¿Benditos problemas?
julio 12, 2018La pregunta que todo líder debe hacerse
abril 3, 2019Trato de entender en qué punto de la historia se hizo el cambio de mando de la formación de las nuevas generaciones. Cuándo fue que se tergiversaron las responsabilidades y papeles del trabajo fundamental de formación. Aunque no podemos generalizar la situación, la inmensa mayoría de nosotros podría garantizar que nuestro presente es el resultado de la sola providencia de Dios. Si pudiéramos contar nuestras historias, tendríamos que incluir en ellas todos los ciclos de alegría, tristeza, frustración y abusos que vivimos en carne propia. Insisto que no es la historia de todos.
En lo personal traigo a mi memoria las experiencias de mi niñez, adolescencia y juventud. Había personajes en esas etapas de mi vida que me inspiraban seguridad y alegría, pero también existían otros que me provocaban mucho temor. No juzgo que estas personas hayan tenido mala intención, pero la marca que dejaron en ese momento en mi vida, fue difícil. La manera en que manejaban la corrección, el consejo y la formación era de muy baja calidad. Estas personas hacían lo que podían con los recursos y percepción que tenían de lo que para ellos significaba corregir. Muchos de ellos habían atravesado en su momento los mismos cuadros de castigos inapropiados que practicaban sobre mí.
Recuerdo muy bien al “Tío José”. Era un hombre de piel oscura muy quemada por el sol. Era alto, grueso, pero sobre todo a causa de su corpulencia física necesitaba sostener su gran pantalón con un cinturón de cuero. Lamentablemente a causa de la herencia de deficiencia formativa de nuestros abuelos y padres. La tarea de castigo físico que debían hacer mis progenitores (en este caso mi madre ya que no conocí a mi papá hasta que cumplí cuarenta y dos años), la realizaba el Tío José. Muchos de los castigos que me propinaban me los había ganado por mis travesuras de niño, pero hubiera deseado mil veces que me castigaran las personas a las que les correspondía. No dudo que lo hubieran hecho con ternura y compasión.
Cuando me convertí a Cristo y comencé a asistir a mi comunidad de fe, con el paso del tiempo noté que la experiencia que había vivido de castigos incorrectos, se repetía en muchos adolescentes y jóvenes asistentes a la congregación y en el barrio donde crecí. Mucha de la formación y disciplina que habíamos recibido, no provenía del lugar correcto. En la mayoría de los casos eran las personas incorrectas e inadecuadas las que habían realizado este tipo de tarea.
Reflexionando en este tema, llego a la conclusión de que este síndrome de “cambio de mando”, es una cuestión de tipo cultural. Es un mal que persigue a las presentes y futuras generaciones en cualquier parte del globo. Está arraigada en la vida de diaria de nuestras comunidades y ciudades.
Además, es una deficiencia que permea no solo en la sociedad secular, sino también en las mismas congregaciones evangélicas. Muchos padres han llegado a creer que somos los pastores y líderes los responsables de educarlos y formarlos a sus hijos. Al igual que se cometió el error en el pasado, se trata de emular la misma decisión errónea de la cultura. La Biblia es clara al enseñarnos: que somos los padres los únicos responsables de criar a nuestros hijos en la disciplina e instrucción de Dios (Efesios 6:4). Los ministros y comunidades de fe somos acompañantes de los padres. Una especie de apoyo que les provee a los progenitores de estos hijos herramientas que les ayuden a dirigir la vida y decisiones de sus hijos.
Cada ministerio debe ser intencional en esta labor. No se trata de abandonar a los padres a su propia suerte. Se deben identificar las problemáticas específicas de las nuevas generaciones en el lugar donde estamos ministrando (algunos patrones se repiten y otros son propios de cada lugar). Recordemos que los desafíos son diferentes dependiendo la composición social de las personas a las que ayudamos. Una es la realidad de Buenos Aires, otra la de Bogotá, y muy diferente es la de Los Ángeles, por ejemplo.
Cada pastor debe sumergirse en su rebaño y “oler a oveja” para conocer de primera mano las realidades de los miembros de su iglesia. El Espíritu de Dios está más que dispuesto a guiarnos para darnos discernimiento y ser apoyo ante la deficiencia de cada entorno. No podemos seguir generación tras generación intercambiando los mandos de formación y disciplinas a personas que no les corresponde. La tarea de los padres es exclusiva, y la de la Iglesia también. Si cada uno hacemos nuestra labor y lo hacemos juntos y coordinadamente como Dios nos llamó a realizarla, nuestras presentes y futuras generaciones nos lo agradecerán.
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