Un tono de gracia en nuestra predicación
noviembre 11, 20225 consejos para enfocarnos en Jesús en esta Navidad
noviembre 28, 2022Esta es la escena: la semana pasada, nueve varones de 6° grado y yo en la sala de mi casa. Es mi grupo pequeño del ministerio juvenil. Me reúno con ellos todos los miércoles por la noche para disfrutar de una buena combinación de conversar sobre temas espirituales y por qué no confesarlo, hacer algunas tonterías.
Los chicos de 11 y 12 años tienen una forma de pensar bastante concreta (más adelante en este libro hablaremos mucho sobre lo que esto significa), y tener conversaciones espirituales sobre ideas abstractas acerca de la fe a veces es todo un desafío. Es por eso que la asombrosa y casi confrontativa pregunta de Cris, me tomó un poco por sorpresa: ¿Por qué nadie responde mis preguntas? Lo dijo más como una afirmación que como una pregunta, con una alta dosis de frustración y un dejo de ira. Y yo no podría haber estado más emocionado.
Unos meses atrás, nuestro grupo había estado hablando sobre la encarnación (era principios de diciembre y ellos ya pensaban todo el tiempo en la Navidad). En medio de mi descripción sobre lo maravilloso que era que Dios hubiera escogido insertarse él mismo dentro de su propia creación para poder conectarse con nosotros, Cris me interrumpió. Dio un suspiro y preguntó: “¿Cómo sabemos que todo esto siquiera es verdad?”
En ese momento yo no estaba seguro si Cris realmente quería una respuesta. Quizás debería haber repetido la pregunta que Jesús le hizo al ciego Bartimeo: “¿Qué es lo que quieres que haga por ti? O quizás con una sutil variante: “¿Qué es lo que realmente estás preguntando Cris?”. Otro de los chicos de 6° grado, claramente criado en la iglesia y cargado de confianza preadolescente, le dio un empujón a Cris: “¡No debes hacer preguntas como esa!”. Entonces intervine respaldando fuertemente a Cris. Le dije que realizar ese tipo de preguntas era fantástico y que era una parte súper importante de seguir a Jesús. También le dije que nunca debía sentirse incómodo, avergonzado o con miedo de hacer preguntas.
Pero no respondí su pregunta. Lo vi como una oportunidad de afirmar su interés en preguntar pensando que ese era el verdadero asunto. Pero no lo era. Ahora, en estos meses posteriores, Cris estaba enojado y obvia-mente había estado luchando con su pregunta y algunas otras por el estilo durante mucho tiempo. Dijo que le había preguntado a más de una persona y que todos le seguían diciendo que era bueno hacer preguntas pero que nadie le había respondido las suyas. Incluso hizo referencia a un libro para preadolescentes sobre la fe que yo había escrito y que le había dado a él, ¡y aseguró que el libro había hecho lo mismo!
Sí. Sin ninguna duda era tiempo de responder las preguntas de Cris. Hice a un lado mis planes y le pregunté qué era lo que quería saber. Comenzó con: “Bueno, quiero saber cómo sabemos que la Biblia es verdad” .Otro de los chicos intervino: “¿Y si llegamos al cielo y descubrimos que teníamos el Dios equivocado?”.
Entonces me zambullí en el asunto. Insistí una y otra vez en lo importante que era luchar con estas cosas y cómo esto era parte de su crecimiento para llegar a ser hombres de fe. Fui cuidadoso en mis respuestas utilizando frases como: “Esto es lo que yo creo que es verdad y es lo que hace que esté seguro de mi explicación; pero quizás necesites más que mis respuestas, y allí es donde aparece la fe”.
Esto es lo que entendí en forma absoluta en ese momento: Cris estaba revelando, de manera gloriosa diría yo, la interacción entre el desarrollo de una mente preadolescente y la fe. Cris estaba mostrándome su mente en pleno cambio. Y si yo no supiera nada acerca del desarrollo del cerebro en esta etapa, quizás hasta hubiera podido perderme ese momento, o hubiera acabado con su curiosidad con respuestas fáciles que no satisficieran la intensidad de las preguntas.
A mí me apasiona, me fascina la mente de estos chicos que están entrando en la adolescencia. Como líder veterano de jóvenes (ya llevo 30 años) y como padre de dos adolescentes, descubro que el hecho de continuar conociendo cada vez más la mentalidad preadolescente y adolescente retroalimenta casi todo lo que hago como líder y como padre. Mi deseo es que este pequeño libro te proporcione algo de conocimiento, algunos momentos en los que puedas decir: “¡Ah!¡Eso explica las cosas!”. Pero mi mayor deseo es que, como resultado de esas cosas que logres entender, te comprometas más con la vida de ese jovencito que tienes en tu hogar o con los que tienes en tu grupo.
Este libro fue extraído del libro “Entiende a tu preadolescente” de Mark Ostreicher
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