¡Nos ha llamado amigos!
septiembre 22, 2016El valorar principalmente la apariencia, de parte de una iglesia (o de sus líderes), expresa que hay poca necesidad de liderazgo espiritual. Un no cristiano podría llegar a ser un obrero de “éxito” con las nuevas generaciones en esa clase de iglesia al aumentar las actividades, lanzar ideas nuevas y aumentar la asistencia. Después de una pequeña investigación, probablemente no encontraría ninguna diferencia mensurable entre este tipo de ministerio con la juventud y un club de servicio no cristiano. Ambos usan la apariencia para atraer.
Este artículo lo desafiará a desarrollar un ministerio en el que los líderes confíen en el poder de Dios. Este es el ingrediente esencial y fundamental para construir un legado espiritual saludable a largo plazo. A fin de cuentas, la salud es más atractiva que el entusiasmo.
Mi viaje desde la apariencia hasta la salud
En 1979 comencé a trabajar voluntariamente con adolescentes de once a catorce años en el ministerio de mi iglesia. ¡Me encantaba! Aunque no sabía lo que hacía, supe que Dios me estaba usando, a mí y a mis energías, para relacionarme con estos chicos y cuidarlos. Durante mi primer año, el director de adolescentes dejó nuestra iglesia y yo llegué a ser el líder por omisión. (¡Era el único voluntario!) Un año después aún no sabía lo que hacía, pero estaba muy ocupado haciéndolo. Nuestro grupo tomaba parte en todo lo que podía encontrar, y lo usaba en la forma más adecuada. A pesar de las limitantes los estudiantes estaban entretenidos y la asistencia subió, todos parecían pensar que éramos un ministerio saludable para esa edad.
Después de ser voluntario durante dos años, en 1981 me ofrecieron un puesto de interno con sueldo en un ministerio para trabajar con jóvenes. Me conmovió pensar que recibiría un sueldo para hacer lo que tanto me gustaba. Participé en todas las actividades que pude. Mi vida era el ministerio, y llegué a ser un experto en ir, hacer y lograr.
En 1985, mi mentor en el ministerio me entregó el liderazgo de lo que se consideró un ministerio exitoso. Aunque me emocionaba, por otra parte también me obligaba a probar que yo “era el hombre”. Esto me empujó a hacer más y a buscar ser el más grande y mejor en todo lo que hice (apariencia). Casi todas las noches de la semana yo estaba fuera de casa. Mientras que todas las actividades y entusiasmo aseguraban que nadie dudara sobre mi disposición para trabajar, yo dudaba de todo. En medio de esto, no podía librarme del vacío en todo lo que hacía. Estaba distante del Señor y mi corazón se endurecía lentamente. Nadie supo cómo se debilitaron mis disciplinas porque por fuera todo parecía andar bien. Podía hablar bien en relación a mi espiritualidad.
Como mi vida interior se endurecía, mi mundo exterior en el ministerio con las nuevas generaciones comenzaba a mostrar las grietas. Tres problemas principales me frecuentaban y me dejaban frustrado continuamente: no podía crear programas atractivos como los de otras iglesias, no estaba seguro de ser la persona correcta para el ministerio con la juventud y nunca podía hacer lo suficiente para agradar a todos.
Era demasiado arrogante para pensar que estos problemas me aventajarían y estaba demasiado inseguro como para pedir ayuda. Pero después de un año de mi nuevo reinado pastoral, Dios usó estos problemas que asomaban para ablandar mi corazón y enseñarme lo que necesitaba saber desesperadamente, si continuaría en el ministerio.
Me vi obligado a encontrar una dependencia auténtica del poder de Dios para cambiar mi vida e impactar mi ministerio.
Problema 1: No podía crear programas atractivos como los de otras iglesias.
