
Enseñar con compasión es enseñar como Jesús
octubre 24, 2025¿Por qué? La gran pregunta cuando atravesamos un tiempo de dolor.
La pregunta “¿por qué se murió?” surge del dolor del corazón que necesita alivio. Pareciera que la mente requiere una respuesta para mitigar el dolor, necesita de una respuesta racional. La mente pide una razón, necesita entender las causas.
Los amigos de Job hicieron eso: filosofaron por largo rato con sus razonamientos humanos, dando respuestas al porqué de las muertes cercanas a Job.
Buscar explicar qué fue lo que realmente causó la muerte muchas veces lleva a culpar al que sufre o a otros. Y esto no da alivio al dolor.
¿Será que es mejor no buscar en el pasado ni bucear introspectivamente en el interior de las causas, sino, en su lugar, mirar hacia adelante, al futuro, y hacia arriba, hacia el Señor, para poder superar el dolor de la muerte de un familiar?
¿Será que no es tan importante encontrar el por qué o el para qué sino el cómo responder? ¿Cuáles son nuestra actitud y conducta, nuestras decisiones y respuestas, nuestra fe y fidelidad delante del Señor que permitió la muerte? ¿Cómo enfrentamos la muerte, cómo decidimos seguir adelante con la vida, cómo decidimos seguir la relación con Dios?
Más saludable es aceptar la realidad enfocándonos en la esperanza de la vida eterna para ellos y en la continuidad de la vida aquí en la tierra por un tiempo más para nosotros.
El corazón dolido, perplejo, asombrado, vulnerable, muchas veces desesperado, necesita una respuesta a la ineludible pregunta: ¿por qué Dios permitió que muriera? Interrogante que sale de un desgarrado corazón y que no encuentra descanso ni respuestas. Algunos se preguntan: ¿qué hemos hecho mal para recibir semejante castigo de Dios?, o ¿qué no hemos hecho?, ¿qué nos faltó hacer?, ¿por qué a nosotros? Orando estas preguntas, de pronto algo ilumina la mente y nos responde: saberlo de todas maneras tampoco cambia la dolorosa realidad que estamos atravesando.
Es fácil no comprender por qué sucedieron así las cosas, y por qué no coinciden con nuestras ilusiones y expectativas. Esperamos que nuestros hijos amen al Señor y le sirvan con fidelidad, que se casen, tengan hijos, cuiden de su familia, tengan proyectos, que progresen en la vida y sean felices, que tengan una larga vida y finalmente, ya ancianos, lleguen a partir para estar siempre con el Señor. Jamás pensamos que estos sueños lícitos y naturales iban a ser truncados. Si vuelcas tu frustración y dolor en las manos del Señor, sin enojo ni rebeldía, con certeza él te comprenderá y te acompañará en este dolor tan grande. Cuando abrimos nuestra alma delante de su santo trono, sabiendo que él está cerca nuestro, y cuando deseamos poner nuestra voluntad alineada a su santa y divina voluntad, solo por fe, se abre poderosamente un camino de restauración desconocido por nosotros hasta entonces. Comenzamos a desear ver las cosas como Dios las ve.
Testimonio personal – (escribe Daniel). Cuando Elida y yo teníamos el corazón destrozado por el dolor, ya seco de tanto llorar, y tan perplejo por no comprender, nos sinceramos en oración delante del Señor sin ocultar nada, conscientes de su presencia; de a poquito comenzamos a recordar: “Mis pensamientos no se parecen en nada a sus pensamientos—dice el Señor—. Y mis caminos están muy por encima de lo que pudieran imaginarse. Pues así como los cielos están más altos que la tierra, así mis caminos están más altos que sus caminos y mis pensamientos, más altos que sus pensamientos” (Isaías 55:8-9).
El “¿por qué, Señor…?” queda sin respuesta aquí, debajo del sol. No tenemos el cuadro completo de los propósitos eternos de nuestro Padre Celestial. Los planes de Dios no siempre son lo que nosotros queremos para nuestras vidas.
Reconocimos en ese momento que nos era imposible entender a Dios. Solo debíamos creer que él estaba al control de todo. Y decidimos seguir siendo fieles a él. Aceptamos que sus pensamientos y sus caminos son tan altos como los cielos y nosotros estamos sobre la tierra. Solo nos corresponde, aunque llorando, quedarnos en silencio y respetar su decisión. Decidimos aceptar su voluntad creyendo por fe, que es buena, aunque no sepamos para qué, que es agradable y perfecta, aunque no entendamos para quién (Romanos 12:2).
Entendiendo esto (escribe Elida), un día pude orar así: “Señor, eres soberano, ¡tan soberano! Hoy renuncio a preguntarte una y otra vez, ¡¿por qué, Señor? ¡Decido respetar tu voluntad!”. Ese día sentí que soltaba mi dolor y se lo entregaba a él. Y comencé de a poco a sentirme libre de tanto dolor.
Hay un pasaje que nos ha hecho bien leer y releer durante el proceso de duelo por la muerte de nuestra hija Lorena: “La gente buena se muere; muchas veces, los justos mueren antes de que llegue su hora. Pero a nadie parece importarle el porqué; tampoco se lo preguntan a sí mismos. Parece que nadie entiende que Dios los está protegiendo del mal que vendrá. Pues los que andan por el camino de la justicia descansarán en paz cuando mueran” (Isaías 57:1-2).
Otro pasaje que tomamos por fe: “No tengas miedo, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te daré fuerzas y te ayudaré; te sostendré con mi mano derecha victoriosa” (Isaías 41:10).
Seguir confiando en el Señor y permanecer en silencio en su presencia fue la mejor respuesta que pudimos dar en medio del dolor. Seguir fieles a él ha sido lo más saludable para nuestras vidas.
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Daniel y Elida Rota
Daniel es psiquiatra, cursó estudios teológicos en el Regent College en Canadá y fue docente en diversos seminarios teológicos.
Élida es Licenciada en Psicología Clínica y fue docente del Instituto Bíblico de Buenos Aires.
Ambos tienen más de 30 años de experiencia en consejería familiar y personal. Están casados hace más de 40 años y pertenecen al cuerpo pastoral de la iglesia Una Vida Mejor, en la ciudad de Buenos Aires.






