Conectados a la Fuente de Poder
septiembre 22, 2016Las 2 dimensiones
septiembre 22, 2016Jerusalén se llenaba de turistas para la pascua, venían de todos lados. Decían,- cuidado con los argentinos porque te roban todo! ¡Mira! Ahí hay dos! Ehhhh, devuelvan ese burro!!!!
Reconozco que después de años de escuela dominical y semanas santas en la iglesia, la historia de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, prendió en mi corazón cuando un día me imaginé entre esa gente, viendo venir a Jesús y teniendo que tomar la decisión de arrojar, o no, mi manto a sus pies. ¿Por qué habría de hacerlo?
Entendí que esa decisión marcaría de ahí en más mi liderazgo y mi ministerio…
Tendían sus mantos
La gente comenzaba a multiplicarse en la entrada de la ciudad, venían al encuentro de Jesús.
Sus enseñanzas y sus milagros seguían siendo el fenómeno convocante.
Ese día había un clima de profecía; se cumpliría mientras todos actuaban espontáneamente sin saberlo. La gente saludaba a Jesús con palmas de olivo y mientras gritaban y cantaban, los evangelios cuentan que tendían sus mantos por el camino al paso de Jesús.
El manto
El manto era una prenda personal. Todos los judíos la usaban. Tenía varias funciones: ante todo era un abrigo. Pero si te lo sacabas podía hacer las veces de frazada; y si lo doblabas servía de almohadón para sentarte, o de almohada para dormir.
También tenía varios significados. El manto era un signo de identidad. La gente usaba prácticamente siempre el mismo, así te conocían de lejos por el color o el tramado.
Por supuesto, el manto hablaba también acerca de quién eras, y en muchos casos era una cuestión de honor. Los religiosos, los gobernantes y las personas importantes tenían sus mantos característicos. A tal punto reflejaba la identidad de la persona que aún se entregaba temporalmente como elemento de garantía ante un compromiso o un pacto comercial. En algunos casos como el del profeta Elías, tiempo atrás, su entrega era toda una señal de sucesión y de delegación de mando.
Jesús tenía un manto, la mujer enferma durante doce años se le acercó diciendo: -si tan solo pudiera tocar su manto podría sanarme. Y el manto, fue lo último que le quitaron antes de subir a la cruz.
El manto se exhibía; y muchas veces tenemos un manto imaginario que habla de nosotros.
El manto habla de nuestra identidad, quienes somos, nuestra historia, nuestros orígenes, genes, y carácter. Aun muestra quienes queremos ser.
Habla de nuestro honor, de nuestros méritos, de lo que hemos logrado, adonde llegamos, lo que otros admiran, reconocen, y hasta nos envidian.
Mi manto habla de mi personalidad, de mis reacciones. Cada vez que digo – a mí no me van a pasar por arriba!, o -ya van a ver quién soy! … muestro mi manto.
Tu manto habla de tus talentos y de tu habilidad, de lo que te destaca, desde lo corporal a lo intelectual.
De todo lo bueno, gentil, humilde y servicial que eres.
Y también de tu orgullo… no hace falta tener o haber hecho mucho para ser vanidoso.
Ahí va, ése es el, es ella…soy yo… Es nuestra identidad.
La historia relata que ellos quitaban sus mantos y lo tendían para que pase Jesús.
¿Entiendes todo lo que significaba tender el manto en el camino para que pase Jesús?
Es reconocer el paso y la presencia del Señor, ahí queda lo mío, mis logros y mi orgullo, en el suelo, a sus pies.
Es humillación, reconocimiento y rendición. Es quedar a sus órdenes y perder los derechos.
Qué bien nos haría como líderes tomar el manto y tenderlo a sus pies.
Lo va a pisar el burro en el que va montado el rey…, más humillación, mejor ubicación.
El éxito en la vida tiene corta duración si uno no se quita el manto a tiempo y lo tiende a sus pies.
Sinceremos nuestro espacio. Estamos cansados de que nos muestren el éxito personal como único camino. Me sobran ejemplos de éxito, busco los que no encuentro tan fácilmente, los de humildad y los de pasión y cariño por la gente.
Yo quiero ser parte de una iglesia de mantos al piso.
Oremos por ser líderes de mantos al piso.
Que reconozcamos al Señor sin aferrarnos al manto en busca de aplausos en medio de nuestro propio desfile. Y mucho menos, esperar que otros lo arrojen a nuestros pies!!!
