El dolor y el sufrimiento – Parte 1
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septiembre 22, 2016IV. CUANDO EL DOLOR NO PARECE TENER SENTIDO
Todos nosotros podemos clasificar dolores y sufrimientos en alguna de las categorías mencionadas en el punto anterior. Nos damos cuenta que, en ocasiones, el Señor quiere llamarnos la atención acerca del pecado en nuestra vida por medio del sufrimiento. Otras veces, somos plenamente conscientes de que sufrimos porque nuestras acciones u omisiones nos han llevado al punto de dolor y sufrimiento en el que estamos. Finalmente, tampoco nos resulta demasiado difícil ver el papel beneficioso que cierto grado de sufrimiento ha tenido en nuestra vida, ya que gracias al mismo, nos hemos librado de padecimientos mucho mayores.
Hay personas que pueden sufrir hasta la indecible cuando lo hacen por una causa o un motivo que vale la pena a sus ojos. La historia está llena de mártires por causas políticas y religiosas. Tal vez podemos aceptar el sufrimiento y el padecimiento de buen grado cuando comprendemos que puede contribuir al bien común, pero ¿qué hay de ese sufrimiento que parece no tener sentido o propósito alguno? ¿Qué sucede con ese dolor y padecimiento que aparenta ser totalmente arbitrario o injusto? ¿Qué propósito hay en la muerte de un niño, el dolor de unos padres por sus hijos que extravían de la vida decente, la muerte de un padre y el consiguiente desamparo económico de toda su familia?.
Este tipo de situaciones puede llevarnos, con cierta facilidad, hacia una rebelión contra Dios debido al hecho de nuestra incapacidad para comprender el porqué de determinadas situaciones, circunstancias o experiencias. Muchos cristianos han visto flaquear su fe ante la imposibilidad de encontrar una explicación lógica y razonable a su sufrimiento o el de los seres queridos y, ante el aparente o real silencio de Dios en medio de todas estas situaciones. Muchos cristianos se han sentido solos y abandonados de parte de Dios, defraudados por la falta de acción e involucración del Señor en sus vivencias de dolor y sufrimiento. Cuántos creyentes podrían hacer suyas las palabras del salmista “Despierta; ¿Por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre. ¿Por qué escondes tu rostro? (Salmo 44:23-24).
En ocasiones, toda la situación se ve agravada por nuestras falsas expectativas respecto a la vida y respecto a cómo Dios debe de actuar. Una falsa expectativa común entre muchos cristianos es que no debemos sufrir. Consciente o inconscientemente pensamos que nuestra fe nos otorga una inmunidad frente al sufrimiento y el dolor ¡Falso! Incluso podríamos afirmar que en determinados casos, la fe nos hace más proclives al dolor, tanto físico como emocional. Los cristianos, por el hecho de ser humanos, comparten la condición mortal y ésta, como ya hemos visto, está irreversiblemente ligada a la realidad del dolor y el sufrimiento.
Por otro lado, en ocasiones, nos formamos ideas o expectativas equivocadas acerca de la forma en qué se supone que Dios debe actuar ante nuestro dolor y padecimientos. Él no está obligado a eliminarlo, ni siquiera a calmarlo o disminuirlo. Dios no se comprometió, en ningún lugar de la Escritura, a hacer de nuestra vida, una vida libre de padecimientos o dolor. Tampoco tomó el compromiso de suprimirlos, disminuirlos o borrarlos si éstos llegaran a hacer aparición en nuestra experiencia vital, en nuestra vida cotidiana.
Ni la lógica ni las emociones son buenas consejeras en estas situaciones. ¿Qué lógica puede encontrarse en el fallecimiento de un bebé? ¿Qué razones lógicas podemos dar para explicar el nacimiento de un niño con una enfermedad de tipo degenerativo? En estas situaciones podemos sentirnos abandonados, traicionados y defraudados por Dios. Nuestras emociones pueden enviarnos todo tipo de mensajes en esos momentos, sin embargo, ellas no son de fiar, no pueden ser nuestro criterio para poder juzgar al Señor ni las situaciones que nos esté tocando atravesar.
Dios siempre es coherente en su actuación en nuestras vidas y ésta, siempre está motivada por el amor, sin embargo, su propósito no siempre es evidente ni tampoco comprensible, no lo sabemos todo ni lo podemos entender todo. Cuando Job sufría sin sentido aparente para él, repetidamente cuestionó a Dios acerca de la razón y el propósito de todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo, Dios no le contestó explicándole las razones, sino enfrentándolo con su propia limitación a la hora de tratar de comprenderle a Él. Ante todo ello, Job replicó al Señor:
“Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar ¿quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia? Yo estaba hablando de cosas que no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender. Tú me dijiste: Escucha que quiero hablarte; respóndeme a estas preguntas. Hasta ahora sólo de oídas te conocía pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y en la ceniza.” (Job 42:1-6)
En los momentos en que el dolor y el sufrimiento no parecen tener ningún sentido sólo nos queda la confianza en Dios. El libro de Hebreos nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios. Unos versículos antes nos indicaba que la fe es estar convencidos de cosas que no vemos. Cuando vivimos las circunstancias en que la lógica y los sentimientos no valen, la fe nos ayuda a confiar en que:
– Dios no nos ha abandonado a pesar de que podamos sentir lo contrario o las circunstancias así parezcan indicarlo. Las promesas del Señor son muy claras en ese sentido: Mateo 28:20; Hebreos 13:5 y Salmo 23, entre otras.
