De poetas, viajeros y locos, todos tenemos un poco
septiembre 22, 2016El día en que Dios nos abandonó
septiembre 22, 2016…Venga tu reino en el aeropuerto como en el cielo…
Después de la convención de Especialidades Juveniles en Argentina, un amigo nos tuvo que dejar en el aeropuerto tres horas antes de nuestro vuelo. Se disculpó mucho pero le aseguramos que no habría problema; pensábamos registrarnos rápidamente y pasar las horas sobrantes relajándonos en el área de espera. ¡Qué equivocados estábamos! Después de veinte minutos en la fila sin movernos, prestamos atención a nuestro alrededor y nos dimos cuenta que los agentes de la aerolínea mandaban a las personas con boleto para la salida del siguiente vuelo a una fila de alta prioridad. Debido a que nuestro vuelo era el último de la noche, todas las personas de los otros vuelos, sin importar que llegaran al aeropuerto mucho después que nosotros, serían registradas antes que nosotros.
Cuando el aeropuerto estuvo casi vacío al fin obtuvimos nuestros pases de abordaje, pero había más filas largas por delante —siete más para ser exactos: para pagar el impuesto de salida, para obtener el reembolso del impuesto en compras nacionales, para el registro de seguridad, para pasar a inmigración, para entrar al área de abordaje, para la revisión de líquidos en nuestro equipaje de mano, y finalmente, para que chequearan nuestros pases de abordaje antes de pasar al avión.
Analizándolo ahora, puedo entender la razón para registrar primero a los pasajeros con más urgencia, pero en el momento, viendo como se registraba a cientos de personas que había llegaron después que nosotros, no me sentía nada feliz. En medio de mi indignación, recordé el libro Leadership and Self-deception: getting out of the box (La Caja: Liderazgo y Autoengaño) en el cual uno de los personajes ilustra el egoísmo, —lo que él llama «estar en la caja»—, por medio de un episodio en un avión.
El personaje principal del libro explica que un observador hubiera percibido nada más que un hombre de negocios sentado en un avión junto a un asiento vacío y que este hombre ocasionalmente echaba un vistazo, sobre su periódico, a la gente que estaba abordando el avión. Pero el hombre mismo sabía que estaba enviando señales no verbales para mantener ese asiento vacío, señales tales como dejar su libro allí y extender su pierna cruzada en frente del asiento. Se dio cuenta de su egoísmo, es decir que se encontraba «en la caja», cuando otro pasajero amablemente cambiaba de asiento para que una familia se pudiera sentar junta.
El autor explica que en cada momento vivimos simultáneamente en dos niveles: el nivel de lo que estamos haciendo físicamente y el nivel de lo que estamos esforzándonos para conseguir:
Cualquier cosa que yo pudiera estar «haciendo» en la superficie –podría ser, por ejemplo: estar sentado, observar a otros, leer el periódico, lo que sea- lo estoy haciendo en una de dos formas fundamentales. Ya sea que esté viendo a los otros francamente como son –personas como yo, con necesidades y deseos tan legítimos como los míos– o que no los vea así… en una de las formas me siento como una persona entre otras personas. De la otra, me siento como una persona entre objetos.
Al pensar en este libro, recordé que, dondequiera que me encuentro, por medio de los actos más cotidianos, estoy construyendo un «reino»: puede ser mi propio reino, un estado en el que me veo como una persona entre objetos, o, puede ser el Reino de Dios. Así como mi «reino» no tiene que ver con fronteras geográficas o nacionales, tampoco el de Dios; no es político, organizacional o institucional. No se enfoca en el territorio geográfico que pertenece al rey sino en su influencia, como decía mi profesor de nuevo testamento, Dr. Knox Chamblin, «donde se hace la voluntad de Dios, allí viene su reino».
En muchos casos haremos cosas diferentes dependiendo de quién sea el reino que estamos construyendo, pero también hay veces, por ejemplo haciendo fila, sea en un aeropuerto o en cualquier otro lado, en que la actividad es exactamente la misma, pero la orientación es diferente dependiendo de si nos enfocamos en obtener lo que queremos, o si estamos pensando en términos de los deseos de nuestro Rey.
Cuando estoy «en la caja» pienso que soy el rey del partido de ajedrez y todos los que me rodean son peones, ya sea que sirvan u obstaculicen mi juego. Debido a que realmente no soy el rey del tablero de ajedrez, esto invariablemente crea enojo y frustración que luego me afecta a mí y a otros en una variedad de formas destructivas, dependiendo de cómo escoja canalizarlas. Pero, mi perspectiva cambia cuando recuerdo que si todavía estoy en el tablero es con el único propósito de formar parte de la estrategia «ganar/ganar» del rey legítimo. El me ha dado un orden permanente de amar a los que me rodean: estoy para tratarlos como individuos de un valor incalculable, no como peones de mi juego. Cuando me someto al gobierno de Dios, un observador podría verme simplemente parado en una fila, pero podría estar funcionando como un puesto fronterizo del Reino de Dios.
Parecería poco plausible que pudiera hacer algo significativo y eterno mientras estoy haciendo fila en un aeropuerto, pero el libro El punto clave: como los pequeños cambios pueden provocar grandes efectos provee una recopilación de ilustraciones de cómo el comportamiento contagioso de un pequeño grupo de personas puede crear un movimiento que se propaga exponencialmente. Dorothy Sayers, en su guión de radio llamado The Man Born to be King se explaya una de las metáforas que Jesús usó para demostrar la llegada tan sutil del Reino.
Jesús: Te diré cómo es el Reino. Has visto cómo tu esposa hace el pan. Ella toma un pedacito de levadura y la revuelve con la masa. Luego la deja a un lado y la levadura empieza a trabajar escondida y en silencio, hasta que toda la masa pesada crece y se hincha, y se vuelve ligera, lista para hornearse. Así es como vendrá el Reino.
Andrés: ¿Así?
Jesús: Exactamente así… ¿Te desilusiona?
No puedo pretender que fui un oasis de amor en el aeropuerto, pero ahora me doy cuenta de lo tonta que fui. Mi frustración con la situación creaba un infierno dentro de mí, cuando podía haber mirado más allá de mí misma para ver algo que Dios quería que yo hiciera. En el día a día, necesito algo que me hace ver cuando pierdo mi rumbo. Necesito una brújula que revela cuando me he desviado del camino que más me interesa– que llega al reino de Dios—y que estoy construyendo mi propio reino. Necesito una iglesia portátil.
Adaptado de La Iglesia Portátil, Annette Gulick.