Ministerio Juvenil en la Posmodernidad
septiembre 22, 2016Las siete señales de los líderes juveniles sobresalientes
septiembre 22, 2016En una ocasión pregunté a un grupo de mis estudiantes de liderazgo: ¿Todo joven que tiene 15 años y anda por este planeta es un adolescente? Como sabían que me gusta hacer preguntas con alguna trampita, la mayoría no abrió la boca. La respuesta es: no.
Existen culturas en las cuales el paso de la niñez a la adultez ocurre en algún tipo de rito tribal, en que el niño o la niña pasan directamente a considerarse adultos. Mi papá me contaba cómo en Argentina, en la década de los cuarenta, no se permitía que ningún niño usase pantalones largos.
Recién a los catorce años, como todo un acontecimiento familiar, los niños pasaban de sus traviesos pantalones cortos a sus elegantes y adultos pantalones largos. No sé si el rito era lo suficientemente fuerte como para hacer una división tajante, pero lo cierto es que significaba mucho tanto para padres como para hijos. Hoy los tiempos son distintos. Tenemos que abrir los ojos y observar cuánto afecta la cultura nuestro comportamiento y cómo influye en la percepción de lo que es la adolescencia.
Hablar sobre las relaciones entre la iglesia y los adolescentes requiere reflexionar y describir la cultura en que ambos se encuentran, el hábitat en que ambos subsisten. Obviamente, el marco cultural de un latino americano cuya adolescencia transcurre en un escenario urbano en el cambio del milenio no puede parecerse en nada al de un esquimal en Alaska. Tiempo y lugar son factores determinantes en la cultura. Entonces, ¿cómo es la cultura, HOY?
La sociedad mediatizada
¿Qué estás haciendo de tu vida?, le pregunté a un joven méxico-americano que estaba preocupado por la forma en que le gritaba a su familia por cualquier cosa. La respuesta no me sorprendió: “Nada” Un rato más de conversación me confirmó que este jovencito lleno de energía se pasaba el día frente al telebobo.
La televisión ha cautivado a las últimas generaciones. Sin temor a equivocaciones, podemos afirmar que los medios masivos de comunicación están prestando especial atención a los adolescentes. Ellos son el grupo social que más tiende al consumo indiscriminado. Los publicistas lo detectaron décadas atrás y los grupos empresariales han destinado fuertes inversiones para acrecentar una oferta que aumenta y aumenta. Los adolescentes se han convertido en el blanco de consumo preferido de la publicidad.
A raíz de este acelerado ritmo de ofertas, los adolescentes sufren, como ningún otro sector de la sociedad, un vértigo consumista que conduce directamente a la pérdida de identidad individual. No es una pérdida sin importancia; de hecho, es clave para comprender las presiones que sufren.
Si la adolescencia ha despertado tanta atención del sistema comercial, y si esta atención ha afectado de manera evidente los valores y esquemas de conducta de los adolescentes, ¿no deberíamos los cristianos sospechar que el príncipe de este mundo está prestando especial atención a estas generaciones de adolescentes? Ingenuamente, pasamos por alto la enorme relación entre estos aspectos de la cultura y lo que viven interiormente nuestros chicos. Más allá de afectar a los adolescentes mismos, la atención que les prestan los medios está minando los valores y los puntos de vista de la iglesia del futuro.
Ya dijimos que es importante tener en cuenta tiempo y lugar para comprender la esencia de cualquier cultura. Esto siempre fue así, pero el ritmo de ajuste hoy viene acelerado; los medios masivos de comunicación han contribuido a que el ritmo de información llegue a ser tan vertiginoso que las consignas y las noticias de ayer ya son parte del pasado. Llegan al punto de no darnos tiempo a reaccionar, porque nuestra atención ya ha sido captada por la noticia siguiente. Gregor Goethals, de la Universidad de Gales, afirma que esto produce dos mitos:
1) Si algo importante ha ocurrido, escucharemos de ello en los medios.
