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septiembre 17, 2025Bajo la sombra del Imperio
septiembre 22, 2025Una de las preguntas que nos hacemos cuando necesitamos reclutar personas para que nos ayuden en la labor ministerial es: ¿quién quiere ayudar? En otras palabras, ¿quién tiene la voluntad para darnos de su tiempo y habilidades para desarrollar la tarea que tenemos dentro de nuestras iglesias o ministerios?
Es por eso que a estas personas les hemos llamado “voluntarios”, porque tienen la voluntad de servir. Pero déjame plantearte un interrogante con el que los líderes hemos lidiado y sufrido por muchos años: ¿qué pasa cuando a este voluntario se le acaba la voluntad?
Según mi experiencia, cuando esto ocurre, el líder principal comenzará a lidiar con problemas en el corazón del voluntario, los que más adelante se transmitirán al ministerio. Entonces empezaremos a quejarnos porque el voluntario no tiene el mismo nivel de compromiso que nosotros, y por cómo esto limita y ralentiza el trabajo que hacemos como ministros de Dios. Más adelante, cuando los años pasen, explicaremos este fenómeno diciendo: “Así es el ministerio, sufrido”.
Y en parte es cierto. Si eres nuevo en esto de ser pastor o líder puedo adelantarte que la vida ministerial es muchas veces ingrata. Mientras escribo este libro tengo treinta y cinco años de hacer ministerio y veinte de ser pastor general. Y sí, se sufre en el ministerio. Pero también creo que hemos hecho la tarea más complicada de lo que debería ser. Así, lidiamos con el día a día del ministerio, y encima se agrega la falta de compromiso de los voluntarios.
Y creo que el problema está allí, en que son voluntarios.
Déjame explicarte.
Jesús, sin lugar a duda, nos da el mejor ejemplo de cómo reclutar personas para el trabajo ministerial. Hay una escena que ha abierto mis ojos y que me ha ayudado a entender por qué he tenido problemas durante muchos años de ministerio en esta área particular. En esta escena, el personaje central es Jesús y está narrada por Mateo:
“Jesús recorrió todas las ciudades y aldeas de esa región, enseñando en las sinagogas y anunciando la Buena Noticia acerca del reino; y sanaba toda clase de enfermedades y dolencias. Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor. A sus discípulos les dijo: ‘La cosecha es grande, pero los obreros son pocos. Así que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más obreros a sus campos’”. Mateo 9:35-38
Este es el “típico” Jesús. Siempre enfocado, siempre con la mirada en su tarea y atento a las cosas que sucedían para usarlas en favor de la enseñanza y del Reino. Sucede que, en un día típico en su vida, Mateo decide contarnos lo que sucedía. Jesús caminaba por las ciudades y aldeas haciendo lo que muchas veces había hecho. Enseñaba, sanaba y daba esperanza.
Pero ese día en particular Mateo nos narra que Jesús vio algo diferente y un tanto desalentador. A pesar de su enfoque en el uno a uno, ese día vio a las multitudes. Y esta palabra es importante porque nos recuerda que, si bien podemos trabajar de manera individual, el llamado de Dios es mucho más amplio.
Jesús dijo: “… hagan discípulos de todas las naciones…” (Mateo 28:19), lo cual establece la tarea completa. Efectivamente, lo haremos uno a uno, pero la tarea no termina con el “uno”, sino que termina con las multitudes, con todas las naciones. Jesús entonces está mirando el cuadro completo de la función que tiene la iglesia.
Al ver esta tarea, Jesús desarrolla un sentimiento en particular. El texto habla de compasión. Es la palabra griega que habla de algo dentro del ser humano, literalmente en las entrañas. Como si algo se hubiera movido dentro de su cuerpo y le generó ese sentimiento. Es el equivalente a ver a uno que muere de hambre, o de las imágenes que miramos de las guerras y la miseria del mundo. Sin embargo, en este caso, Jesús tiene este sentimiento porque estas multitudes estaban confundidas y desamparadas.
