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junio 3, 2024Uno de mis temores más grandes como pastor, es ganar a muchas personas para Cristo y terminar perdiendo a mis hijas. Ellas aún son chicas, tienen 7 y 13 años. Todos los días oro para que tengan una revelación personal de Jesús en sus vidas, como su mamá y yo la hemos tenido. Sin embargo sé muy bien que el impacto más grande que recibirán en sus vidas, vendrá sin dudas como producto de lo que puedan ver en sus papás. En ese sentido quizás el mayor problema no sea que nosotros somos sus padres, sino que somos pastores.
Hay una constante lucha entre lo que ellas ven cotidianamente a su alrededor y lo que encuentran en la iglesia. Están siendo expuestas a un mundo mucho más avasallante de una manera mucho más poderosa de lo que yo jamás fui expuesto. He tenido que tener charlas con mi hija de 13 años de temas que a su edad, quizás yo no tenía ni idea de que existieran. Las redes sociales y todo lo que nos rodea han cambiado la dinámica no solo de nuestras relaciones, sino también de la asimilación de la información. Y todo esto me ha hecho pensar seriamente en la iglesia.
¿Qué modelo de iglesia estamos teniendo? No estoy hablando de la Iglesia con “I” mayúscula. Como bien sabrás mi querido pastor o líder, la Iglesia con “I” mayúscula no es el culto o la reunión, no es el edificio ni lo que sucede solo los domingos cuando nos reunimos. Ésta Iglesia es aquella que esta conformada por todos los que hemos decidido hacer a Jesús el Señor y Salvador de nuestras vidas y funciona de lunes a domingo cuando compartimos el evangelio, oramos y tenemos comunión unos con otros. Ésta Iglesia no me preocupa. Aquí me estoy refiriendo a la iglesia con “i” minúscula, es decir la expresión local del cuerpo de Cristo. Dependiendo de cada región en el mundo, la iglesia cambia de modelo. El mensaje del evangelio es el mismo, pero la manera en que expresamos nuestra devoción a Dios cambia. No es lo mismo ser cristiano en Estados Unidos, el país más rico del mundo, donde hay una cultura consumista y aun un tanto pro cristiana (aunque post cristiana en general), que ser cristiano en China por ejemplo, donde hay opresión, donde reunirse a adorar no es legal y donde se cree que la iglesia subterránea es la más numerosa de todo el mundo en el día de hoy.
Nuestra lucha no pasa solo por dar el mensaje, sino además por la manera en la que lo presentamos. La Biblia dice en Proverbios 27:14 (NVI) “El mejor saludo se juzga una impertinencia cuando se da a gritos y de madrugada”. Podemos tener el mejor mensaje y podemos tener la mejor teología, pero por muy buenos que estos sean, expresados de la manera equivocada, serán tomados a mal, incomprendidos o directamente descartados. El mundo avanza a pasos agigantados y esta nueva generación llega con otras ideas, con otra estructura mental, con otras necesidades y con otro código de lenguaje. Esta realidad nos plantea dos opciones. La primera de ellas es la de abrazar nuestra manera de hacer iglesia y glorificarla de tal forma que nadie la pueda tocar ni cambiar (a eso lo he visto y créeme que con el paso del tiempo el resultado siempre arroja iglesias con tendencia al decrecimiento en edificios vacíos). La segunda opción suena simple pero es un tanto dolorosa y quizás por eso muchas personas tengan una resistencia natural hacia ella: cambiar.
No cambiar el mensaje, pero si la manera en que lo presentamos. Hay cosas que solemos amar acerca de la manera en la que hacemos iglesia. El formato de los cultos, la manera de vestir, las palabras que usamos para expresarnos, la música que se toca o el estilo de predicar, solo por mencionar algunas. Todo esto a veces termina mostrando una idea de Dios más asociada a nuestras costumbres que a su misma esencia, y esto lamentablemente puede ser el obstáculo principal para que las nuevas generaciones se acerquen a Él. No hace falta ir a una iglesia para hacerte una mala idea de ella. Solo tienes que ver en internet algunos de los vídeos más raros de algunas iglesias para crearte el siguiente pensamiento: “¡Sí eso es ser cristiano, mejor no!”. Ellos toman la decisión aun antes de escuchar ningún mensaje.
Otra vez, pensando en mis hijas, quiero que lo que hago y el mensaje que comparto sea claro y entendible para ellas. Por el bien de ellas mismas y por el de la generación que representan. Yo quiero invitarte a que revises lo que hacemos como iglesia. Pregúntate: ¿Lo que hago Está trayendo resultados? ¿Está comunicando correctamente la idea de Dios? ¿Es entendible para quien se acerca por primera vez? Si no es así, te invito a cambiar. Habrá algunos que se enojen y quizás amenacen con irse si les cambias algún elemento de la manera en que haces iglesia, pero aun Dios sacrificó a uno para ganarnos a todos. No hagas tú lo contrario sacrificando a todos (incluyendo a tus hijos) por ganar a uno.
Personalmente amo la manera en la que hacemos iglesia con “i” minúscula, pero definitivamente si me dan a escoger, amo más a mis hijas, y por qué no, a toda la generación actual. Amado líder o pastor, te invito a que en la intimidad de tu relación con Dios, consideres con su guía la posibilidad de cambiar algunas cosas que amas para poder alcanzar aquellas a las que amas más.
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