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febrero 13, 2019Cuando era chico y hacía algo que sabía que no tenía que hacer, mis padres solían castigarme. Mi papá tenía una técnica muy interesante para hacerlo. Puedo recordarlo enojado, ya decidido a golpearme, diciendo: “Douglas, ve a buscar algo con lo que te pueda azotar”.
Hoy suena fuerte y hasta divertido. En ese entonces sonaba completamente racional.
Con el tiempo aprendí que cuanto más tardaba en traerle algo para golpearme, más se calmaba y más suave era el castigo. Una vez estuve tentado a llevarle una almohada, pero me pareció que a él no le iba a resultar gracioso.
Golpear a un niño pequeño puede frustrar un comportamiento inapropiado, pero también puede haber un alto costo asociado (emocional, relacional y físico). Y cuando los niños crecen, ¿qué van a hacer los padres (especialmente cuando el adolescente es entonces más alto que ellos)?
Entiende que la disciplina es particular para cada situación. No hay una sola manera de manejar todas las situaciones que requieren de disciplina. Darle un golpe a un niño cuando hace algo malo quizás haga que los padres se sientan bien por un rato, pero debe haber un método mejor y más efectivo.
No hay una sola forma de disciplinar preadolescentes, pero algunas formas son mejores que otras.
Aquí tenemos cinco preguntas que mi esposa y yo usábamos cuando debíamos disciplinar a nuestros preadolescentes:
- ¿Qué hiciste?
- ¿Por qué estuvo mal lo que hiciste?
- ¿Cómo podrías haber manejado mejor la situación?
- La próxima vez, ¿qué te parece que podrías hacer?
- Si vuelves a hacer lo mismo, ¿cuál sería una consecuencia justa y natural?
Estas preguntas nos dan, tanto a los padres como a los líderes, un tiempo para calmarnos y también nos ayudan a enseñarles a nuestros preadolescentes a pensar en sus acciones. Con seguridad habrá muchas veces en las que resultaría muchísimo más fácil simplemente gritarles, golpearlos (en el caso de los padres) o enviarlos a sus cuartos.
Pero ejercer una paternidad y un liderazgo saludable requiere que los padres y los líderes usen su sabiduría, su discernimiento, su confianza y, a menudo, su paciencia. Por lo tanto, recuerda una y otra vez cuál es el objetivo de la disciplina: enseñarles a los preadolescentes a ser responsables por sus propios comportamientos. Entonces cuando llegue el momento del castigo o la disciplina, haz todo lo que puedas para ayudarte a ti y a tu preadolescente a cumplir con esa meta.
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