En mi búsqueda continua de ideas nuevas, lo último que escogí fue un programa que agradara a los padres, traer multitudes de estudiantes de afuera y ayudarlos a crecer espiritualmente. Necesitaba un programa poderoso que nos llevara de menos a más. Sin conocer algo mejor, estudié los mejores ministerios de jóvenes y esperé que lo que estuvieran haciendo satisfaga mis preguntas. Traté de aplicar sus programas en mi ambiente, pero no entendí que había demasiadas variables para ser copiadas y tomadas en el contexto de nuestro ministerio.
Era demasiado inmaduro para buscar los principios transferibles que quizá me ayudarían. En su lugar, quería que un programa instantáneo trajera éxito rápido. Lo que sí aprendí es que copiar el programa de otro siempre lleva al fracaso. Algunas ideas del programa funcionaban por un tiempo, pero en mi ambiente no tenían la misma fuerza que tuvieron en las otras iglesias.
Pensé que si el ministerio con la juventud consistía en crear programas atractivos y yo no podía hacer esos programas, no debía ejercer dicho ministerio. Dependía del ministerio de otros para responder a mis inquietudes en vez de depender de Dios, esperando que él me mostrara su plan para un ministerio saludable. Siempre me comparaba con otros obreros que hacían que los programas increíbles parecieran sencillos. Mi incapacidad para crear programas magníficos se derivaba de mis comparaciones, y mi duda llegó al límite. Llegué a convencerme de no tener el conocimiento ni las habilidades para trabajar bien con los adolescentes.
Problema 2: Quizá no era la persona correcta para ministrar a las nuevas generaciones.
Durante mis primeros años en el ministerio, recuerdo haberme parado frente a los de menor edad (once a catorce) y disfrutar sus miradas escudriñadoras. Era joven, divertido, enérgico y bien apreciado. Sus caras decían: “Esto será bueno”. Pero sólo unos pocos años después, cuando las cosas no iban tan bien, vi una mirada diferente, una que decía: “Más vale que esto sea bueno”. Al carecer del conocimiento y las habilidades, pensé que los chicos ya no me apreciaban. Su entusiasmo decayó, la asistencia bajó, los voluntarios encontraron otros ministerios en la iglesia a los cuales dedicar su tiempo, y nuestros programas cambiaron cada vez que espié otro ministerio de adolecentes. Tanto los padres como los ancianos de la iglesia preguntaban qué pasaba, y admití que todos los problemas eran mi culpa. Miraba constantemente por encima del hombro para ver si otras personas pensaban lo mismo que yo, que tal vez no era la persona ideal para este ministerio a pesar de tener todo lo necesario.
Aunque trabajé horas agotadoras, el trabajo no resultaba ser como parecía que todos querían. Surgieron expectativas no explicadas previamente, y abastecieron mi personalidad trabajadora queriendo arreglarlo todo, aunque específicamente no podía identificar los problemas. Hacía tiempo que mi deseo de trabajar en este ministerio se había cambiado de agradar a Dios a apaciguar a la gente. Quería tener el aprecio de todos, y ese deseo me llevó al tercer mayor problema.
Problema 3: Nunca podía hacer lo suficiente para agradar a todos.
El momento crítico comenzó luego de un intento para aumentar el número de asistencia decreciente. Organicé un campamento evangelístico que para asistir, tenía por requisito traer a un amigo inconverso. Para mi asombro, nuestros jóvenes respondieron al desafío. Ese fin de semana el poder de Dios se movió y la mayoría de los estudiantes inconversos volvieron del campamento con una nueva y significativa relación con Jesucristo. Era el mejor campamento que jamás había “experimentado”.
Al siguiente lunes del campamento, entré a la oficina de la iglesia ansioso por dar las noticias al personal de la iglesia y oír los mensajes de elogio que creí que habrían estado llegando toda la mañana. A medida que me acercaba a la oficina de la iglesia, la mezcla de mi inseguridad y orgullo crearon una fantasía en la cual imaginé a todo el personal aguardando mi llegada en una fila a la entrada para felicitarme y cantando el coro “Cuán grande es él”.