2) Si no lo vimos en TV, no lo oímos en la radio ni lo leímos en los diarios, entonces nunca ocurrió o no es para nada importante.
La consecuencia es que se empieza a depender de los medios para evaluar qué es lo importante. Nada parece ser real si no es transmitido desde los medios. En consecuencia, el criterio de valoración de la realidad es lo que vemos y escuchamos en los medios.
¿Pero qué es lo que hoy por hoy transmiten los medios? De inmediato aparecen escenas de violencia en nuestra imaginación. Según una investigación realizada por las Universidades de Buenos Aires, de Belgrano y de Quilmes, (Argentina), y publicada en la revista Noticias, la televisión argentina les muestra a los niños una escena de violencia cada tres minutos, y el 21% de estas escenas es de violencia extrema seguida de muerte. Nada parece contrariar que se estén dando las mismas proporciones en el resto de Occidente.
¿Qué cosas tienen valor?
La exposición prolongada de la presente generación juvenil a los medios tiene otras consecuencias más sutiles y no menos peligrosas que la observación de tanta violencia. Los programadores de computadoras tienen un dicho: ´Basura que entra, basura que sale.´
Josh McDowell compara este refrán con el proverbio de la Biblia que dice: ´Cuales son sus pensamientos íntimos, tal es él´ (Proverbios 23:7). Si dejamos que los medios llenen de violencia el corazón de nuestros hijos, no tardarán en hacer de la violencia parte de sus acciones. Pero no sólo es violencia la basura que entra. También llegan otros mensajes dañinos.
¿Qué tiene valor hoy? Si lo que trasmiten los medios es lo que tiene valor, los personajes públicos y los líderes de opinión adquieren un poder muy difícil de Contrarrestar. Los medios imponen qué es lo que hay que ponerse para vestir elegantemente, qué comer para estar bien alimentado, fuerte y en estado atlético, cómo es el prototipo de hombre y mujer que la sociedad espera. Los medios se convierten, así, en una gran herramienta del mercado, más que en medios de información. ¿Qué tienen en común todas estas ofertas mediatizadas? Requieren dinero.
Una ecuación que tal vez expresa la forma en que esos procesos sociales se incorporan en el inconsciente de nuestros jóvenes, podría ser:
Si está en los medios, tiene “Valor”
Lo que tiene “valor”, “Cuesta”
De acuerdo al costo de lo que puedo adquirir, es lo que valgo
Esto es lo que los medios terminan grabando en nuestra mente. Es muy difícil escapar; en mayor o en menor medida, todos estamos tentados a razonar así. Recuerdo una frase que escuché: “Dios creó a los hombres y mujeres para que amaran a las personas y usaran las cosas; pero amamos a las cosas y usamos a las personas.
No es difícil ver que la cultura en que estamos inmersos muestra una religiosa devoción por lo material. Todo, o casi todo, se define en términos económicos. El filósofo Hinkelammert explica que es como si el mundo de hoy ya no estuviera poblado de personas sino de mercancías. Los valores económicos han desplazado a los valores morales del centro de la escena. Cada día más, a los ojos de la nueva generación, “un hombre de bien” ya no es el que tiene una familia bien establecida y vive con el amor y el respeto de las personas.
Hoy el hombre modelo es el “exitoso”, aquel que puede adquirir un automóvil último modelo o vestirse con determinada marca. Los ídolos populares y las revistas derrochan evidencias de este ideal. Sólo se valora lo que tiene un precio cuantificable.
Antes de seguir, conviene que repitamos la frase que mencionamos más arriba, en el orden correcto:
Dios creó a las cosas para usarlas
y a las personas para amarlas.
El ser humano sin Dios ha invertido el orden. ¿Cómo va a pensar la iglesia de la próxima generación?
