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abril 2, 2018Alguien dijo una vez: “Si tus fotografías no son buenas es porque no te acercaste lo suficiente.” Me gusta pensar que para llegar a captar la mejor fotografía debo acercarme lo suficiente para conocer los matices y disfrutar de la particularidad de aquello que deseo fotografiar. La dificultad de acercarnos a los objetos no radica en que ellos decidan hacer más difícil o no nuestro acercamiento, sino en su posición o localización, dependiendo de nosotros el querer esforzarnos para obtener una gran imagen. Cuando llegamos a obtenerla, la observamos con detenimiento, apreciamos sus detalles y valoramos aún más el objeto, sintiendo que todo el esfuerzo valió la pena.
Ahora bien, si hablamos de acercarnos a las personas (y no solo en el sentido de tomar una fotografía, sino de conocerles mejor), nos enfrentamos con un desafío adicional: su deseo, o no, de permitir que nos acerquemos tanto que podamos conocer sus matices, apreciar sus detalles y detectar incluso sus imperfecciones. Uno de los más lindos regalos que podemos recibir, es el de establecer relaciones en donde podamos ser nosotros mismos, ser conocidos con todos nuestros aciertos y defectos y aun así continuar siendo amados por personas que nos acompañan en el proceso que Dios lleva a cabo en nuestras vidas (Filipenses 1:6).
No sé si coincidirás conmigo, pero he estado en el pastorado suficiente tiempo y conversado con diferentes pastores, como para afirmar que más a menudo de lo que queremos reconocer, las relaciones en nuestras congregaciones están marcadas por un nivel de superficialidad y falta de autenticidad que se esconde debajo de todo el activismo que se desarrolla en la cotidianidad de cada una de ellas. Por ello encontramos tantas personas imperfectas juzgando a otras. Por ello nos sorprendemos cuando alguien a quien considerábamos la columna de uno de nuestros ministerios cae estrepitosamente y nos preguntamos, ¿cómo pudo suceder? Por ello, muchas personas mantienen luchas ocultas mientras nos presentan su mejor cara y cuando les preguntamos “¿cómo estás?”, escuchamos respuestas como “muy bien pastor, ¡bendecido por el Señor!”.
Si dudas de lo que estás leyendo, te invito a que no te conformes con una respuesta superficial. Te invito a que indagues más profundo y te darás cuenta de la imagen que muchas personas cuidan para poder estar a nuestro alrededor y participar de la vida de la iglesia. Te invito a que lo hagas con un espíritu de amor y misericordia. Si deseamos tener congregaciones realmente saludables, la autenticidad es un elemento fundamental para lograrlo. Creo que por ello la Biblia nos invita a confesar unos a otros nuestros pecados, a orar unos por otros, para que seamos sanados (Santiago 5:16).
Es difícil hacer eso pues hay una imagen que mantener. Podrías preguntarte: ¿cuál imagen? La imagen del cristiano. Es que se supone que los cristianos seamos perfectos. Tal vez no lo racionalizamos así, no lo enseñamos directamente así, pero en nuestra subcultura eclesiástica la imagen de santidad lo es todo. Y en verdad creo que la santidad es muy importante y vital para la vida cristiana. Pero recuerda que ser santo es ser apartados para Dios. No somos apartados por Dios porque somos perfectos, somos apartados por Dios para ser perfeccionados. Él nos llamó con nuestros quebrantos y con nuestra ruptura. Nos conoce y nos ama, a pesar de todo ello. Nos guía y nos disciplina con amor a pesar de todo. Nos brinda oportunidades vez tras vez. ¿No debería ser esa la cultura que prevalezca en nuestras congregaciones? Porque en medio de una cultura en donde el amor de Dios prevalece la gente se siente libre para ser auténtica y compartir sus luchas. Es en ese contexto en donde las personas maduran en la fe y se apartan del pecado, movidas por el Espíritu Santo y fortalecidas en la comunión del cuerpo de Cristo.
Pido a Dios que esa sea la congregación que Él te ha permitido pastorear. Recuerda: la cultura de la iglesia, primero debe desarrollarse en ti. Si deseas una congregación auténtica, debes ser autentico. Debe ser real. Aun con tus luchas, debilidades y limitaciones. Recuerda el ejemplo de Pablo quien escribió: “porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte. (1 Corintios 12:10) Se refería a una condición física particular, pero se trata también de la condición humana. Las personas tienen equivocadas expectativas nosotros los pastores. Tendremos que clarificar esas expectativas. También nos cansamos, nos enfermamos, tenemos familias y no siempre funcionan como esperamos, y sí, nos equivocamos. También necesitamos que se nos estimule al amor y a las buenas obras.
Creo que las personas hoy, especialmente las nuevas generaciones, más que pastores perfectos buscan pastores auténticos que a pesar de todo se esfuercen por vivir aquello que enseñan. Gente de carne y hueso que camine con ellos y con quien sea más sencillo transitar el camino del discipulado. A veces por cuidar demasiado nuestra imagen, les impedimos a las personas acercarse, conocer nuestros matices, ver nuestros detalles, aún nuestras imperfecciones, y más importante que cualquier cosa, apreciar como Dios trabaja y se lleva toda la gloria. ¿Hay que cuidar de nosotros y nuestra imagen? Creo que sí. Pero cuidarla excesivamente hasta crear un retrato diferente de quienes somos y perder nuestra autenticidad, en realidad puede ser perjudicial no solo para nuestra salud emocional, sino para la de toda nuestra congregación.
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