ¿No crees que uno de los más poderosos catalizadores de cambio en nuestras vidas es el agradecimiento?
Identidad bíblica
Henri Nouwen identificó cinco mentiras acerca de nuestra identidad con las que podemos ser engañados (o engañarnos a nosotros mismos):
- Soy lo que tengo.
- Soy lo que hago.
- Soy lo que otras personas piensan o dicen de mí.
- Soy mi peor momento.
- Soy mi mejor momento.
Cuando a mis veinticuatro años comencé a ser pastor asociado en una mega iglesia en California, yo sabía demasiado (o eso creía…), y precisamente por esa razón me tomó bastante tiempo reconocer cuán tonto era y cuánto tenía todavía para aprender, mejorar y crecer. Cuando somos jóvenes tendemos a oscilar como un péndulo entre la sensación de que sabemos más que cualquier persona mayor (sobre todo si no maneja la tecnología que nosotros manejamos), y la sensación de que no sabemos nada y de que nadie nos preparó para lo que estamos viviendo.
De hecho, ambas son señales de inmadurez, sin importar cuántos años tengamos. Siempre tenemos mucho para aprender de las personas a nuestro alrededor. Y si llegamos hasta aquí es porque todo nos preparó para este momento, y, por lo tanto, estamos listos. Lo que se hace fundamental para mantenernos humildes y, al mismo tiempo, sentirnos preparados, es anclar nuestro sentido de valor en lo que Dios dice de nosotros.
Quiero compartirte estas 5 mentiras directamente relacionadas con nuestra identidad:
No somos lo que tenemos. Diga lo que diga y venda lo que venda la sociedad de consumo, mis posesiones y mi salario no definen mi identidad. Mi valor no es proporcional a esa etiqueta en mi ropa nial automóvil que manejo.
No somos lo que hacemos. Mi identidad no está definida por mi título ni por mi posición. Por eso me da algo de tristeza cuando en las biografías de redes sociales veo tantos títulos y cargos, porque sé que esas personas están paradas sobre arenas movedizas, pidiéndole al destino una crisis de identidad… imagínate que si un día pierden la posición, ¡se desdibujará quiénes son!
No somos lo que otras personas piensan o dicen de nosotros. Eso siempre es subjetivo. Tiene que ver con quiénes son ellos y, en todo caso, con la pequeña parte que conocen de nosotros. Las críticas y los halagos son una pareja de viejos chismosos y los dos son peligrosos si los escuchamos demasiado. Para mantenernos humildes y preparados es fundamental anclar nuestro sentido de valor en lo que Dios dice de nosotros.
No somos nuestro peor momento. Si ya me arrepentí, le pedí perdón a Dios, y cambié, ni Dios se acuerda de lo sucedido (Miqueas 7:18-19) ¿Por qué entonces me voy a acordar yo todo el tiempo, y por qué le voy a permitir a personas menos importantes que Dios que me definan por eso? ¡Sería deshonrar su perdón! Créeme, el mundo es mucho más grande que ese grupo de personas que te rodean ahora. Si tu círculo te condena por algún error de tu pasado, ¡cambia de círculo!
No somos nuestro mejor momento. Los logros hablan bien de nosotros, y la atención que acaparan tiene una alta cuota de seducción, pero tampoco nos definen. En la ecuación de esa victoria seguramente hubo mucha gracia. Y, en todo caso, esa victoria refleja un aspecto de nuestra vida y no todos. Además, si pensamos que somos nuestro mejor momento podemos caer en la trampa de dejarnos definir por el ayer, lo cual sería malo aunque se trate de un recuerdo positivo.
Asumiendo que eres líder, no voy a darte un sermón explicándote que Dios te ama como a un hijo (1 Juan 3:1), que te ha escogido (Efesios 1:4-6), y que te ha comprado por un alto precio (1 Corintios 6:20), porque muy probablemente tú me lo puedas predicar mejor que yo a ti. Pero sí te quiero hacer pensar en estas tres dinámicas respecto de nuestra identidad bíblica:
- Dios conoce todo de nosotros mejor que nadie (Salmos 100:3, Job 34:21-22, Mateo 10:30). Él conoce cada uno de nuestros pensamientos y puede ver hasta lo más profundo del corazón. Así que decirle que todo lo que hacemos es solamente por las almas… Mmm, no creo que lo conmueva.
- Dios todavía está trabajando en nosotros (Salmos139:23-24, Romanos 8:29, Filipenses 1:6). Esto quiere decir que un aspecto de nuestra identidad bíblica es que somos proyectos de Dios en los que Él aún planea seguir poniendo su mano perfeccionadora.
- Dios puso en nosotros dones y talentos a propósito y con propósito (1 Corintios 12:4-6, Romanos 12:6-8, 1 Pedro 4:10-11). En este momento preciso de la historia la Iglesia está incompleta y es más frágil sin nuestro aporte.
Algunos días tenemos las motivaciones correctas, y otros no. Algunas noches estamos inspirados, y otras no. Eso me pasa a mí, te pasa a ti, y nos pasa a todos, y es importante tenerlo en cuenta si no queremos estancarnos por desarrollar expectativas irreales acerca de nosotros mismos y de los demás. La honestidad y la humildad son la mejor entrada al taller de la resistencia.
Este artículo fue extraído del libro “Stámina” de Lucas Leys.
Adquiere el libro completo aquí
Lucas Leys
Es el fundador de e625.com y tiene más de 25 años de experiencia en el discipulado de nuevas generaciones habiendo trabajado en distintos países, estilos de iglesia y circunstancias. Lucas es autor de más de 20 libros y es considerado una de las principales fuerzas de cambio en la pastoral de nuevas generaciones en el mundo.