La cultura de la imagen
Los medios han provocado lo que el filósofo Roberto Pérez llama la “adolentización de la cultura”. En el siguiente bloque analizaremos propiamente a la adolescencia, pero en este voy a anticipar que los medios proyectan a la adolescencia como la edad de la virtud desprejuiciada. Los medios contribuyeron a construir un hedonismo superlativo en torno a la imagen. Las atletas, las heroínas de televisión son adolescentes y sobre todo las llamadas “lolitas”, modelos que, en su mayoría, tienen menos de 16 años. Estas son el paradigma de la imagen femenina vendida desde los medios. Se exalta la delgadez. Las revistas están plagadas con fotos de mujeres con cuerpo adolescente y recomendaciones de dietas para tener la cintura ideal. Recuerdo haber leído, ya hace unos años, que Valeria Mazza – la modelo más destacada de Argentina en los ´90, con medidas 88-60-90 fue excluida de un desfile por “gorda”.
La apariencia es un valor supremo. Hasta en la arquitectura, una de las tendencias posmodernistas es el predominio de lo ornamental y de lo escenográfico: columnas de plástico que nada sostienen, arcos que nada dividen, etc.
Las tecnologías audiovisuales tienen un papel principal en la comunicación y causan efectos irreales. Lo que la televisión transmite, no acontecería de igual manera si ella no estuviera allí. Los sucesos son “fabricados” por la televisión. Las agencias de publicidad aconsejan: “No lo diga, muéstrelo”, “Para muestra basta una imagen”.
Los “video-clips”, una sucesión de imágenes que saturan la pantalla, tienen el poder de provocar las más diversas sensaciones sin usar palabras. Aunque comenzaron como imágenes que acompañaban a una música, hoy se podría decir que la imagen hizo de la música el acompañante. A partir de MTV, un canal que transmite exclusivamente videos y que llega a más países que ningún otro, los videoclips se han vuelto columna vertebral de la publicidad y han influenciado fuertemente el cine moderno.
Se nos dice que hay que cuidar la imagen, y lo cierto es que la estética ha llegado a ser el factor fundamental en la valorización de un individuo. Rolando Pisanú, conocido como el cirujano de las modelos en los ´90, dice: “Es muy común que vengan chicas de 16 y 17 años con fotos de modelos de tapa o televisión y pidan esa nariz, las “lolas” de esta actriz o la boca de aquella otra.”. La imagen, con su versión de “belleza”, ha postergado otros valores culturales, intelectuales, espirituales y hasta biológicos, ya que muchas veces esa búsqueda de una apariencia perfecta se torna una agresión a la salud.
La sociedad funcional
Desde el siglo xx, la civilización se llenó de productos y artefactos que prometían mejorar el nivel de vida al punto de solucionar casi todos los problemas humanos. Esta oferta, sumada a la complejidad que adquirieron los mercados, crearon lo que hoy llamamos sociedad de consumo. Diariamente, los aparatos creados para el hogar son cada vez más específicos y a la vez requieren de obreros más especializados para su producción.
Esta realidad fabril y mercantil ha forzado a la humanidad a especializarse de tal manera que ´funcionar´ es un valor superlativo. ¿Nos damos cuenta? Los valores han sido afectados por esta realidad. Si preguntamos a cualquier desprevenido: ¿Qué es usted?, nos dirá: Mecánico, constructor, médico. ¿Qué quiere decir esto? No definimos a la persona por lo que es sino por lo que hace. A medida que funciona mejor para algo específico, es más premiado por la sociedad. La tecnocratización de la sociedad se hace evidente en los modelos educativos. Cada vez más la educación se hace más específica y especializada; contiene menos cultura general, y más conocimientos ´útiles para algo concreto´. La información es vital para maximizar los resultados; por eso se requieren obreros especializados, personas entrenadas específicamente para una única y particular tarea. La preparación profesional se ha hecho cada vez más exhaustiva y específica. ¿Cómo afecta todo esto a las generaciones jóvenes?
La Cultura de hoy podría ser definida como un “collage” de valores trastocados donde lo que el ser humano tiene, parece y hace es lo que define su identidad y dignidad. Ya hemos descrito algunas características del proceso por el que llegamos aquí, en términos culturales. Ahora es necesario mirar hacia adentro, a lo que pasa en el interior de las personas en esta cultura posmoderna.
