El éxito siempre es una consecuencia
junio 3, 2018¿Benditos problemas?
julio 12, 2018Vivimos en la era de los influencers. Se define a un influencer como una persona que cuenta con cierta credibilidad sobre un tema concreto, y por su presencia e influencia en redes sociales puede llegar a convertirse en un prescriptor interesante para una marca. Estas personas básicamente son las indicadas para marcar tendencias.
Cuando alguien toma una función de liderazgo se convierte en una persona de influencia. De hecho, muchos definen el liderazgo como la capacidad de influenciar. Y cuando los líderes son espirituales y desarrollan un ministerio de servicio a las personas, estos conceptos cobran una alta preponderancia.
Hoy los medios de comunicación y la conectividad en internet nos han permitido acceder a información que antes no teníamos y también de manera sorprendente entrar a ámbitos digitales que nos llevan virtualmente a lugares donde antes nunca hubiéramos llegado sin viajar hasta allí. Los modelos de cómo se plantean, presentan, comunican y desarrollan los ministerios, están al alcance de la mano y con ellos, los estilos y las formas personales de quienes los lideran, que muchas veces sin pretenderlo se convierten en influencers ministeriales. A mí me parece que eso está bueno. Que podamos acceder, ver y aprender y casi mágicamente, estar presentes ahí.
Así es como hoy más que nunca debemos examinar todo y retener lo bueno. No todo se reduce a copiar y pegar como hacemos con los textos digitales. Quizás pienses como yo. Parecía que ya habíamos escarmentado en esto, que no es cuestión de vestirse igual, decir lo mismo, usar los mismos slogans y tocar la misma música para garantizar los resultados que otros tienen. Todavía nos falta un poco más de percepción para dar por aprendido que las culturas y las formas no son aplicables en todas las geografías y contextos sociales. Y entre tanto exitismo en el ambiente, no suelen escucharse las historias de quienes han forzado los procedimientos hasta que con sentido común cayeron en la cuenta de que no resultaron, simplemente porque no ya no eran ellos, querían ser otros.
La autenticidad sigue siendo un valor innegociable que todas las personas, sobre todo las nuevas generaciones de hoy, valoran y necesitan en medio de tanta cultura de apariencias, de caretas y de “auténticos decadentes”.
Miquela es una modelo publicitaria. Una verdadera influencer. Sus rasgos faciales y su figura corporal la han llevado a ser la imagen de las grandes marcas de ropa. También incursionó en la música y tiene algunas canciones subidas en You Tube. Su popularidad la ha llevado a tener cerca de un millón de seguidores en Instagram en muy poco tiempo. Pero hay un detalle: Ella no existe. Es una creación digital. Sonríe, posa, genera ventas y hasta canta con una voz que no es suya. ¿Puede ser que esto ocurra? ¿Que estemos dispuestos a negociar la autenticidad en busca de modelos que rayan la perfección?
Juan nos muestra al principio de su evangelio que muchos pudieron ver su gloria (la de Jesús) como la del único Hijo del Padre, pero los matices son altamente contrastantes y a la vez reveladores: El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros…. lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14)
Esta expresión nos ayuda a entender por qué Isaías profetizó que no se vería como alguien llamativamente atractivo. Comprendemos mejor porqué los de Nazaret lo seguían viendo como el hijo del carpintero y los más religiosos como amigo de pecadores.
Siempre es bueno recordar de quién somos discípulos, y así volver a encausar nuestro pastorado, nuestra manera de influenciar y de servir a los demás. Será necesario volver a pensar que la calidez nunca quita la calidad. La juventud necesita pastores cercanos, comprensivos, empáticos y que sean amorosos, porque más allá de nuestro carácter, Dios es amor y eso es lo que la gente merece recibir de primera mano de parte de sus siervos. Si los estándares de calidad nos han vuelto más fríos y especuladores, volvamos a la gracia que mostró Jesús, con un sinfín de detalles aparentemente desprolijos que en su perfección se permitió deslizar, quizás para darnos una lección que todavía debemos aprender. Un corazón que comprenda será más valorado que un show que ya casi no sorprenda.
Tendremos que reafirmar otra vez que la humanidad no quita la espiritualidad. Jesús lloró, guardó silencio, suspendió discursos para estar con los niños, fabricó un vino de alta gama para un casamiento desorganizado y disfrutó de cada una de las invitaciones que recibió.
Otra vez, en nombre de todos los que oímos sermones y leemos las vidas de quienes los dicen, creemos que la sencillez no quita la profundidad. No podemos hacer que la gente crea lo que decimos cuando predicamos, porque eso es una actividad del Espíritu Santo. Lo que no podemos permitir es que no se nos entienda. Eso sí resultaría un fracaso de nuestra parte. Si queremos a las nuevas generaciones en nuestros auditorios, entonces hablemos para ellos. Porque también es cierto que lo complejo puede ser tremendamente superficial.
Jesús hubiera deslumbrado a sus oyentes con relatos de la creación, hablando de física y astronomía, pero decidió hablar de un sembrador, un padre de dos hijos, de una higuera, etc. Esto también es gracia y verdad. Si un mensaje es aburrido, habrá dejado de ser un mensaje.
Finalmente, la humildad no quita el poder. Porque el poder es de Dios y la humildad debe ser nuestra. Habrá que preguntarse también porqué la gente cree tan fácilmente que el poder pertenece a las personas. La humildad siempre disipa las dudas y sigue creando una sana admiración.
Todos elegimos de quién aprender y a quién vamos a imitar. Jesús, al paso del tiempo, parece seguir siendo el mejor de los influencers, por lejos. Entonces lo antiguo no quita lo vigente…
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