La soledad en el ministerio
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mayo 27, 2023Más de una vez nos gustaría tener días de 36 horas para hacer todo lo que queremos o tenemos que hacer. Ahora, si Dios nos dio 24 horas, ¿no será que algo de eso está fuera de la voluntad de Dios? A diferencia de los bienes materiales o el dinero, el tiempo no se puede generar. Nadie puede añadir una hora al curso de su vida. Lo único que podemos hacer es administrarlo. Definir prioridades e invertirlo en las cosas que valen la pena.
Salomón se preguntaba y afirmaba: “¿Qué provecho saca quien trabaja de tanto afanarse? Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Dios hizo todo hermoso en su tiempo, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin. Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba y disfrute de todos sus afanes”. (Eclesiastés 3:9-12)
El estrés, además de la pérdida del disfrute, nos lleva a tener una mirada de corto plazo. La mirada de corto plazo nos hace tomar malas decisiones. Y las malas decisiones nos generan estrés. Es un ciclo, y la única forma de romperlo es apretando el freno.
Frenar
El Antiguo Testamento tiene un largo listado de valores, normas y principios, tanto morales, legales, como espirituales. Pero Dios eligió sólo algunos como sus 10 mandamientos. No matarás; No robarás… y entre ellos: Guardarás el día de reposo. ¿Tan importante será para Dios que frenemos? (Ver Deuteronomio 5:12-15)
Llama la atención que también se lo conozca como el día del Señor. ¿Por qué no habrá elegido Dios el lunes? el día donde empieza la semana para trabajar para la Gloria de Dios, pero no. El día del Señor es el día de reposo. Es como si a Dios le gustara que lo identifiquemos con el descanso. ¿Jesús acaso no decía algo parecido?
El primer paso para ordenar nuestra agenda, es tomarnos un momento en la semana para frenar. Orar y hacerle a Dios la siguiente pregunta:
¿Qué tiempo estoy viviendo?
No todas las personas que están leyendo este artículo están viviendo el mismo tiempo. Hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar. Hay un tiempo para construir y otro para destruir. Hay un tiempo para estar de luto y otro para saltar de gusto. (ver Eclesiastés 3:1-8)
Al entender el tiempo que estás viviendo, tienes en tus manos la brújula que te permite no sólo ordenar tu agenda, sino también tomar o rechazar las diferentes oportunidades que van a ir apareciendo a lo largo del año.
A esta pregunta puedes sumarle otras, como ¿qué es lo que tienes pensado para mi vida? Intentando sacar la mirada del corto plazo para ponerla en el largo plazo.
Uno sobreestima lo que puede lograr en un año, pero subestima lo que puede lograr en diez. En un año yendo al gimnasio puedes ver algún cambio, pero te aseguro que en diez podrás ser totalmente otra persona. Si quieres aprender un nuevo idioma, en un año puedes ver un avance, pero en diez puedes dominarlo por completo. Lo mismo sucede con hábitos como la oración o el estudio de la palabra de Dios. Si estás sirviendo con las nuevas generaciones, un año es sólo el comienzo. Sin embargo, en diez años te aseguro que se puede lograr mucho fruto.
Cuando uno quiere organizar cualquier cosa, como por ejemplo su dinero, un evento, o un proyecto, lo que hay que hacer es un modelo. En el caso del dinero, por ejemplo, se lo llama presupuesto. En el caso del tiempo, se usa la agenda semanal. Esta agenda puede ser un esquema en donde en forma manual, dispongas un espacio para poner de lunes a domingo la distribución de horarios del día, desde la primera hora cuando te despiertas, hasta la última cuando te vas a dormir nuevamente.
Según esa mirada de largo plazo, y sobre todo teniendo en cuenta el tiempo que hoy estás viviendo, elige sabiamente cómo completar cada casillero.
Le pido al Señor que puedas desarrollar la fuerza de voluntad necesaria para que todo no quede sólo en papel. Recuerda que no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2° Timoteo 1:7). Y que dichoso es el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores, ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera! (Salmos 1:1-3)
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