Cinco razones por las que la deconstrucción sucede en los jóvenes
junio 27, 2025Pasion por las Misiones: La otra cara de la moneda
Sí… es verdad. Existe un lado completamente opuesto en la moneda de las misiones. Un lado que es poco conocido y del que casi no se habla. Ese que se esconde detrás de esas fotos de un minuto que se comparten en las redes sociales… Porque no, no se trata de vacaciones. Esas fotos muchas veces se reducen a posar por un momento y después seguir haciendo tu labor.
Digo, en caso de que te lo preguntaras…
Sí, hay un lado que nadie quiere ver. Un lado que todo el mundo intenta fingir que es inexistente. Es el lado que implica poner en riesgo tu vida terrenal, tus deseos, tus metas, tus sueños y aun tu familia.
A lo largo del libro puedes conocer la mente de un joven aventurero y apasionado que decidió creerle a Dios con todo lo que es y con todo lo que tiene, sabiendo que su Padre supliría todas sus necesidades, que lo acompañaría en sus aventuras más locas y que compartiría con él los planes que gesta en Su corazón.
Para serte honesto, ¡nunca pensé que llegaría a cumplir mi sueño de escribir un libro! Sin embargo, ahora estamos sentados tú y yo compartiendo una deliciosa taza de café… (o al menos yo hago eso mientras releo estas líneas a la par que tú).
A partir de ahora, quiero llevarte en una línea de tiempo con dirección hacia el futuro. Quiero compartirte lo que hay en mi mente, que también ha evolucionado y se ha transformado con el paso del tiempo.
Experiencias como el ser encarcelado, pasar hambre o saltar por un acantilado completamente a ciegas, no han sido las más difíciles, ni las más tristes, ni las más duras… Créeme, los retos han sido muchos. Atravesé tiempos de escasez económica, de incertidumbre, de miedo, de pérdidas, de destrucción. Pero siempre seguí adelante confiando en el Señor. Y Él nunca me ha defraudado.
¿Recuerdas la historia de cómo en Ucrania pasé de la falta de recursos a la multiplicación milagrosa de los mismos? Pues esa no fue la única vez que me sucedió…
Cuando decidí empezar a trabajar como movilizador de jóvenes a las misiones, formamos un grupo de jóvenes para ir a servir todos juntos en Ucrania. Era un conjunto muy vivaz de jovencitos, todos llenos de pasión y de ganas de emprender esta misión de parte de Dios para sus vidas. ¡Realmente estaban preparados para decirle sí a lo que fuera!
—Prepárense —les dije—, ahorren con anticipación, para que puedan comprar sus vuelos.
Todos asintieron.
Pasó un mes.
(…)
El tiempo siguió pasando.
Llegó el día.
Y yo no tenía un centavo.
¡Realmente yo había utilizado mi tiempo de forma correcta durante esos meses, y me había esforzado, pero era como si todas las puertas se me hubieran cerrado!
No tenía trabajo.
No tenía dinero.
¿Recuerdas a mi familia? Ellos seguían viviendo a lado de la iglesia. Pero ellos tampoco tenían dinero.
Esa era la realidad.
Yo no podía pagar ese vuelo.
Pero Dios me había dicho que iríamos.
Así que hice mis maletas.
Las subí al auto.
Y me dirigí hacia el aeropuerto.
No es sorpresa para ningún misionero lo que voy a decirte ahora, pero tal vez para ti sí lo sea: existen y siempre existirán voces de personas que cuestionarán absolutamente todo lo que haces, y la forma en que lo haces también.
En mi caso, han llegado a mis oídos frases como: “Se debe estar robando el dinero de la congregación”, “De seguro tiene mucho dinero y decide presumirlo con tantos viajes”, o “Es imposible que alguien pueda viajar tanto”.
Sin embargo, nada de esto es cierto. No ha habido viaje en el que Dios no me sorprendiera haciendo aparecer un fajo de billetes en el bolsillo de mi pantalón (o algo similar).
La clave es esta: tú eliges qué voces quieres escuchar. En mi caso, yo elijo la de Dios. Elijo la voz que me dijo que no debía temer, y la que me dijo que iría a las naciones aun cuando los dedos del pie se me salían de los viejos y destruidos zapatos que tenía.
