Tu hijo preadolescente puede involucrarse en la ayuda social
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agosto 30, 2020En un mundo tecnológico, ajetreado y colapsado, somos cada vez más injustos con nuestra niñez. Incluso los cristianos, a pesar de tener conocimiento de que todo tiene su tiempo, y de que todo bajo el cielo está controlado por el Señor, caemos en el trajín cotidiano y en el estrés de la vida. Esto afecta en gran medida a nuestros niños, por-que pretendemos que ellos, desde su corta edad, lleven y entiendan nuestro ritmo de vida, y se acoplen rápidamente a las exigencias del entorno. Y, lo más lamentable, les exigimos también que reaccionen de una manera “adulta” y coherente.
La mayor parte del tiempo, los adultos perdemos la perspectiva de lo que debemos modelar, fomentar, e inculcar en los niños. Por ejemplo: Un día regresamos de la escuela con nuestros dos hijos y de repente estamos atorados en el tráfico. Como adultos, estamos cansados, y entonces tenemos una mala actitud con el prójimo. No cedemos espacio en la carretera, nos enojamos por la forma en que el otro conduce, y nos volvemos irritables e intolerantes. Al llegar a casa, nuestros hijos comienzan a jugar, y al minuto pelean porque ambos quieren el mismo juguete. Ninguno quiere ceder, y no quieren compartir. Se quejan y se acusan el uno al otro. ¿Y nosotros qué hacemos? ¡Les damos una reprimenda! Te has dado cuenta, ¿verdad? Los niños al final están imitando (consciente o inconscientemente) nuestra propia conducta. Sin embargo, a la hora de evaluar la situación, nos justificamos diciendo: “Lo que les pasa a ellos es distinto, es más inocente, más ingenuo. No tienen razones para actuar así.” Los niños, entonces, terminan haciéndose la pregunta: “¿Y cómo se supone que debo reaccionar?”
El manejo de las emociones
Voy a decir esto con cuidado. Sé que suena chocante, pero tal vez nos haga reflexionar: ¡Los adultos probablemente no seamos las personas más indicadas para mostrarle a un niño cómo reaccionar! ¿Y entonces, quién? Bueno, sí, nosotros. Pero debemos preocuparnos y ocuparnos de ser buenos modelos en este sentido. El trabajo que tenemos en nuestras manos es el más importante que puede tener una persona: formar niños para que vivan de una manera que agrade a Dios. Somos los adultos los responsables de guiar, modelar y afianzar los comportamientos de los niños y niñas que nos miran. Somos los adultos los que debemos enseñarles cómo reaccionar y cómo manejar las emociones adecuadamente.
Los niños están en un “entrenamiento intensivo”. Ellos aprenden todos los días. Ellos aún no saben cómo expresar ni cómo controlar sus emociones. Somos nosotros, los adultos, los responsables designados por Dios para guiar a cada niño en el conocimiento del bien, ¡y esto incluye el manejo de sus emociones! Los padres, líderes, maestros, y consejeros, debemos ayudarlos a que aprendan a lidiar con sus sentimientos y emociones de manera constructiva. Está bien que los niños tengan sus sentimientos, pero no que se abrumen con ellos. Un niño debe aprender a sentirse desanimado, pero no rendirse; a sentirse ansioso, pero no quedarse en casa; a estar emocionado, pero no dejarse llevar por su entusiasmo de manera que entorpezca su juicio para la toma de decisiones. En esto es importante destacar que los niños aprenden a regular sus emociones de manera más efectiva cuando tienen la confianza de que sus sentimientos serán escuchados.
Cuando un niño sabe que sus sentimientos y preocupaciones serán escuchados y entendidos, sus emociones se hacen menos urgentes. Entonces el niño insistirá menos en sus demandas, y será más abierto y flexible en la búsqueda de soluciones a los problemas. También será menos frecuente que se enfrasque en actitudes de culpar, argumentar o negar. Mejorará en su capacidad de sentir empatía, y en su disposición hacia otros, y se hará más responsable de sus acciones.
El desarrollo emocional en el ser humano es un tema bastante complejo, pero permíteme compartirte tres aspectos importantes que pueden ser útiles a la hora de comprender de forma más específica la competencia emocional de un niño o niña:
La comprensión emocional
Esta se comienza a desarrollar desde edades tempranas. Los niños se desenvuelven, desde su nacimiento, en situaciones que generan distintas emociones. Así, comienzan a ajustar sus reacciones para adecuarlas a las diferentes situaciones que enfrentan, y a los propios deseos de alcanzar metas determinadas. Además, la cultura juega en esto un papel muy importante, porque influye al definir que hay determinadas reglas para expresar las emociones. Los niños y niñas adquieren el conocimiento y la comprensión de estas reglas a través de los modelos y del aprendizaje recíproco.
La regulación emocional
Las diversas situaciones vividas por los niños y niñas facilitan el desarrollo de competencias que les permiten regular las emociones generadas por estas situaciones. A medida que el niño o niña madura, va adquiriendo la habilidad de hacer frente a las crecientes exigencias sociales. El niño debe ir entendiendo el porqué de lo que siente, y cuál sería la reacción más adecuada ante esa situación, evaluando así la forma más apropiada de enfrentarse a las distintas exigencias externas. Los niños que logran hacer una evaluación de la situación y de la emoción que sintieron, alcanzan niveles de madurez e introspección que les permiten determinar más adecuadamente qué tipo de reacciones han de tener con otras personas, y las consecuencias que estas reacciones tendrán.
La empatía
La empatía se define como la capacidad que tiene una persona de entender una situación emocional de otra, y de emitir respuestas relacionadas con el sentir de esa persona. A medida que el niño va creciendo va desarrollando la empatía, y se espera que a medida que los niños tengan más experiencias, también tengan mayor capacidad de entender las diversas reacciones y comprender el porqué de las mismas, en primera instancia en relación consigo mismos, y posteriormente en relación a los demás.
¿Qué puedo hacer yo como líder?
Los líderes y maestros podemos ayudar a nuestros niños a desarrollar su inteligencia emocional a través de la forma en que ejercemos nuestro liderazgo y el modo en que abordamos las situaciones que se nos presentan. ¡Todo nuestro comportamiento le enseña algo al niño! Además de esto, algunas otras cosas que podemos hacer por él son:
- Ayudarlo a identificar qué emociones está sintiendo y por qué.
- Guiarlo para que pueda establecer una conexión entre sus sentimientos, sus pensamientos, sus palabras y sus acciones.
- Fomentar que pueda hacer asociaciones para que tome conciencia del modo en que sus sentimientos influyen sobre su comportamiento.
- Ayudarle a que se responsabilice de sus actos y enfrente apropiadamente las situaciones que se le presenten.
- Ayudarlo a que pueda expresar y canalizar sus emociones de manera saludable
Este artículo fue extraído del libro “Manual de consejería para el trabajo con niños” de Esteban Obando, Jessica Ibarbalz y Willy Gómez
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