No era un tema de comida, de abuso de poder o de dolencias, sino de gente confundida, que no ha entendido las cosas importantes y que está sin el amparo de un Dios que llena estas necesidades. ¿No te suena esto parecido a lo que vivimos todos los días dentro del ministerio? ¿Te has puesto a pensar que el ministerio se trata de gente confundida y desamparada? ¿Qué no es un tema solamente de actividades ministeriales, sino que hablamos de gente?
Mateo narra que el equivalente de lo que vivían estas personas es lo que viviría una oveja en medio de la nada, cuando no tiene un pastor que la guíe, la cuide, la proteja y vele por ella. Una oveja en tales condiciones está destinada, tarde o temprano, a la muerte física. Jesús las mira y piensa lo mismo, pero de su alma y su eternidad. Estas ovejas necesitan pastores que les ayuden a subsanar su principal dolencia.
Jesús entonces hace una observación obvia: el trabajo es muy grande.
Es curioso que el hijo de Dios mire la tarea y piense que es grande. Esperaríamos que no haya nada que supere al Maestro, sino que cualquier tarea que enfrentase sería para él algo diminuto. Sin embargo, en su condición autoimpuesta de hombre, Jesús es consciente de las limitaciones y de los retos que la obra de Dios tiene.
Además, el problema se mueve en dos sentidos. No es solo que la tarea sea grande, sino que además “los obreros son pocos” (v. 37). Ya de por sí era difícil, y cuánto más ahora que sabemos que no hay muchos obreros para desarrollar la tarea.
La lógica diría que hay dos formas de llevar esto a cabo. Por un lado, podemos bajar la dificultad y el tamaño de la tarea; por el otro, podemos aumentar el número de obreros que trabajan en ella. Jesús no considera ni por un momento la posibilidad de reducir la tarea. Es como si dijera: “La tarea es lo que es. La solución para llevarla a cabo no es facilitarla sino sumar personas”.
Por eso el versículo 38 termina con esta fuerte declaración: “Así que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más obreros a sus campos”.
“Así que”, ya que la tarea es grande y los obreros son pocos, hay una sola cosa por hacer: pedir, orar. ¡Qué simple es el maestro! Pero qué profundo. Ante la realidad de la enormidad de la tarea, necesitamos más obreros. Y, ¿cómo se consiguen esos obreros? En primera instancia no se consiguen saliendo a buscarlos. La primera acción que da Jesús en este pasaje es la de pedirlos. ¿Cómo está tu vida de oración en este sentido? ¿Es una constante en tu vida estar pidiendo más que buscando? Si somos honestos, muchos de los que nos hemos visto abrumados por la tarea del ministerio actuamos de maneras no muy bíblicas (al menos no en una primera instancia): nos quejamos, cargamos lo que no podemos soportar, criticamos al que se fue y buscamos y buscamos hasta que encontramos a los voluntarios para la tarea.
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Jesús concluye esta observación diciendo: “… pídanle que envíe más obreros a sus campos” (v. 38). Este es el corazón de este capítulo. Jesús nunca nos dijo que pidiéramos “voluntarios”, sino que pidiéramos “obreros”. Y la diferencia no es menor.
Un voluntario recibe su nombre por la voluntad que tenga para desarrollar un trabajo en particular. Decimos voluntario porque la persona desea hacer el trabajo. En otras palabras, el que ella o él esté ahí es por su voluntad. Esto no tiene nada de malo. Desearíamos que todas las personas que trabajan en el ministerio tuvieran el deseo de hacerlo. Pero si la motivación inicial es su deseo, su voluntad, surge de nuevo la pregunta incómoda: ¿qué pasará si un día ese deseo y voluntad ya no están? Si solo dependemos de la voluntad de las personas, entonces cualquier líder de nuestro equipo un día podrá decirnos: “Muchas gracias por todo, pero ya no tengo ganas de seguir”, y se irá.
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¿Cuál es la propuesta que te traigo? ¡Deja de buscar voluntarios y empieza a orar por obreros! Hay cosas dentro de la labor ministerial que le corresponden solo a Dios y hay cosas que te corresponden solo a ti. Proveer obreros es trabajo de Dios. Pedirlos y estar atento a cuando él los envíe, es trabajo tuyo.
¿Cuál es el plan que tienes exclusivamente para pedirle obreros al Señor de la cosecha?
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