Yo decidí creerle a esa voz que me impulsó a ser mejor y me enseñó a tener una espera activa. Le creí porque Él creyó en mí cuando nadie más lo hacía. Le creí porque me mostró las marcas en sus manos como prueba de su amor.
Le creí a ciegas, y no me defraudó. Nunca lo hizo.
(…)
Y me dirigí hacia el aeropuerto.
(íbamos por esa parte del relato, ¿verdad?)
Llegamos. Todos los demás chicos tenían listo su dinero, así que nos acercamos a los mostradores de la aerolínea escogida. Éramos quizá unas trece personas en total, poco más, poco menos. Los chicos del grupo iban pasando de uno en uno para comprar sus boletos. Yo estaba atrás de todo, último en la fila, un poco nervioso, y a la espera de que Dios hiciera lo suyo.
Pasó uno.
Luego el otro.
Uno más.
Las manos me sudaban.
Pero estaba confiado.
Ya faltaban solo dos chicos antes que yo, y justo cuando estaba a punto de tener miedo de no lograrlo…
—¡JC, amigo! ¿Qué estás haciendo aquí?
Un viejo amigo mío apareció de la nada, supongo que llegando o a punto de salir en un viaje de negocios. Al menos su traje, su portafolios y su pequeña maleta me indicaban eso.
Yo estaba nervioso, y mi cerebro no tenía activa la sección social en ese momento… Supongo que había decidido enviar las reservas de energía hacia el área de la confianza.
(si eres doctor o neurólogo, por favor imagina que no acabo de decir eso).
—¡Hey! —dije, haciendo un intento por ser simpático a pesar de mis nervios— ¡Ha pasado mucho tiempo! Estamos aquí porque nos vamos de viaje misionero… Nos dirigimos a Ucrania.
Entonces su rostro se entristeció. Un destello de anhelo atravesó sus ojos, opacado por una pizca de lamentación.
—¿Sabes qué? Yo siempre quise acompañarte a uno de tus viajes misioneros, pero el trabajo y las cosas por hacer me lo impidieron…
Otro de los chicos pasó. Mi turno era el siguiente.
¿Qué tienes pensado, Dios?
—En verdad lamento no poder ir, JC… —continuó mi amigo—, pero si no van mis pasos…
Ya era mi turno.
—¡Que vayan mis pesos!
Y me entregó un fajo de billetes sin siquiera contarlos.
Mis ojos se agrandaron, en una mezcla de sorpresa y asombro.
Tomé en la mano los billetes.
—Dame un momento por favor…
Me di la vuelta, miré a la señorita de la aerolínea, y le dije:
—Quisiera un boleto por favor.
¡Lo que mi amigo me había entregado fue exactamente lo justo y necesario para que yo pudiera comprar mi pasaje! ¡No podía creerlo! ¡¿Sabes cuán improbable es eso?!
Antes de embarcar, me despedí de mi amigo con un fuerte abrazo y un enorme “GRACIAS” que abarcaba toda la gratitud que yo estaba sintiendo en ese momento.
Dios me había sorprendido una vez más, pero también me había enseñado algo muy importante…
(…)
Dios no es un Dios limitado. Él es un Dios omnipotente, todopoderoso y omnisciente.
Tu lugar de servicio está en ser parte de su cuerpo.
Allí está mi lugar.
Allí está también el tuyo.
Somos un solo cuerpo, cada uno haciendo su parte.
Dios nos ha colocado en distintos lugares por distintas razones, pues así es como funciona el cuerpo.
Y juntos trabajamos para servirle y para agrandar su Reino.
Este artículo fue extraído del libro “Pasión por las Misiones” de JC Marker
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JC Marker es conferencista y movilizador de jóvenes alrededor del mundo a través de misiones y liderazgo juvenil, encendiendo una llama de pasión y fe en los cinco continentes. Es pastor en “Iglesia del Señor Toluca (IDS Toluca)”, una de las Iglesias más grandes del Estado de México, en donde junto a su esposa se desarrolla como copastor y pastor de jóvenes.