No más mis sueños, sino los de Dios
septiembre 22, 2016Consejería, confidencialidad y chismes
septiembre 22, 2016Hay ciertas sensaciones incómodas en la vida. Una de ellas es la de no encontrar el control remoto; y si le sumas que llegaste a tu casa corriendo porque está a punto de comenzar un encuentro de fútbol que esperabas ver con ansias, creo que puede llegar a ser traumático.
Reconozco que quizás exageré más de la cuenta; pero lo cierto es que se nos han hecho indispensables en la vida estos artefactos cada vez más pequeños llamados controles remotos. Son estos objetos los que nos hacen la vida más “fácil” logrando que en milésimas de segundos controlemos objetos a la distancia.
Si hiciésemos el ejercicio mental de un conteo de cuántos controles remotos tenemos, seguramente nos sorprenderíamos. Es más: las nuevas generaciones ni se imaginan la vida sin ellos.
Recuerdo que hace un tiempo tuve que cambiar la radio de mi auto y que luego de colocarla el técnico me entregó un control remoto. Obviamente lo acepté, salí del taller y cuando iba por el camino me asaltó la curiosidad y quise usarlo; casi sin quererlo me reí de lo absurdo de usar un control teniendo literalmente a la mano los botones de la radio.
Nos hemos acostumbrado tanto al uso de estos aparatos que aún sin darnos cuenta podríamos llevar la tendencia al ministerio. Puede sonar extraño pero muchas veces podemos ser líderes que desean vivir su llamado pero sin el mínimo movimiento ni contacto.
Es como si en nuestra cabeza tuviéramos una predisposición genética a involucrarnos con las personas pero solamente lo “estrictamente” necesario y servirles hasta donde no nos suponga una pérdida de la comodidad; tal como si servir significará lo mismo que estar en el cómodo sillón de nuestras casas con el control remoto en mano. A esto lo llamo el triste “liderazgo a control remoto”.
Basta con que recordemos por un momento algunas de las escenas en la vida de Jesús e inmediatamente saltarán repetidas veces frente a nuestros ojos y nuestro corazón sus determinantes palabras: “yo he venido a servir y no a ser servido” (Mateo 20:28).
El ministerio de Jesús en la tierra le exigió una pérdida de su comodidad de forma inmediata desde el día en que hizo su aparición en el pesebre. Le significó vaciarse de sus privilegios, acercarse a quienes servía y tener algo más que los “contactos” y “acercamientos” políticamente adecuados que tenía la ya muy instalada clase religiosa de la época.
Servir a control remoto, es cuando invitamos a nuestros co-líderes a que se incomoden, tomen riesgos, gasten sus recursos y aún a ellos mismos, sin yo no estar dispuesto a hacerlo. Es liderar siendo el primero cuando Dios nos llamó claramente a ser los últimos.
Pero también liderar a control remoto es cuando para nosotros las personas dejan de ser precisamente eso, personas, convirtiéndose en la praxis del liderazgo, en objetos que se pueden manipular, tal como cualquier objeto de nuestras casas que funciona a control remoto.
El ministerio de Jesús otra vez nos desnuda y nos avergüenza cuando vemos que en su amor dignificó a los niños, las mujeres, los samaritanos y extranjeros, personas que en la órbita del momento no eran valoradas. Aún podría decir que es una bocanada de aire fresco el saber que, aunque hoy es evidente que en la iglesia latinoamericana la manipulación es la moneda corriente, en el liderazgo de Cristo la dignificación del individuo fue la constante.
Liderar a control remoto supone la ausencia de contacto real. Es el distanciamiento emocional con la gente a la cual servimos, es querer servir sin el ánimo intencional de construir relaciones emocionales significativas.
Cuando miramos a través de la ventana de los evangelios encontramos a un Jesús que se involucró emocionalmente con sus discípulos, que les amó incondicionalmente y los llamó amigos.
Creo que necesitamos volver al modelo original de liderazgo, ese que esta afianzado en la vida de Jesús, listo para ser explorado a través de las páginas de nuestra Biblia. Un liderazgo que nos llama a salir de la comodidad, a servir siendo el último, a enseñar con el ejemplo lo que significa gastarse para Dios y por otros. Ese modelo que con una euforia del cielo nos dice: ¡deja el control remoto y sígueme!
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