Reflexiones desde el suicidio
septiembre 22, 2016Venga tu Reino
septiembre 22, 2016Todos conocemos ese dicho popular: “de poetas y locos todos tenemos un poco”. En realidad, pienso que eso es muy cierto. Todo ser humano, dentro de las “ocurrencias” que pueda tener, tiene un espacio para la poesía o el arte de ver la vida como un cuadro que merece la mejor contemplación del resto de los demás. La forma de apreciar los eventos que suceden en el drama de la vida real, hace que desarrollemos la “vena” de escribir, componer, pintar y construir. Claro está, si esas cosas no son bien articuladas y desarrolladas, puede haber un desliz hacia el vandalismo, la destrucción y la desafinación de esa capacidad poética en el corazón de la persona. Con eso, me refiero a que el cuadro de la vida se puede ver agraviado por no elaborar la importancia de la sensibilidad y la empatía. Con ese perfil en mente, es que veo a los adolescentes. Cada joven tiene la capacidad de hacer de la vida una poesía y cultivar el espíritu que le lleva a apreciar los eventos de su vida con la profundidad de la espiritualidad. Sin embargo, para eso es importante montarse en el “viaje” de la adolescencia. Muchas veces hemos escuchado la jerga juvenil que dice: “Mano, es que ése siempre está en un viaje” o vente vamos a “tripiar”. Es muy cierto que esos términos para algunas generaciones son asociados con el uso de otras sustancias, pero no es menos cierto que los jóvenes de hoy no lo describen en ese sentido. Más bien, hay una referencia a ver la vida y apreciarla de una manera en que la puedan interpretar. Por lo tanto, quisiera destacar que la espiritualidad del adolescente no es nada más y nada menos que ver el lado poético de cada uno, desde la perspectiva de irse en un viaje a conocer un mundo al que se les ha dado una referencia, pero que no han conocido necesariamente. Es decir, la mayor parte de las personas les dicen cómo es la vida y hasta le indican “cómo se maneja”, pero es algo que los adolescentes aprenderán en el camino de sus vidas.
En mi caso personal, cada vez que tengo la oportunidad, tomo un tiempo para sentarme con mi esposa Raquel y planificar nuestro tiempo de vacaciones. Es de las cosas que más disfrutamos hacer juntos. Solemos considerar la posibilidad de visitar otro país o lugar extraño, que presente un tipo de descubrimiento aventurero. Me refiero a ese espacio por conocer lo desconocido o lo “conocido”, por referencia de gente o de la información que se nos es facilitada por la publicidad que esté a nuestro alcance. Digo esto, por que cada uno de los esfuerzos promocionales, son determinantes con la decisión de ir o no ir a ese viaje en que deseamos divertirnos. En ocasiones, escogemos y llegamos a un lugar que aunque hablemos el mismo lenguaje y compartamos costumbres similares, pareciera que no nos podemos comunicar con claridad ni ser entendidos por los habitantes locales. Son muchas las veces que nos encontramos tratando de encontrar el sitio que aparece en la promoción y en los anuncios, pero en ocasiones es menos atractivo de lo que aparentó ser en lo que se comunicó. De la misma manera, hay ocasiones que la salida para cada uno de esos lugares se convierte en una hazaña que deseamos volver a repetir. De esa manera, creo que es la vida del adolescente. Su cuerpo y su mente comienzan a desarrollarse de tal manera, que lo “conocido” de ellos se vuelve un tanto desconocido e incomprensible en su etapa de crecimiento y desarrollo en la adolescencia. Aún cuando las referencias de los que les rodean vayan en alguna dirección; pareciera que lo que sucede en ellos es muy complejo como para poder entender y apreciar. Entiendo, que es necesario advertirles a los líderes de nuestras iglesias que la espiritualidad no debe servirse de “promoción fantasiosa”, sino en modelaje de la autenticidad de cada persona. Lo peor es cuando ese “viaje de la espiritualidad”, al que como Iglesia le invitamos, se fundamenta solamente en la actividad emocional y racional, pero ignora la importancia del contacto con cada joven que lucha con los dilemas de la vida. Bob Ekblad lo dice de la siguiente manera en Reading the Bible with the Damned, “Mientras uno de los primeros objetivos de las Escrituras es estudiarla para escuchar la voz de Dios, otro objetivo crítico es que la gente pueda descubrir su propia voz, para que también se puedan comunicar”. Como líderes, tenemos la tarea de ver cómo estamos retratados en las páginas de la Biblia y de qué manera nos dirigen a ese “viaje” de espiritualidad y a conocer verdaderamente a Dios y no circunscribirlo a una experiencia como la que Job describe, que era solamente de oídas. A eso me refiero, a llegar a lugares que aunque pareciera que son conocidos y hablemos el mismo lenguaje, en ocasiones no comprendemos lo que se intenta comunicar en ese lugar del “viaje” del adolescente.