– Dios tiene su tiempo que, muy a menudo, por no decir siempre, es diferente al nuestro. En su momento Él cumplirá su propósito.
– Dios, como se ha indicado en el punto anterior, tiene un propósito que puede que nunca llegue a ser evidente para nosotros. En Romanos 8:28-29 Pablo nos indica que cuando una persona ama a Dios, todas las cosas ayudan para bien. Pero ¡Cuidado! No olvidemos que ese bien, no es cualquier bien. No se trata de nuestra gratificación o placer físico o emocional. Dios no está hablando de nuestras propias y personales expectativas del bien. Se trata, de que se desarrolle en nosotros el carácter de su hijo. A los ojos del Señor, ese es el mayor bien posible. Por tanto, el dolor y el sufrimiento estarían justificados si traen como consecuencia el mayor bien que Dios puede proporcionarnos, ser como Jesús.
– El amor incondicional de Dios está siempre detrás de sus designios. Dios ha demostrado ese amor en la cruz muriendo por nosotros cuando éramos sus enemigos, cuando éramos pecadores y lo único que merecíamos era la muerte y total destrucción.
V. LOS BENEFICIOS DEL DOLOR
Parece un título ridículo en la situación hedonista en la que nos ha tocado vivir. Para personas que pasamos buena parte de nuestra existencia buscando todo lo que pueda nos pueda producir placer y huyendo, cual alma en pena, de todo lo que huela a sufrimiento o dolor, hasta puede parecernos sarcástico. Pero el dolor tiene sus beneficios. No estamos diciendo que debamos desear el dolor, estas páginas no son un canto al masoquismo, sólo estamos hablando de los beneficios que podemos sacar en situaciones que, seamos realistas, van a ser inevitables en nuestras vidas.
El primer beneficio como dice el escritor cristiano C.S. Lewis es llamar la atención acerca de la realidad de que algo está mal en nuestras vidas. Este autor cristiano afirma que Dios nos susurra en nuestros placeres, habla a nuestra conciencia, pero grita en nuestros dolores. El dolor, el sufrimiento y el padecimiento son los megáfonos que Dios usa para llamarnos la atención.
Un segundo beneficio es que nos hace conscientes de nuestra propia y finita realidad como seres humanos. El dolor y el sufrimiento acaban con nuestra autosuficiencia y orgullo. Nos obligan a enfrentarnos a la realidad de que somos impotentes, frágiles e incapaces. Al experimentarlos, nos sentimos vulnerables y necesitados, a menudo, desamparados y sin fuerzas.
El tercero de los beneficios es que el dolor y el sufrimiento pueden llevarnos de vuelta a Dios. Nuestra fragilidad, incapacidad y vulnerabilidad pueden ser nuestros guías directos hacia el Señor. El aceptar la realidad de nuestra incapacidad, impotencia y finitud nos puede abrir las puertas a reforzar nuestro caminar, nuestra dependencia y nuestra experiencia del Señor. El dolor puede ser decisivo para los no creyentes. Las personas se dirigían a Jesús impulsadas por su necesidad. El dolor puede hacer a un inconverso plenamente consciente de su realidad.
El cuarto beneficio es que el dolor y los padecimientos son medios para experimentar la gracia de Dios. Ante un dolor y sufrimiento inmenso Pablo recibió la respuesta: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Su gracia nos es prometida, pero no necesariamente para mitigar el dolor o suprimirlo, mas bien para que podamos glorificar a Dios con nuestra experiencia de su gracia. Dios promete darnos las fuerzas y la capacidad para poder vivir a través de las circunstancias, no para suprimirlas.
Un quinto y, en este trabajo último beneficio, es que el dolor prueba nuestra fe. El sufrimiento purifica nuestra fe y la hace más perfecta. El bienestar, la salud, el placer, la comodidad y otras cosas por el estilo no favorecen que digamos el desarrollo de un carácter cristiano. Por el contrario, la prueba y la adversidad si que ayudan a madurar, crecer y fortalecernos espiritualmente. Sirva tan sólo como ejemplo la diferencia existente entre madurez de la iglesia perseguida en Irán, Cuba, China o Sudán y, la autocomplaciente iglesia de Europa Occidental y los Estados Unidos.