Getsemaní. ¿Símbolo de poder?
abril 30, 2018La relación clave entre el pastor y los padres
abril 30, 2018En términos generales la iglesia evangélica se ha alineado en dos grandes estilos: bíblico y pentecostal, y todas las denominaciones, algunas sin percatarse, se hallan afiliadas al uno o al otro. Los bíblicos centran su atención en las Sagradas Escrituras, los pentecostales ponen su énfasis en la acción del Espíritu Santo a través de los carismas. Los primeros tienden a ser cerebrales; los segundos, emocionales.
Ambas tendencias han incurrido en exageraciones. Desde su monte, los bíblicos gritan: “Tenemos la Palabra de Dios”; desde su valle los pentecostales replican: “Tenemos el Espíritu de Dios”. La ineludible disyuntiva parece ser: escrituralismo o manifestacionismo.
La iglesia integral es el nombre más adecuado para definir el movimiento que caracteriza al cristianismo del inicio de siglo y milenio y que está interpenetrando a todas las denominaciones. El Espíritu Santo quiere que los bíblicos avancen hacia el terreno pentecostal, y los pentecostales se muevan hacia el bíblico, para que se abracen en el centro, bajo la cruz. Sin embargo, sorprende que lo único que hoy parece unificar a todos los cristianos es el afán de crecimiento numérico, que es sano en sus intenciones, más que la preocupación por un auténtico crecimiento espiritual.
El gran historiador cristiano Richard Nieburhn hace la perspicaz observación de que cada coyuntura histórica trae un nuevo movimiento dentro del protestantismo; y así, por ejemplo, durante los últimos decenios:
Las mega iglesias agrupan a creyentes que trabajan en el ámbito del conocimiento. El pentecostalismo, en general, a personas sin grandes posibilidades de movilidad social.
¿Vamos, entonces, hacia la especialización de iglesias para élites e iglesias para proletarios? Eso sería destruir por la base el principio esencialista de igualdad que, por virtud de la Reforma, aniquiló al feudalismo.
Siendo imposible borrar las clasificaciones sociales, podríamos pensar en la iglesia como en un jumbo jet con sus tres clases: primera, ejecutiva y turista. Todos los pasajeros viajan en la misma nave, al mando de la misma tripulación, sometidos a la misma carta de navegación, expuestos a las mismas turbulencias y todos llegarán al mismo aeropuerto…
Hablando de modas, el paradigma evangélico es el de los grupos caseros, según el sistema celular ideado en Corea por el pastor Paul (hoy David) Yonghi Cho, de mucho éxito en su caso particular, pero que (como tuve la oportunidad de comentárselo personalmente al propio Cho durante su visita a Colombia en 1991) en Latinoamérica significa algunos riesgos. El primero es el de la rebelión espiritual. En algunos casos, el líder de un grupo casero, al hallarse ligado en la intimidad a sus miembros, cae insensiblemente en la tendencia a sustituir a su autoridad: impone manos, ora por enfermos, expulsa demonios, profetiza, ofrece consejería, etc. Poco a poco, el grupo invade el lugar de la iglesia y, a veces, acaba por independizarse de ella.
Nuestra psicología colectiva difiere de la de las naciones amarillas de Oriente, más disciplinadas y gregarias; ello explica el fracaso de quienes, al instrumentar el sistema Cho entre nosotros en forma mecánica, sólo han conseguido crear grandes montoneras sin identidad o fomentar una multiplicidad sectaria pintoresca.
Hay quienes experimentan responsablemente este sistema de iglecrecimiento y muchos de ellos han diseñado organigramas que garantizan orden, disciplina y autoridad ¡Dios los bendiga por ello! Pero no es saludable la tendencia incontrolada a generar células más o menos espontáneas al cuidado de neófitos.
Las iglesias deberían tomar en cuenta una obvia prioridad: primero el obrero y después la obra.
El pastoreo en estos países resulta más expedito a través de grupos especializados y homogéneos en la propia iglesia, no competitivos sino complementarios de ella, bajo la responsabilidad de líderes de tiempo completo y contacto permanente con el cuerpo pastoral para mantener la integridad doctrinaria y moral de toda la feligresía. La copia de métodos no garantiza eficacia. A la indisciplina propia de nuestra gente no deben añadirse pretextos adicionales para la anarquía. Generalmente, lo que se ve es elefantiasis en vez de crecimiento normal del cuerpo; y, sobre su piel, celulitis en vez de lozanía.
Sin duda, hemos tomado en préstamo ideas extrañas a las bíblicas. ¿Por qué no hacer un intercambio enriquecedor entre nosotros mismos? Si practicamos las esencialistas normas de conducta de la iglesia primitiva, seríamos cristianos prósperos y felices. Nos hemos enredado en tradiciones, religiones y denominaciones. Jesucristo nos hizo libres y, después, nosotros inventamos cadenas para atarnos. Si el Señor no viene antes, este nuevo siglo será un viaje de retorno de dos mil años, para gloria de Dios.
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