Una preparación consciente
julio 3, 2017Enseñando a nuestros preadolescentes a no ser bullies – Enrique VIII
octubre 10, 2017Unos de los temas que más nos preocupan como papás, es ver a nuestros hijos alcanzar los veintitantos años y notar que no despliegan sus alas, que tienen falta de iniciativa para nuevos emprendimientos o que muestran inconstancia en sus estudios, trabajos o relaciones de pareja. Otros se convierten en profesionales o tienen un trabajo con buen ingreso, pero siguen como niños bajo nuestra dependencia.
La realidad es que no deberíamos preocuparnos cuando llegan a esa edad, sino más bien ocuparnos cuando aún son niños, para darles las herramientas necesarias desde que se inician en su pre adolescencia. Por eso, si eres padre de un niño o un preadolescente, estas líneas te serán de gran ayuda.
Hay procesos que para todos nosotros son claros. Por ejemplo, cuando nacen les colocamos pañales y al promediar los dos años tratamos de que los dejen de usar, por esa razón nos aguantamos que por un tiempo se hagan encima. Lavando ropa y secando charquitos, ellos van adquiriendo con el tiempo el control de esfínteres, aunque siguen requiriendo nuestra asistencia cada vez que van al baño. Pronto, en esa instancia, trataremos de que se independicen y se arreglen solos, ya que sería muy triste ver a nuestro hijo de trece años usando pañales o llamándonos para que lo ayudemos a limpiarse… Sin embargo, en otras situaciones ¡se nos hace tan difícil!
¿Por qué no los dejamos volar?
Temor de padres
Solemos querer evitar que nuestros hijos corran riesgos. No queremos que se lastimen. No queremos verlos sufrir. Las medidas de protección se han tornado una gran necesidad en estos tiempos. Cinturones de seguridad, cascos y rodilleras para las bicicletas, sillitas de bebés para el auto, sillitas para los tres años, adaptador de asiento para los cinco, etc. Vivimos, invertimos y trabajamos mucho para sobreprotegerlos porque los amamos, pero debemos comprender que la vida en cierto sentido es un riesgo. Cuando nuestros hijos corren riesgos, sus hormonas liberan una adrenalina que beneficia grandemente su desarrollo físico, emocional e intelectual.
Hijos modelo canguro
Los hijos a veces se transforman en un apéndice nuestro. Vivimos tanto tiempo pensando en ellos, destinamos tanto dinero a cubrir sus necesidades, nos absorben tanto tiempo y energía con sus actividades y demandas, que no podemos despegarnos. No los queremos perder. Son una extensión de nuestra vida, de nuestro matrimonio y los ubicamos en un papel central altamente peligroso para nosotros y para su crecimiento. Cuando nosotros no los “perdemos”, ellos terminan perdiendo… y les cuesta muchísimo dejar de ser niños para encontrar su lugar (1° Corintios 13:11). Los padres que no sueltan a sus hijos, los obligan a dos malas opciones: ser sumisos y no crecer, o explotar como un volcán provocando heridas y daños en la relación (muchas veces incluso auto agrediéndose).
Responsabilidad de los hijos
La independencia es incómoda. Cuando los hijos llegan a ese punto, tienen que hacerse cargo no sólo de su sostén económico sino también de toda la asistencia personal, que está muy bien cubierta en casa, y por lo general a un muy bajo costo. Comida lista, ropa en condiciones, habitación arreglada, impuestos pagos. Muchas veces auto con nafta y seguro al día. ¿Dónde van a conseguir algo así? ¡Quién quiere perder eso!
¿Cómo ayudamos a que usen sus alas?
Repensando las relaciones
Nos toca vivir en un tiempo donde todo está cada vez más fragmentado. La división de generaciones, una realidad común y corriente aún en nuestras iglesias, hace que los niños no tengan nada que ver con los jóvenes, y que los jóvenes a su vez sean una cultura aparte de los adultos, creando así un mundo impenetrable. Por años defendimos la idea de que la iglesia existe a fin de preparar a la próxima generación para cumplir los propósitos de Dios. Hoy debemos asumir una nueva forma de pensar: la iglesia es una asociación de generaciones que cumplen los propósitos de Dios en su tiempo. La comunidad cristiana es uno de los pocos lugares en los que todavía encontramos representantes de todos los ámbitos. Debe ser un lugar de reconciliación de razas, de género y de integración socioeconómica y cultural. Jesús declaró que nuestra unidad sería la mejor muestra de su amor al mundo (Juan 17: 21). Las relaciones entre personas de distintas generaciones es absolutamente calve y también deben distinguir a la iglesia de otras instituciones culturales.
Descubriendo una fe y un llamado propios
Lamentablemente muchos jóvenes no tienen este sentido de vocación porque muchos padres cristianos tienen la visión que seguir a Jesús implica sólo ir a la iglesia o estar involucrados en sus actividades, en lugar de vivirlo de manera auténtica en cada momento. Decididamente eso marca la vida de nuestros hijos que nos observan desde mucho antes que nos demos cuenta. Ser coherentes con nuestra manera de vivir delante de la iglesia y en la intimidad de nuestro hogar, los lleva a sentirse desafiados a buscar a Dios por su propia voluntad. Su encuentro personal con el Creador los llevará a crecer en su fe y encontrar el sentido para su vida, sin diferenciar entre lo espiritual y lo secular, sabiendo que todo nuestro andar es espiritual.
Priorizando sabiduría sobre información
En la sociedad actual la información llega a través de diferentes fuentes y contamos con muchísimos datos a nuestro alcance, pero eso no nos hace necesariamente más sabios. Debemos guiar a nuestros hijos a adquirir sabiduría desde la fuente real. Proverbios 9:10 dice “El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; conocer al Santo es tener discernimiento” (NVI). Valorar la sabiduría por encima de la información es una necesidad urgente, porque en la vida práctica nuestros hijos no se mantendrán en la fe repitiendo discursos o basando sus decisiones en lo que otros les dijeron que debían hacer (o no hacer). La sabiduría demanda más paciencia, conocimiento y habilidad para transmitir la solidez y practicidad de los principios bíblicos para vivir.
Como papás y mamás somos desafiados a instruir al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él (Prov. 22:6). Pero su camino, no es nuestro camino. No tenemos que instruirlo en el rumbo que nosotros creemos o entendemos que debe tomar, sino guiarlo a descubrir a Dios para así descubrir su propio camino y propósito.
Dar a nuestros hijos el impulso para echar a volar y desplegar sus capacidades, es un regalo inapreciable. ¡Aceptemos el desafío! Mamá y papá somos un equipo en la tarea (aun cuando nuestro matrimonio no haya funcionado y estemos viviendo separados). La iglesia debe ser un equipo también que ayude a la familia, acompañándolos en esta maravillosa aventura de ser padres.