Ensayo y Error – En busca de la vocación
septiembre 22, 2016¡No me gusta que me evalúen!
septiembre 22, 2016Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos… Mateo 16:15,17
Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Mateo 16:21,22
Luego que en el siglo IV la fe cristiana fuera reconocida con Constantino y luego con Teodosio I como la religión oficial del Imperio, los cambios no demoraron en venir. Del Dios de Amor, pasamos al Dios del Poder. De movimiento, pasamos a ser Institución. De perseguidos, a los pocos años, nos convertimos en perseguidores. De estar dispuesto a morir por lo que confesamos, pasamos a matar por lo que creemos. Los símbolos cristianos como la Eucaristía y el Bautismo, pasaron de ser símbolos que condicionaban la manera de vivir a simples formas litúrgicas donde la única importancia se centró en administrarlos de la manera correcta. De ser un grupo de personas que de manera voluntaria asumían un estilo de vida enmarcado en la vida de Jesús, derivó en la obligación del bautismo para ser parte del Imperio. En este contexto, se aprobó el Canon Bíblico y se solidificó o petrificó lo que hoy llamamos “Ortodoxia”. En los primeros años del cristianismo, la fe de las iglesias era diversa, apuntaban a ciertos elementos en común, como la Encarnación de Dios en Jesús de Nazaret, su predicación de amor incluso a los enemigos y su fuerte convicción de ser un movimiento no violento.
Pero esa diversidad poco a poco fue siendo pavimentada por los intereses del Imperio Romano, de unir al Imperio bajo una misma bandera y mientras menos diversidad tengamos, más fácil es seguir avanzando como potencia. Los vicios de la religión enquistada en el poder absoluto deformaron el panorama.
Fue en ese panorama, que aparece Agustín de Hipona, que obsesionado por la culpa e influenciado por la filosofía griega, llega a conclusiones como lo del pecado original, esa mancha que llevamos desde antes de nacer y la de la Cruz de Cristo como lo más importante en la Fe cristiana. No es que los evangelios no les importara la Cruz, pero a diferencia de Agustín, que pone a Jesús como el Hombre-Dios que vino al mundo solo a morir. Los evangelios son enfáticos que la Cruz no está divorciada de la vida de Jesús. La cruz de Jesús fue resultado de una vida coherente con sus opciones fundamentales, la Cruz de Jesús fue el resultado de su estilo de Vida.
“Tomar la Cruz”… ¿Qué significa? La cruz era un método de tortura Romano destinado no a cualquier delincuente, sino específicamente a personas que ponían en duda la autoridad de César.
Ningún ciudadano Romano moría en la Cruz, porque ese método de tortura estaba pensado para los que no estaban dentro del Imperio, para aquella escoria humana que vivía al margen del sistema.
En Palestina, solo morían en la cruz, bandidos que ponían en duda el poder absoluto de Roma y sus intenciones de poder. Cuando los evangelios hablan de que Jesús invitaba a tomar la Cruz, no está hablando de “asumir valentía ante los problemas” , es más que eso, es identificarse con un estilo de vida que pone en tela de juicio el poder absoluto del Emperador y del Imperio, es tener una actitud crítica a los absolutos que se enquistan en la soberbia del poder, es también tomar la cruz junto con toda esa masa de gente que es considerada por el Imperio de turno como aquellos que viven al margen del sistema.
Tomar la cruz, es tomar la opción radical de pararse frente a todos los que se creen dioses en este mundo y decirles que nosotros no metemos en el mismo saco a César y a Dios, una cosa es el poder político, militar, económico, pero esa no es la vara desde donde medimos al hombre ni la vida, sino desde Dios. Este Dios Padre que se acerca a los más desvalidos, que es protector de los que viven al desamparo de los privilegios del sistema. Ese será nuestro lente desde donde veremos la Vida y el mundo.