Una herencia de desencanto
En la época conocida como la modernidad, la humanidad había puesto su esperanza en el avance tecnológico y político que los pueblos estaban viviendo. Caían las monarquías, había guerras de independencia en todos los continentes y los avances científicos revolucionaban la vida de todos.
Era el momento justo para que un filósofo condicionara el pensamiento general. En el siglo XIX surgió un pensador muy corrosivo: Federico Nietzsche, quien “profetizó” que “el antropocentrismo del Renacimiento, el racionalismo que había construido Descartes, el poder del pueblo, el auge de la ciencia y la llegada de la modernidad terminarían por matar la idea de Dios y erigirían al hombre como única realidad total. Hasta que Dios no fuera removido de la escena, no llegaría la verdadera modernidad”. Por eso su declaración más categórica fue “Dios ha muerto”. Así fue cómo la religión dejó de tener el lugar tan importante que tenía y. más triste aun, Dios dejé de tener parte en la vida de la gente. Muchos llaman a este proceso de la historia “secularización”.
Pero, ¿pasó después? Los supuestos de la modernidad no tardaron en fracasar. El entusiasmo y la esperanza depositados en el progreso no dieron frutos. A pesar de las posibilidades de comunicación, antes impensadas, hombres y mujeres siguieron sintiéndose solos. Con las grandes guerras se terminaron los grandes ideales, como que la paz era obtenible por el progreso; se acabó el interés por participaren proyectos o “utopías” y las nuevas generaciones no tardaron en descreer de todo proyecto de cambio o revolución social, pensando: “¡A mí qué me importa!”
Las nuevas generaciones sólo heredamos el desencanto, porque nadie cree ya que la tecnología y el progreso puedan arreglar nuestros problemas. Heredamos, además, una sociedad donde Dios es un extraño.
Algunas secuelas
La corrupción, el vértigo de información, la sospecha de que todo es mera apariencia no pueden producir otra cosa que vació (en la capacidad afectiva), desinterés (en la capacidad volitiva) y fragmentación (en las capacidades intelectuales, emocionales y espirituales). El hastío, consecuencia del fracaso por alcanzar los ideales, ha producido un circulo vicioso de descreimiento y aislación. La confianza es un valor perdido. La urbanidad se ha convertido en rodearse de desconocidos con intereses de consumo que compiten con los propios.
El matrimonio Obiols, en su libro Adolescencia, pos-modernidad y escuela secundaria, destaca cómo ha cambiado nuestra constelación de palabras. Poco tiempo atrás, se hablaba de futuro, ideal, proyecto, progreso… Ahora, el léxico popular incluye expresiones como relax, light, diet, imagen, consumo, fin de la historia.., y la lista puede seguir. El cambio de connotación es claro: las primeras hablan de objetivos sociales mediatos; las últimas corresponden a la satisfacción inmediata de los sentidos.
El des Credo
Según reconocidos pensadores de la posmodernidad, el individuo de fines de siglo XX no cree en:
– Una razón fundamentadora (llámese Dios, moral, etc.) que pueda proporcionar cimientos a una visión universal de la realidad (Nietzsche).
– Grandes ideales que den sentido a la historia y legitimen proyectos políticos, económicos, y sociales como ocurría en la modernidad (Lyotard).
– Un proyecto de vida con expectativas de desarrollo y prosecución de ideales personales que no sean económicos (Mardones).
La posmodernidad presenta la posibilidad de vivir de las apariencias, de abandonarse al momento y no prestar atención a nada que lleve al dolor, al esfuerzo o a la profundidad. Ni siquiera queda lugar para el análisis de por qué fracasaron los sueños de la modernidad.
Muchos quieren soluciones instantáneas para sus adolescentes. También eso es parte de nuestra cultura. Pero antes de elaborar propuestas es imprescindible reflexionar sobre la cultura que nos condiciona a todos.
Adaptado del Libro “Adolescentes, como trabajar con ellos sin morir en el intento.” Editorial Certeza, 1998.