La gestión de las emociones en la familia
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noviembre 18, 2019Yo crecí en un vecindario en las afueras de Filadelfia. Pasábamos nuestras horas después de la escuela en busca de aventuras peligrosas que estiraban los límites que nuestros padres habían establecido.
Uno de los lugares que nos gustaba frecuentar era un huerto de manzanas. Llegábamos hasta esta tierra prometida y veíamos a los chicos mayores subir por la cerca, correr por el huerto, desaparecer tras una colina, y regresar con unas grandes manzanas rojas. Sin embargo, comer las manzanas prohibidas era solamente una parte de la recompensa. El verdadero premio era regresar sin que el vigilante del huerto nos atrapara.
Cuando finalmente tuve la edad suficiente para brincar la cerca, me vi confrontado con un gran dilema: ¿Desobedecería a mis padres y caminaría más allá de los límites que ellos establecieron para mí, o seguiría al grupo hacia el huerto? Aunque no puedo recordar a mis padres diciéndome que no podía entrar al huerto, yo era lo suficientemente listo para saber que si me atrapaban, enfrentar a mi papá sería mucho peor que encontrarme con el vigilante del huerto.
Al mirar atrás pensando en ese día, claramente recuerdo tres sentimientos distintos. El primero era de seguridad y protección al estar de pie fuera de la cerca. Yo estaba donde se suponía que debía estar, justo donde pertenecía.
El segundo sentimiento era el estar partido en dos por estar detenido en la parte superior de la cerca, tratando de decidir si continuar o no con mi aventura. Una pierna colgaba del lado donde el resto de mi cuerpo debía estar, mientras que la otra colgaba hacia el peligro.
El tercer sentimiento llegó cuando finalmente salté la cerca y corrí hacia el huerto. De manera muy extraña, no era como el sentimiento de libertad que yo me había imaginado. Al contrario, era casi como un sentimiento paralizador de estar donde no debía estar. Aunque cedí a la presión y corrí por una manzana, lo único que yo quería en ese momento era estar fuera de allí.
El desarrollo espiritual de nuestros preadolescentes es muy similar a mi experiencia en el huerto de manzanas. Nuestros preadolescentes son seres espirituales que crecerán para encajar en una de tres categorías.
La primera incluye a quienes ceden a las voces de la cultura que los invita a brincar del otro lado. Moldeados por la sociedad, ellos encuentran que es más fácil estar donde todos los demás están, aun cuando no pertenezcan allí. Crecen hasta ser adultos cuyo sentido personal de lo bueno y lo malo depende de lo que todos los demás están haciendo. Muy pronto se acostumbran a estar en el huerto, y eventualmente lo llaman su hogar. Están espiritualmente enfermos.
La segunda está llena de personas con las piernas colgando de la cerca. No tienen la voluntad para comprometerse con un solo lado de la cerca y terminan viviendo en ambos. Cuando les conviene estar en el huerto, saltan. Cuando les beneficia estar fuera de la cerca, se mantienen fuera. Su hábito para tomar decisiones con base en lo que es más fácil o más conveniente los lleva a vidas comprometidas con la falta de compromiso. Saben que pertenecen a una relación con Dios, pero su fe no logra hacer diferencia en la forma en la que viven cotidianamente. El estar sentados en la cerca les hace perder su salud espiritual.
El último grupo de personas son aquellos que entienden para qué fueron creadas. Aunque no siempre es fácil, van contra la corriente y se mantienen fuera de la cerca. Se encuentran en una relación vital con el Dios viviente. Aun así, su naturaleza pecaminosa todavía existe, y a menudo son tentados a saltar, y cometen errores. Pero nunca pierden de vista el hecho de que Dios los ha llamado a vivir vidas fuera del huerto. Estos jovencitos crecerán hasta ser adultos espiritualmente saludables.
Jesús define a la persona espiritualmente saludable en la forma de un mandamiento:
“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Y, “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:30-31).
Según Jesús, llevar una vida espiritual saludable fuera de la cerca es vivir una vida de compromiso. El primer mandamiento involucra enfocar todo lo que tenemos, somos, y seremos en amar a Dios. El segundo nos llama a servir a Dios al amar a otros en la misma manera en que Jesús nos ama.
Permíteme animarte a hacer que la salud espiritual de tus preadolescentes sea tu meta al hacerla primeramente tu oración. La próxima vez que pases tiempo con ellos, míralos a cada uno en silencio. Ora por cada uno y observa lo que sucederá cuando, con el tiempo, la voluntad de Dios de verlos espiritualmente saludables se convierta en tu voluntad para ellos mientras los lideras durante los años de su crecimiento.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]