Por lo tanto, hago un llamado a ver y cultivar la poesía de nuestros adolescentes. Me parece importante resaltar que esa capacidad poética que tiene cada chico es la “aventura” a la que podemos orientar a nuestros jóvenes en apreciar el viaje al que nos invita el Espíritu Santo. Muy bien podemos leer en el texto bíblico: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gá 5.25 RV95). El autor nos invita, a no sólo vivir la experiencia, sino a caminar en esa conciencia. Ese es el viaje al que me refiero y al que debemos orientar a nuestros jóvenes. Una actividad que no se reduzca a la experiencia de la escuela dominical ni de la reunión de la sociedad de jóvenes. Es un proyecto de invitar al joven a ver el cuadro de la vida y cómo la poesía de Dios puede insertarse en la variedad de circunstancias que vive. La espiritualidad no debe desligarnos de ver a Dios en los momentos complejos y no “emocionantes” de la vida, ni tampoco puede reducirse a las actividades en el templo. Debe ser una actividad que pueda contemplar la actividad maravillosa del Espíritu Santo en los espacios que no aparecen en la “publicidad” del viaje de la vida que se nos ha dicho. Debemos cuidarnos que no seamos promotores de una “espiritualidad hueca” que se manifiesta solamente de una u otra manera. En ocasiones, le damos la imagen al joven que la vida espiritual es de gloria en gloria, cuando en ocasiones esa gloria pareciera ser preguntas y dudas “gloriosas”. Debemos comprender que el fruto del Espíritu en la vida, no surge por una actividad inmediata, sino que se ubica en un proceso que conecta las piezas del rompecabezas de la vida para ver el cuadro de Dios en nuestra vida.
Me llama la atención la experiencia de los caminantes de Emaús, de camino a su lugar de procedencia. Es un viaje de regreso, motivado por la frustración y la sensación del engaño de un aparente Mesías que prometió y no fue capaz de poder cumplir su palabra. Sus pasos iban motivados en la poesía y en el “viaje” de la tragedia y la desilusión. Es como los adolescentes que se encuentran confundidos a pesar de la experiencia “brutal” del retiro o el campamento. Es como si pareciera que Dios no es tan poderoso para “cumplir” con la expectativa personal de los sueños de cada uno de ellos. Son muchos los jóvenes que asisten a nuestras iglesias y quieren regresar a Emaús porque no han visto los resultados de una promesa que no mira la incertidumbre y la crisis. Sin embargo, inesperadamente, se aparece Jesús en ese “viaje” que ellos llevaban. Su acercamiento no fue orientado en la “cantaleta” de su incredulidad. Digo esto, porque es muy sencillo recurrir a recriminar en nuestros chicos y chicas porque no “confían en Dios” cuando se ven sumergidos en el mar de la duda. El acercamiento de Jesús, mas bien fue un tiempo de diálogo ubicado en una reflexión honesta de lo que habían dicho los profetas en el pasado a través de las Escrituras. Es en esa medida que el autor afirma que esos caminantes, o para esta ocasión “viajeros”, dijeron: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?” (Lc 24.32 RV95). Considero que este es un espacio que como Iglesia tenemos que recuperar. Hay muchos adolescentes que se llaman a sí mismos tontos, necios y torpes. Esto hace que muchos de ellos lleguen a conclusiones equivocadas de quiénes son en su viaje personal. Lucas Leys lo dice de la siguiente manera: “la buena noticia es que la palabra de Dios, comunicada a través de adultos comprensivos, es el modo más eficaz de transformar las percepciones negativas con respecto a ellos mismos que han desarrollado muchos adolescentes. La Escritura tiene el poder de dar a los jóvenes todo un nuevo repertorio de nombres, y debemos comprometernos conscientemente a realizar la tarea de presentar a nuestros jóvenes las palabras que definen quiénes son ellos en Cristo”.
El estudio bíblico debe ser para mostrar los signos de la esperanza en la vida de los jóvenes, cuando hay un intento de dejar los anhelos por seguir a Cristo por los resultados nefastos del camino. Como iglesia, debemos comprender que la fidelidad es más importante que los resultados. Esa lealtad debe estar mostrada en un sano ejercicio del acompañamiento a poder escuchar los sucesos del viaje que todos hemos tenido. Mike King, en el libro Presence- Centered Youth Ministry, menciona lo siguiente: “La lectura y la interacción con el texto bíblico debe resultar en una exhortación y enseñanza dirigida por el Espíritu. Es una parte esencial de conectar a los jóvenes con la gran historia de Dios al ayudarles a verse en la narrativa continua de su Palabra”. Es un viaje que se hace en comunidad y en las relaciones humanas, motivadas por el fruto del Espíritu que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gá 5.22-23 RV95). Recordemos que los jóvenes siempre son más importantes que los programas que hacemos. Se necesita sensibilidad de los líderes de nuestros jóvenes para comprender su “viaje”. Es el Espíritu quien nos dirige a esa experiencia de conocer lo desconocido en el marco del fruto que se cultiva en una sana espiritualidad.
Te invito a que consideres cómo puedes ayudar a tus jóvenes y adolescentes a emprender el “viaje” de la espiritualidad con Dios. Mi deseo es que tengan la oportunidad de invitar a Jesús a su casa y que nos podamos sentar juntos a la mesa. En ese espacio llegamos a la comunión profunda de conocer quiénes somos. La acción de Jesús de partir el pan, provoca que nuestros ojos sean abiertos y reconozcamos que siempre Dios ha estado en los momentos confusos del viaje. Es una admisión de que todos hemos pasado por esos viajes de confusión y frustración. Debemos cuidarnos de ignorar las tensiones de la adolescencia y cultivemos un huerto espiritual con nuestro acompañamiento. Observa las oportunidades y camina junto a los adolescentes. Tomen un tiempo para conectar los sucesos de la vida con la historia del texto bíblico. Estoy seguro que en ese viaje descubrirán hermosos hallazgos de fe y de los eventos, harán poesía. Juntos podremos afirmar de la mano que “de poetas, viajeros y locos, todos tenemos un poco”.