El relato de hoy, nos trae a Pedro. Pedro nos representa a todos. Es el discípulo que por inspiración de Dios reconoce que Jesús es el Mesías, pero al mismo tiempo, su reconocimiento está totalmente divorciado de su ética. Pedro no quiere ir a la Cruz. Pedro no tiene problema en guardar el Dogma o la “Sana Doctrina” del SER de Jesús, pero aún con todo eso, no le interesa seguir a Jesús en su EJEMPLO DE VIDA.
Pedro nos representa. Este año, luego de celebrar Semana Santa, me di cuenta de algunas publicaciones en revistas y portales cristianos, sobre lo que significó el Domingo de Resurrección. Muchos nos centramos en defender la historicidad del relato de Resurrección. Nos centramos en defender que “Así sucedió” y lanzamos contra todos los que tanto dentro o fuera de la iglesia tienen una opinión diferente. en defender la historicidad, no hablamos nada de lo que los relatos del evangelio nos quieren enseñar sobre esa nueva vida en Cristo. La vida del Resucitado.
No solo eso. Conozco mucha gente y amigos queridos, que se quedaron pegados en defender esa área de la Fé. La comprobación histórica de algunos relatos Bíblicos, la comprobación científica de la creación, la defensa acérrima del SER divino de Jesús, la inherencia de las Escrituras. No digo que no sean importantes estos temas, pero detecto que a muchos se nos va la vida y acentuamos tanta importancia a esto que dejamos lo otro.
Concentramos toda nuestra energía en la divinidad de Jesús, su Encarnación, su resurrección, la historicidad, que nos olvidamos de su Ejemplo de Vida y así (creo yo) nos perdemos la enseñanza rica de todos esos relatos, que están en la dirección de modelar nuestra manera de vivir, más que empastar grandes confesiones de Fe , irrefutables, perpetuas y dogmáticas.
A los Evangelios les importa más qué vamos hacer con nuestras vidas al reflejarnos con la vida de Jesús, que la obsesión si la historia relatada ocurrió así como lo relata o no. La gran pregunta del Evangelio no es tanto en qué crees o si crees bien, sino CÓMO VIVES.
Amor a los enemigos, amor para todos, respeto por la vida, invitación a reconsiderar esa vida alienada y embarcarse en el proyecto del Reino de Dios, restauración de relaciones irreconciliables, entrega confiada al amor del Padre, preocuparse por los más desprotegidos, construir una cultura de la solidaridad, pararse frente a todo sistema que margina y se presenta como absoluto y vivir junto a todos los marginados las cruces diferentes e históricas que han plantado para acallar las voces diferentes…
Todos estos y más, son parte de la ética de Jesús en su mensaje.
Pedro, le importa mucho confesar el “Dogma”, declarar “La Sana Doctrina” de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente. Pero no está interesado en la “Ética” de Jesús. No desea acompañarlo a la Cruz. Por eso, no sería sorpresivo, que como a Pedro, encontremos personas que defienden la “Sana Doctrina” pero que viven sin interés de mirar a los otros seres humanos como Jesús los vio. Sin vivir esa vida abierta a los demás como Jesús la compartió.
Ahí tenemos el germen del Fundamentalismo, la bacteria del sectarismo, el virus del fariseísmo. Una fe que dice amar a Dios, pero vive desinteresada de amar al prójimo. Una fe, que se escandaliza por la promiscuidad sexual, pero que no tiene problemas en usar la violencia, la dominación y el poder coercitivo contra los “enemigos”. Una fe que es pudorosa en cuanto a la cintura hacia abajo, pero en nombre de Dios puede torturar y asesinar. Una fe que memoriza versículos Bíblicos, pero no es capaz de recordar los nombres de personas de carne y hueso que sufren. Una fe que defiende la historicidad de algunos relatos, pero olvida aquellas grandes enseñanzas sobre amar a los enemigos y ofrecer la otra mejilla. Una fe que hace de hermanos “Personas odiosas” que aman la Doctrina y el Dogma, pero viven como si no existiera el Evangelio.