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noviembre 6, 2023Trascendencia multigeneracional
noviembre 6, 2023Con los años hemos descubierto un gran obstáculo para que las nuevas generaciones puedan reconocer su diseño: el sentimiento de inferioridad. Por esto, queremos dedicar un espacio a continuación para enseñarte a trabajar con aquellos jóvenes que lidian con ese sentimiento. Queremos invitarte a ser un instrumento de Dios para traer una perspectiva nueva y refrescante a cada joven o jovencita a quien tienes el privilegio de liderar.
El sentimiento de inferioridad no aparece de la noche a la mañana sino que se desarrolla desde muy temprano en nuestra infancia. A veces sucede porque la persona ha sido objeto de una educación extremadamente autoritaria bajo la cual nunca llega a sentirse apreciada o aceptada; la persona siente que nada de lo que hace es suficiente para aquellos a quienes ama, y por lo tanto va por la vida tratando de demostrar a otros su valor, viviendo de manera insegura y, en última instancia, perdiendo su autoestima.
Si una educación en extremo autoritaria influye para desarrollar este sentimiento, lo hace también el otro extremo de la educación, es decir, aquella que es demasiado consentidora y hasta sobreprotectora, en la cual la persona no aprende el respeto por los demás, no acepta ningún tipo de límite y nunca aprende a valerse por sí misma. Como consecuencia, cuando se enfrenta a la vida en comunidad enfrenta el rechazo de aquellos que no están dispuestos a cumplir sus caprichos o a encargarse de sus necesidades como sucedía en su hogar. Eso genera la sensación de que algo está mal en ella.
Como mecanismo de defensa podría llegar a aislarse, pero también podría desarrollar lo que los especialistas llaman «complejo de superioridad» para defenderse: en el fondo será una persona insegura pero en el exterior querrá demostrar que está en control de toda situación.
Alguien podría decirte: «Yo no viví ninguno de los dos extremos que planteas, entonces, ¿por qué lucho con este sentimiento de inferioridad?», y la respuesta podría estar relacionada entonces con el contexto en el que le ha tocado vivir. Un factor clave es el entorno escolar en el que crecemos pues este puede ser cruel ante la diferencia y no valorar ciertos talentos y estilos de personalidad, mientras que puede premiar lo que el entorno valora como lo deseable.
Déjanos explicarlo con el siguiente ejemplo: en algunos ambientes escolares existen prácticas que son muy notorias y que brindan un estatus especial a quienes las desarrollan, como puede ser jugar un deporte, ser parte de un grupo de personas muy popular o tener una habilidad particular muy valorada por el entorno. Si no juegas tal deporte, no eres parte de ese grupo de personas o careces de dicha habilidad —aunque tengas otras muy importantes— simplemente no existes para los demás chicos; eso genera en los niños y jóvenes (además de la marginación por parte de un entorno social) una sensación de rechazo hacia quienes son y siembra engaños acerca de su valor personal haciéndolos sentir menos que los demás.
Hay otro factor que influye en cuanto a nuestra percepción de nosotros mismos y tiene que ver con los valores y estándares que la cultura promueve. Hablamos de estándares de belleza y estilo de vida que hoy especialmente a través de los medios de comunicación, artistas u otras personas influyentes se nos venden como pautas de vida necesarias para ser felices en esta tierra. Estos y otros factores atacan directamente el sentido de identidad y propósito de las personas, produciendo en ellas una espiral de autodesprecio y depresión al no sentir que llenan las expectativas de los demás, y esto a su vez los lleva a una constante comparación con otros, generando sentimientos de envidia e inseguridad o convirtiéndolos en personas perfeccionistas que consideran que lo que hacen nunca es lo suficientemente bueno.
Si vas a ayudar a las nuevas generaciones a darle forma a su vocación debes comenzar por ayudarles a desarrollar un correcto sentido de identidad (no está de más decir que tú debes modelar esto al aceptarte a ti mismo y a tu realidad desarrollando un liderazgo seguro y capaz de empoderar a otros).
Establece una base bíblica para los jóvenes. Lo más importante es que las nuevas generaciones vayan a la Biblia para escuchar de Dios lo que él tiene para decirles al respecto. ¿Recuerdas el salmo 139? Este es un buen momento para volver a revisarlo: «Tú hiciste todas las delicadas partes internas de mi cuerpo y las uniste en el vientre de mi madre. ¡Gracias por haberme hecho tan admirable! Es admirable pensar en ello. Maravillosa es la obra de tus manos, y eso lo sé muy bien» (Salmos 139:13-14).
Esta verdad puede revolucionar la vida de nuestros niños y jóvenes: Dios diseñó todas las partes de su ser, él las unió en el vientre de sus madres. ¡Son admirables! ¡Son una maravillosa obra de sus manos! Dios quiere que lo sepan muy bien. Compararse con otros y anhelar ser como ellos es violentar lo que uno es al tratar de ser otra persona. Dios nos concedió unos talentos naturales que hablan de nuestra vocación; estos no son mejores ni peores que los de los demás, son nuestros y punto. Nos definen y marcan el camino hacia el llamado particular que debemos cumplir sobre esta tierra.
¿Por qué tantas veces pensamos que otros son mejores que nosotros? Creo que hay dos razones en particular. La primera es una cuestión de percepción: nos han menospreciado tanto o nos hemos acostumbrado a menospreciarnos tanto que perdemos de vista nuestros talentos naturales y nuestras habilidades, hemos creído mentiras acerca de nosotros mismos que nos limitan. La imagen que viene a nuestra mente tiene que ver con Lionel Messi. Imagínate que por algunos traspiés en su carrera profesional él hubiera dicho: «No, yo no sirvo para nada, soy el peor futbolista de la historia, mejor me retiro de mi carrera». Todos diríamos que es una completa estupidez, todos reconocemos su talento para el fútbol y entendemos que sería una lástima no verlo en una cancha de fútbol mientras pueda jugar.
Bueno, así encontramos a muchos jóvenes y adultos cristianos menospreciando quiénes son y lo que Dios les ha dado y retirándose del juego de la vida porque permitieron que las circunstancias, el diablo u otras personas los llenaran de mentiras acerca de su valor, su identidad y su propósito.
La segunda razón por la que pensamos que otros son mejores que nosotros es sencillamente por una cuestión de realidad. Tomando el ejemplo de Messi nuevamente, estamos tranquilos al admitir que Lionel juega mucho mejor al fútbol que nosotros (eso es una realidad) así que, si nos comparamos con él, debemos reconocer que tenemos cualidades inferiores en cuanto a lo futbolístico, pero si se compara con nosotros él deberá admitir que posee cualidades inferiores en cuanto a lo pastoral.
El problema radica en que nos comparamos con las mejores cualidades de los demás todo el tiempo: todos serán mejores si siempre estás cambiando la regla con la que te mides. Ellos también tienen puntos en los cuales no son fuertes, por eso invita a los jóvenes a dejar de comparar y a comenzar más bien a disfrutar de quienes son y también a disfrutar de lo que Dios les ha dado a los demás. La verdad es que no somos inferiores ni superiores a otros, somos simple y hermosamente lo que somos. Que nuestros jóvenes aprendan a ser quienes tienen que ser.
Este artículo fue extraído del libro “Tu vocación y la Biblia” (con 4 lecciones para clases y grupos pequeños) de Gabo Peralta y Howard Andruejol
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