El manto también cubría; y muchas veces ese manto, al cubrirnos también se vuelve nuestro cómplice.
Cómplice de lo que no se puede mostrar, o de lo que nadie debe saber.
Muchas veces debajo del manto hay dolor, mucho dolor. Heridas todavía sangrantes de injusticias, de pérdidas, de fracasos.
Debajo del manto hay soledad. Es triste preguntarnos ¿Con quién hablo yo? ¿Quién se interesa de verdad por mí?, sin encontrar respuestas. Esos son diálogos solitarios bajo el manto…
El desgaste que produce tu ministerio, también se esconde bajo el manto, por fuera hay que estar siempre listo, sonriente y con la palabra justa. Todos sabemos que la falta de unción y comunión con el Espíritu Santo para servir, quedan bajo el manto, para afuera apelamos al talento, pero eso es pan para hoy y hambre para mañana.
El manto cubre el rencor y los pasados latentes, producidos por las ausencias, la falsedad, o la ingratitud.
Allí conviven mis vergüenzas, mis complejos y mis debilidades. Muchas veces han gritado desde abajo: – no eres lo que todos piensan!!
Bajo del manto quedan cubiertas mis más bajas miserias, lo que ni mi familia ni amigos imaginan de mí; bajo el manto… están mis pecados, mi egoísmo, mi corazón duro y mi falta de devoción.
¿Entiendes también todo lo que significa tender el manto en el camino para que pase Jesús?
En ese momento me despojo y me desahogo. Me saco el peso de encima y rindiéndome reconozco que necesito al salvador.
Jesús es el rey, pero también es el salvador. La gente gritaba “Hosanna!” eso significaba: sálvanos ahora! Quitarme el manto delante de Jesús es quedar expuesto delante de él. Es permitir que acceda a la intimidad de mi corazón para sanarme y limpiarme profundamente.
Tal vez muchos como líderes necesitemos quitarnos el manto y gritar- Señor aquí estoy necesitando tu intervención poderosa en mi vida ahora!!
Todos sin excepción somos una conjunción de lo que significa un manto que exhibe y que tapa a la vez.
En la historia del hijo prodigo hay dos hijos, uno que dice papá no merezco, con muchas faltas bajo el manto, y otro que dice papá, yo merezco!, mostrando sus méritos. El maestro los describió como jóvenes, demostrando que aferrarse al manto, no siempre es una cuestión de mucha edad. Los dos tenían que quitárselo.
La insatisfacción no tiene fin si uno no se quita el manto a tiempo y lo tiende a los pies del Señor.
Ahora, ¿qué nos queda si nos sacamos el manto?….
¿Cuál será nuestra prenda distintiva como líderes?
San Juan capítulo 13 cuenta que una noche Jesús también se quitó el manto, y tomó una toalla para lavar los pies de sus discípulos.
El manto habla de mí, de lo que exhibo y de lo que oculto, pero la toalla desplaza el eje de atención en mí mismo para centrarlo en otros.
Paradójicamente la toalla para pies no tiene mucho que exhibir y tampoco mucho que ocultar.
Justamente porque es para pies, debe utilizarse como lo hizo Jesús, de rodillas.
La toalla me expone a la suciedad de los pies ajenos, algo que no es agradable, ni llama la atención, pero desarrolla mi carácter como líder, porque que me identifica con la realidad de lo que les pasa a quienes sirvo.
Es cierto, no genera la mejor pose para la foto, pero cada uno de nosotros debe tomar una decisión; seguir aferrado al manto como los fariseos ese día, o dejarlo a sus pies y tomar la toalla.
También quisiera pertenecer a una iglesia de toallas en mano. Porque aunque liderando me voy a equivocar muchas veces, prefiero hacerlo con una toalla en la mano y no con un manto.
Habla con la gente al corazón. Muchos están necesitados de Dios, pero el obstáculo para llegar es la iglesia de mantos, de jerarquías, de hipocresía.
Los mantos pasan lejos de la gente. Y dado que la gente tiene los pies sucios, necesitan siervos con toallas en las manos.
Mi historia termina ordenando los trapos. Los mantos solo ante los pies de Jesús, las toallas ante los pies de los demás.
Muy pocas veces fui impactado por un manto, siempre ha sido por la toalla de alguien. Creo que eres como yo, me olvido fácil de los mantos que pasaron a mi lado, pero de las toallas que secaron mis pies, jamás.