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septiembre 22, 2025por Ricardo Flores
El 28 de mayo de 2014, la joven inglesa Athena Orchard, de tan solo 13 años, perdió la última batalla contra un tipo de cáncer llamado osteosarcoma. Pocos días después de su muerte, en su hogar en Leicester, su familia encontró una nota con tres mil palabras que Athena había escondido detrás del espejo de su habitación. Aún devastados por la pérdida, la familia pudo encontrar fortaleza en las más íntimas palabras de una niña que había luchado valientemente por su vida. Frases como «Nunca abandonen algo en lo que no pueden pasar un día sin pensar» y «Quiero ser esa chica que hace que los malos días sean mejores y la que les hace decir “Mi vida ha cambiado desde que la conocí”» han inspirado a sus familiares a seguir con sus vidas. De manera similar, las últimas palabras de Pedro encontradas en su segunda epístola servirían a los cristianos de aquella época y de todos los tiempos como un recordatorio de la verdad de la revelación de Dios.
No conocemos la fecha exacta en la que Pedro escribe su segunda carta, pero sí sabemos que Pedro pasó algún tiempo en Roma antes de su muerte (la capital imperial parecería ser un lugar probable en el que Pedro redactase su última carta). Sin ningún destinatario en particular, la epístola parece ser una carta abierta a los cristianos de todo el mundo, y si bien no sabemos nada con respecto a sus receptores originales, muy probablemente eran los mismos destinatarios con trasfondo gentil a los que anteriormente había escrito la primera epístola.
Pedro está escribiendo algo parecido a su último encargo para los cristianos, y no quiere que su vida termine sin antes tener la oportunidad de fortalecer a los creyentes recordándoles que deben crecer, perseverar en la verdadera enseñanza y esperar al Señor. El contenido de la carta, aunque corto, es un potente llamado al esfuerzo, del apóstol hacia sus lectores; el tiempo que le queda al ministerio de Pedro es breve, y por eso escribe:
Jamás dejaré de recordarles estas cosas, aun cuando las sepan y permanezcan firmes en la verdad. El Señor Jesucristo me ha revelado que mis días en este mundo están contados y que pronto he de partir; por ello, mientras viva, es mi obligación hacerles recordatorios como estos, con la esperanza de que queden tan grabados en su mente que los recuerden aún mucho después de mi partida. (2 Pedro 1:12-15)
Permíteme repetir de nuevo lo que ya he comentado en párrafos anteriores: a esta altura de su vida, la historia de Pedro es la de un hombre cuyos mejores años han pasado y ahora vive en mundo que lo ha dejado atrás, y esta carta se escribe en un mundo donde no hay lugar para los apóstoles.
En esta etapa de su viaje no hay grandes milagros, sermones capaces de convertir multitudes ni visiones espléndidas: solo hay palabras. Las primeras palabras de Pedro dejan claro lo inevitable de su muerte; esta vez no espera la irrupción sobrenatural de un ángel que lo librará de manera milagrosa de la cárcel y de sus custodios personales, sino que ya fue informado por el mismo Señor Jesucristo del desafortunado final que le espera con su última estancia en la cárcel. Cierta vez se hizo una encuesta donde a las personas se les preguntó si querían saber el día en que iban a morir.
El 96% dijo que no, pero si estuviese en este tiempo, Pedro seguramente formaría parte del 4% de la gente que respondió con un sí al interrogante. Él sabía con exactitud cuánto tiempo más de vida le quedaba en la tierra, pero la cercanía del tiempo de su partida no es un equivalente de tristeza; al contrario, trae la ilusión al viejo apóstol de que pronto volverá a estar junto a su viejo amigo y maestro.
Hemos encontrado a este gigante de la fe y héroe personal en el final de su vida, habiendo completado el recorrido hacia su destino. Los hechos de la vida de Pedro que relatamos en esta primera parte del libro rescatan las hazañas en ascenso de su ministerio como apóstol y el protagonismo que le caracterizó en la fundación de la iglesia, así como su participación para dar forma al Nuevo Testamento.
Sin embargo, no se eluden la decadencia, oposición y transformación de su ministerio público a uno casi anónimo al que se pone fin con su muerte.
El obituario de una mujer publicado en el periódico Redwood Falls Gazette se convirtió en un fenómeno en las redes sociales hace algunos años. La esquela, publicada por los hijos de esta desafortunada mujer, es una auténtica venganza hacia su madre por abandonarlos y decía más o menos lo siguiente: «Falleció el 31 de mayo de 2018 en Springfield, y ahora se enfrentará a su juicio. No será extrañada por Gina y Jay, que entienden que este mundo es un lugar mejor sin ella». A diferencia de esta mujer, la iglesia sí echaría de menos el coraje y el carácter pastoral del apóstol Pedro. Si alguien hubiese escrito el obituario del viejo apóstol después de su muerte, seguramente hubiesen citado las palabras de su viejo amigo y maestro, Jesús:
Es verdad que, si un grano de trigo cae en tierra y no muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la pierde; en cambio, quien desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. El que quiera servirme, debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará el que me sirve. Al que me sirva, mi Padre lo honrará. (Juan 12:24-26)
A menos que la semilla muera no habrá fruto, o invirtiendo el orden de las palabras: para que haya fruto, una semilla debe morir. Citando las palabras de Tertuliano, uno de los padres de la iglesia, Semen est sanguis christianorum («La sangre de los cristianos es una semilla»). Hasta hoy se cosecha el fruto producto de la muerte de Pedro; este libro y en cierta medida yo mismo son ejemplos de ello. La muerte de Pedro es la preservación de sus actos y palabras, porque como enseñó Jesús, la victoria surge de la derrota. Si vas a caer al suelo, mejor que sea como un grano de trigo.
En conclusión, me gustan las historias reales porque son una ventana a la fe, porque me motivan a vivir para Dios y me enseñan lo difícil que es que alguien aprecie ese estilo de vida. Hay varias cosas que me hacen pensar que la historia de Pedro es especial porque, en primer lugar, es una historia real y es el sueño hecho realidad de alguien que ama al Señor y desea servirlo. Puedo reflejarme en su historia porque, aunque seamos igual de imperfectos, al final Pedro demuestra ser mucho más fuerte que yo; aun con la enorme cantidad de errores que lleva sobre sus espaldas, se caiga las veces que se caiga, me enseña que siempre será capaz de levantarse y podrá rectificarse, que vale la pena entregar la vida por un bien mayor que él mismo. Con su vida, Pedro termina demostrando en su forma más pura lo que significa ser humano y ser usado por Dios. Son sus convicciones e ideales —que tú y yo compartimos como cristianos— los que son críticos, al grado de matarlo y de ponerle un punto final a su vida. Esas acciones son las que me hacen creer que la vida de Pedro es especial. Aún es demasiado pronto para comprender la razón de esta fe. Solo avanzar en nuestra búsqueda podrá arrojarnos luz, y nos corresponderá movernos hacia el pasado y así apreciar de mejor manera la transformación que sufrirá de discípulo a apóstol.
Este artículo fue extraído del libro “Pedro (un llamado a lo extraordinario) de Ricardo Flores
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Ricardo Flores
Licenciado en Teología y Director académico del Seminario Teológico Centroamericano (SETECA). Junto a su esposa sirven activamente en su iglesia local en Guatemala.