Mi burbuja de fantasía “explotó cuando el administrador de la iglesia me preguntó inmediatamente: “¿Sabe usted que nuestro megáfono se rompió este fin de semana y que las camionetas de la iglesia no fueron devueltas a sus respectivos lugares de estacionamiento?” No sabía qué responder. Me quedé sin habla (lo cual era un pequeño milagro). Este no era el saludo que esperaba. En mi estado de shock, dije algo acerca de estacionar las camionetas y comprar un megáfono nuevo. Bajé la cabeza y caminé a mi oficina. Mientras me sentaba en mi escritorio, pensé “¿Renuncia se escribe con s o con c?” Fue entonces que recibí una llamada telefónica de una de las madres de los jóvenes. Asumí que me llamaba para agradecerme el cambio de vida operado en su hijo luego del fin de semana. Por el contrario, dijo: “Doug, tengo algunos problemas con tu liderazgo en el campamento durante el fin de semana”. Y pasó a explicarme que la única historia que había oído de su hijo era que una noche los chicos se acostaron en ropa interior, expulsando ventosidades y prendiendo fósforos para hacer fuego y reírse de la apariencia de las llamas. Continuó llamándome la atención por lo irresponsable y peligroso que esto era, diciendo que realmente los chicos pudieron haber “explotado”. (¡Yo solo pensaba qué magnífico video podría ser esto!) Me imagino que ella pensaba que era algo que habíamos planeado y no una travesura adolescente. De cualquier manera, me convertí en el objeto de su ira.
Hacía solo diez minutos que había llegado a la oficina y ya había tenido dos conversaciones negativas con respecto a uno de mis mejores fines de sa en el ministerio. Salí inmediatamente. Mientras manejaba hasta mi casa, no pude contener mis emociones y comencé a llorar (no el tipo de llanto con lágrimas en los ojos, mi cuerpo estaba convulsionando). Pensé en todo el tiempo, la energía y la emoción que había dedicado en el fin de semana. Mentalmente repetí las conversaciones profundas, las numerosas decisiones difíciles del liderazgo y las caras de muchos chicos que se habían entusiasmado con Cristo. Mientras lloraba, decidí arrogantemente que después de todo el trabajo que había hecho no merecía este trato.
Fue en ese momento, sentado en mi carro a un lado del camino, que sentí la presencia sobrenatural de Dios. Desearía decir que hubo una instrucción audible; pero no la hubo. No obstante, en mi corazón sentí la presencia de Dios como nunca antes había experimentado. Sentí que Dios me decía: “Doug, tú nunca serás capaz de hacer lo suficiente para agradar a todos. Concéntrate en mí. Descansa en mí. Permanece en mí. Si tu corazón gira hacia mí, podemos trabajar juntos y hacer algunas cosas buenas.” Eso era. ¡Este fue el momento que revolucionó mi ministerio! Mis tres problemas del ministerio se solucionaron luego de esa experiencia. La respuesta no estaba en programas, ni en sentirse apreciado, ni en complacer a todos. La respuesta estaba en convertirme en la persona correcta para ese ministerio. Había dejado a Dios fuera de la ecuación y había estado haciendo el ministerio usando mi propio poder. Mi corazón se había endurecido, y empleaba todo mi tiempo haciendo el trabajo de Dios sin ser un hombre de Dios.
Dios no sólo trabajó en las vidas de los adolescentes por medio de ese campamento, sino que también lo usó para hacer su trabajo en mí. Mi enfoque y la dependencia se habían centrado insensatamente en mi propia habilidad de realizar (hacer). Ahora entendí que si permanecía dependiendo de Dios y tenía mi enfoque en él, él mismo me daría el poder para ser su siervo y así alcanzar sus propósitos en mi ministerio.
Muchos obreros de nuevas generaciones con quienes hablo pueden sentirse inadecuados con sus dones, su llamado al ministerio con estas edades y su desempeño como líderes. La esperanza en estas luchas se encuentra al concentrarse en Dios y su Palabra. La solución a mis tres problemas cambió mi vida y ministerio, y me llevó a aumentar mi dependencia en el poder de Dios y a desarrollar mis habilidades como un líder espiritual.