Formando hijos que sabrán remontar vuelo…
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abril 10, 2018Uno de mis lugares favoritos para visitar en Londres es Hampton Court, uno de los palacios de Enrique VIII. Es un hermoso palacio Tudor con un jardín increíble. Al igual que la mayoría de los sitios históricos de esa época, está lleno de información sobre el monarca quizás más infame de Inglaterra.
Según la mayoría de los relatos, Enrique VIII comenzó siendo un monarca decente que hizo las cosas típicas que suele hacer un rey: se casó bien, ganó algunas batallas importantes y fortaleció su dominio en el país. La mayor parte de su corte lo consideraba un guapo, educado, atlético, carismático y consumado gobernante. En su apogeo, Enrique era delgado, musculoso y su altura superaba el metro ochenta. Era una figura imponente para su tiempo.
ENRIQUE EL BULLY
El Enrique que la mayoría de nosotros conoce es el monarca gordo que pasó por muchas esposas. Ese Enrique surgió sobre todo después de un accidente en una justa que lo dejó con una pierna gravemente herida la cual nunca curó adecuadamente. Esto lo sumió en un dolor constante y en un amargo temperamento. También es posible que el accidente le causara un traumatismo de cráneo que haya afectado su estado de ánimo general. Sin embargo, una cosa es verdad: Enrique era un bullie.
Debido a su título, su estatura, su educación y su capacidad de vencer a la gente, estaba acostumbrado a conseguir lo que quería. Mucho antes de que fuera un hombre gordo y malhumorado ya dominaba a todos y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa a cualquier persona con tal de obtener lo que quería. Hampton Court fue originalmente el hogar del cardenal Wolsey, mano derecha de Enrique. Wolsey se hizo una reputación y logró tener una buena vida haciendo específicamente un solo trabajo: mantener feliz al rey y conseguirle todo lo que quería. Esto funcionó bien para Wolsey hasta que no pudo obtener una anulación papal del matrimonio entre Henry y su primera esposa, Catalina de Aragón. Entonces Enrique estableció su propia iglesia y Wolsey fue enviado a una especie de exilio donde más tarde murió debido a una enfermedad. Como agradecimiento por sus años de servicio, Enrique recompensó a Wolsey con el exilio y tomó todo lo que poseía, incluyendo Hampton Court.
LOS BULLIES MACHO ALFA
Quizá a esta altura puedo parecer un historiador áspero pero la verdad es que tengo mis cuestiones con los bullies macho alfa, probablemente porque yo solía ser uno de ellos. Como a todos los varones de mi edad, me criaron para ser bueno en los deportes, carismático, inteligente y tener éxito (lo habitual, ¿verdad?). Ninguna de estas cosas es inherentemente mala. No culpo a mis padres, maestros o líderes juveniles por haberme educado de esta manera. Era la norma y la verdad es que ha sido así durante mucho tiempo. Lo que más tarde pude ver es que esta mentalidad escondía el hecho de que yo era un bullie. La mayor parte de mis años en la escuela escogí a la gente. Por lo general era rápido e ingenioso por lo cual encontrar formas de burlarse de la gente parecía ser un ejercicio perfectamente bueno para mi intelecto. Yo era bueno en eso. También era bueno discutiendo, así que cada vez que alguien estaba en desacuerdo conmigo simplemente hablaba, pensaba o gritaba hasta que conseguía lo que quería. Ojalá pudiera decir que cuando encontré a Jesús tuve algún tipo de cambio instantáneo en mi vida, pero la verdad es que ya pasé los treinta y dos y todavía lucho por no ser así. Mis reacciones y respuestas más básicas me llevan hacia este tipo de comportamientos y actitudes.
EL ROL DE LA IGLESIA
Hoy en día, en una sociedad que parece estar avanzando hacia la igualdad, hacia el anti-bullying y que celebra la sensibilidad, etc., la Iglesia a veces parece estar estancada y aplaudiendo a Enrique VIII, y yo lucho contra eso. A los niños todavía se les anima a ser todas esas cosas y luego ellos ocupan puestos de poder en y alrededor de nuestras iglesias. Ya he perdido la cuenta de a cuántos matones he visto tomar el control de iglesias o grupos juveniles durante mi tiempo en el ministerio.
La semana pasada en la iglesia mostramos una película que contaba la historia de las niñas en Malawi que son obligadas a casarse. Alrededor de quince minutos después fuimos a una sala para tener nuestro encuentro juvenil y comenzamos a ver La Cabaña. Cuando llegó la escena donde el padre golpea a su hijo, uno de mis muchachos vino hacía mí asfixiado en lágrimas preguntando si podía salir. Fui afuera con él y le pregunté qué le ocurría. Me confesó lo mal que le hacía ver a un padre golpeando a un hijo, y también ver cómo se aprovechaban de esas niñas. Él era mucho más fuerte que Enrique VIII, era sensible.
Muy a menudo tratamos de quitarles la sensibilidad a nuestros preadolescentes. Vivimos en una cultura en la que está bien ser políticamente correcto pero no está bien ser sensible. Entrenamos a tantos jóvenes para ser atrevidos, fuertes o valientes. Tenemos todo tipo de canciones cristianas, camisetas, calcomanías y pulseras que los alientan a ser valientes pero, ¿cuándo vamos a alentarlos para que sean sensibles?
Cuando miro a Jesús veo todas esas cosas. Mirando su vida y lo que Él hizo por nosotros, creo que nadie podría encontrar a alguien más audaz o valiente. Tampoco creo que podamos encontrar un mejor ejemplo de sensibilidad. Jesús fue el hombre que escuchó a su madre en Caná. Él fue el hombre que se puso de pie ante la multitud en nombre de la mujer sorprendida en adulterio. Él mostró una bondad increíble hacia los ciegos, los enfermos y los leprosos. Él lloró la muerte de su amigo Lázaro y el dolor de María y Marta. Él mostró misericordia a las multitudes burlonas ante de la cruz. Jesús fue el tipo de persona que yo quiero ser. Él es la clase de persona que quiero que sean mis jóvenes. No era un bullie. No era Enrique VIII.