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La buena noticia es que la crianza espiritual no es perfecta, sino más bien es una crianza imperfecta, llevada a cabo por padres imperfectos desde una perspectiva espiritual. Esto significa criar a los hijos con la eternidad en mente.
La Biblia nos presenta una galería de padres que, al igual que nosotros, llevaban a cuestas una mochila con sus fallas y luchas. Adán y Eva, los primeros en cometer errores, enfrentaron la tragedia de ver a uno de sus hijos convertirse en asesino de su propio hermano. Abraham, el gran patriarca, en un momento de debilidad entregó a su esposa, mintiendo acerca de ella para protegerse. Noé, el hombre justo que halló gracia ante los ojos de Dios y sobrevivió al diluvio, luchaba con el abuso del alcohol. El relato bíblico nos cuenta que sus propios hijos lo vieron borracho y desnudo, revelando su humanidad y vulnerabilidad. David, el hombre conforme al corazón de Dios, enfrentó la amarga rebelión de su hijo Absalón, una prueba de las complejidades en las relaciones familiares. Elí, sacerdote de Dios, falló en corregir a sus hijos, quienes deshonraban el templo y actuaban de manera corrupta ante el pueblo. Incluso José y María, los padres terrenales de Jesús, tuvieron un momento de descuido cuando lo olvidaron en el templo, y no se dieron cuenta de su ausencia sino hasta tres días después, mientras estaban de regreso a casa.
Es probable que si alguno de ellos llegara hoy a nuestras iglesias, más de uno los habría dirigido hacia consejería familiar. Sin embargo, Dios no los desechó por sus errores; los usó, los transformó y cumplió su propósito a través de ellos. Este relato nos deja claro que la perfección no es un requisito para ser usados por Dios. Lo que realmente importa no es cuántas veces caemos, sino cuántas veces nos levantamos y volvemos al Padre, quien siempre está dispuesto a restaurarnos y a guiarnos.
De esta manera, la Biblia nos recuerda y nos envuelve en la esperanza de saber que la gracia de Dios siempre es más grande que nuestros errores. Incluso en nuestra imperfección, él puede moldearnos para ser padres conforme a su corazón.
A lo largo de los años, he sentido una creciente frustración con ciertas enseñanzas sobre la paternidad que, en lugar de ofrecer esperanza, parecen alimentar la culpa. Muchos recursos, libros y programas construyen sus modelos a partir del temor que todos compartimos como padres: el miedo de haber fallado o de estar perjudicando de alguna forma a nuestros hijos.
Es fácil caer en ese camino, jugar con nuestras inseguridades y destacar nuestras debilidades, presentando soluciones milagrosas que supuestamente son nuestra última esperanza para “arreglar” lo que está mal. Aún peor, algunas enseñanzas afirman que solo existe una manera correcta —la suya— de criar a nuestros hijos según el corazón de Dios. Este enfoque no solo limita, sino que también ignora la diversidad de familias y contextos, y muchas veces deja de lado la gracia y la guía divinas que están disponibles para todos los padres.
Este libro no es para eso. Aquí no encontrarás una lista de reglas rígidas que te hagan sentir insuficiente o que exploten tus ansiedades. Porque, sinceramente, todos hemos experimentado esa duda, esa incertidumbre de si lo estamos haciendo bien. No te prometo fórmulas mágicas ni respuestas que eliminen todas tus preocupaciones, pero sí te aseguro que no jugaré con tus temores. Ser padre ya es bastante desafiante como para que nos carguen con más peso del necesario.
Este libro es una invitación a caminar en gracia, a comprender que, aunque somos imperfectos, somos profundamente amados y capacitados por Dios para esta tarea tan importante.
Desearíamos tener en nuestras manos un plan infalible para criar a nuestros hijos en la fe, pero la realidad es que no existe tal fórmula mágica. Con el paso del tiempo, he visto padres con una fe profunda y con habilidades excepcionales para la crianza, pero cuyos hijos, a pesar de ello, se han alejado del camino espiritual. Al mismo tiempo, he presenciado familias donde los padres, quizás menos comprometidos espiritualmente, ven a sus hijos florecer con una fe apasionada.
La verdad es que no hay una receta garantizada ni una lista de pasos simples que aseguren una fe duradera en nuestros hijos. Es precisamente esta incertidumbre lo que convierte a la crianza en un viaje tan complejo y misterioso.
La paradoja de la paternidad es que no controlamos los resultados, pero seguimos sembrando en medio de la incertidumbre, confiando en que Dios obra en sus tiempos y de maneras que no siempre comprendemos.
Permíteme recordarte: todos los padres cometemos errores. No existe el padre perfecto. Nunca ha habido y nunca habrá perfección en la crianza de los hijos. Lo que sí podemos es ser confiables en la manera en que confesamos y nos arrepentimos de nuestros errores cuando debemos hacerlo.
Los padres intencionales sabemos que cometeremos errores, pero también estamos dispuestos a levantarnos una y otra vez y aprender cómo nuestras decisiones y acciones afectan a nuestros hijos. Nuestra constancia en el presente tendrá repercusiones eternas.
Este artículo fue extraído del libro “Cómo transferir la fe a tus hijos” de Sergio Valerga.
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Sergio Valerga
Graduado del Christ for the Nations Institute en la ciudad de Dallas, Sergio Valerga es un experimentado pastor, autor y conferencista. Su liderazgo se extiende como Director Nacional de e625.com en Estados Unidos, donde impulsa iniciativas de gran impacto entre pastores y padres. En el corazón de su vida se encuentra su familia: su esposa Carina y sus hijos Sergio y Allan.