Cómo ayudar a nuestros jóvenes a encontrar su propósito
septiembre 22, 2016Ministerios que crecen vs. ministerios que se mantienen
septiembre 22, 2016“Así pues, los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al ver a Jesús, le adoraron, aunque algunos dudaban. Jesús se acercó a ellos y les dijo: -Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28:16-20).
Uno de los grandes retos de todo pastor de jóvenes es delegar. Delegar es dar a otros parte de nuestra responsabilidad y también parte de nuestra autoridad.
Delegar es estar dispuesto a perder el control, a no tomar las decisiones, a dejar, no solamente que otros las tomen por nosotros, sino asumirlas como propias y seguir el liderazgo de otros en aquellas áreas que hemos delegado.
Delegar es potenciar, es dar alas, es crear posibilidades para el crecimiento y el desarrollo de otros. Delegar es también permitir el fracaso, entendiendo que el fracaso es imprescindible para poder crecer, perfeccionarse, conseguir maestría en cualquier campo de la vida.
Delegar es mostrar confianza, es transmitirle a la otra persona nuestra creencia en ella, su potencial, sus posibilidades, su futuro. Delegar es tener la íntima convicción de que la gente puede hacer las cosas y tan sólo necesita la oportunidad, la confianza la creencia.
Delegar es el gozo de ver que los dones se multiplican para la gloria de Dios y la extensión de su reino. Delegar es ver a las personas como Dios las ve, ver no lo que son, sino aquello que pueden llegar a ser.
Delegar es el privilegio de colaborar con Dios, de ser un instrumento en sus manos para el trabajo sobrenatural que Él desea hacer en la vida de otras personas.
Delegar es un reto para todo líder sea cual sea su área de ministerio. Delegar produce miedo en muchos de nosotros.
Algunos de los matices de este miedo son totalmente irracionales. Van muy ligados con nuestra propia inseguridad. Nos preocupa que si delegamos la gente lo haga bien. Consecuentemente, si lo hace bien, crezca y nosotros podamos llegar a perder nuestro status delante de los jóvenes.
Precisamente porque nos da miedo que sea capaz de hacerlo bien nos escudamos en que lo hace mal para no delegar. El miedo es irracional y cuando caemos en la irracionalidad somos capaces de justificar lo injustificable.
Otros miedos son, digámoslo así, más presentables en sociedad, incluso reales, auténticos.
Si delegamos el trabajo la tarea no será hecha con la calidad que nosotros la haríamos y que debería ser hecha. Es cierto, nadie puede objetar contra eso. Sin embargo, si no delego siempre tengo que hacer yo la tarea, nadie puede reemplazarme, nadie puede alcanzar mis estupendos niveles de calidad porque nadie puede aprender sin fallar y, cuando alguien está en el proceso de aprendizaje, la calidad a corto plazo puede resentirse aunque a medio y largo plazo mejore.
Si delegamos perdemos más tiempo explicando cómo hacer las cosas que haciéndolas por nosotros mismos. Cierto, somos más rápidos, más ágiles, pero siempre estaremos solos si no invertimos el tiempo necesario en capacitar a otros. A veces pienso que precisamente es eso lo que queremos, tener nosotros todo el control.
Si delegamos, en muchas ocasiones, perdemos un montón de tiempo en arreglar los “desperfectos” que otros han creado. Cierto también, pero ya sabemos que forma parte de la lógica del aprendizaje, del proceso natural. Si no se siembra no hay fruto. Es verdad que entre la siembra y la cosecha hay tiempo y trabajo duro por en medio. Pero la segunda no es posible sin la primera.
Pienso si en el fondo delegar no será ante todo, y sobre todo, una lucha contra mí mismo, contra mi tendencia y necesidad humana de tener el control de todas las cosas.
Necesito, en este tema como en tantos otros, recobrar la perspectiva correcta. No puede haber crecimiento, desarrollo, madurez en la vida de los jóvenes sin delegación de responsabilidades.
También me doy cuenta que la delegación necesita tener ciertas cualidades para que sea de bendición en la vida de los jóvenes con los que estoy trabajando.
He de delegar con la motivación correcta. Es una tentación muy humana hacerlo para demostrar que el delegado no sirve, no es capaz, no es confiable.
He de delegar con el propósito correcto. La finalidad de delegar es ayudar al desarrollo, la madurez, el crecimiento del joven. La delegación no tiene ningún sentido si no está relacionado con este fin último. Necesito recordarme que no delego para tener menos trabajo, eso es utilitarismo. Delego para ayudar al otro a crecer y, en ese proceso, como resultado tengo menos trabajo.
He de delegar en la proporción correcta. Si el reto es ínfimo la persona no crecerá. Si el reto es abrumador puedo hundirla para siempre. Necesito la sabiduría para delegar en la proporción que le permita ejercer su fe y tener que enfrentar un desafío.
He de delegar proveyendo los recursos correctos. No puedo delegar sin ofrecer al delegado todos los recursos para poder llevar a cabo con éxito su misión.
He de delegar con la supervisión correcta. No puede haber delegación sin supervisión. La delegación carente de supervisión no tiene ningún valor pedagógico. No debo olvidar que cuando no ofrezco la supervisión necesaria todos los posibles errores son culpa mía.
He de delegar asegurando que existe una evaluación correcta. La delegación también pierde su fuerza educativa y transformadora si no soy capaz de proveer evaluación. Si no soy capaz de sentarme con el joven y valorar qué ha ido bien y por qué. Que ha funcionado mal y por qué.
He de delegar con la libertad necesaria. No puedo delegar sin ofrecer libertad para fallar. Sin proveer un ambiente de gracia en el cual, el fallo es posible y aceptable y no afectará al valor, dignidad o posición de la personal. He de delegar proveyendo un ambiente de segundas oportunidades.
MI ORACIÓN
Señor ayúdame a delegar. Ayúdame a creer en la gente. Ayúdame a considerar aceptable una pérdida de calidad en las actividades y las tareas, una pérdida de mi tiempo para explicar, supervisar y evaluar a los jóvenes, a fin de que éstos puedan desarrollar todo su potencial, puedan crecer, puedan ejercer sus dones.
Dame valor para sacrificar mi presente en aras del futuro de ellos. ayúdame a estar dispuesto a perder el control.
Señor, permite que sepa delegar bien, con la motivación y el propósito correctos. Ofreciendo los recursos y la supervisión necesaria. Evaluando fielmente con los jóvenes. Señor, permite que delegue en un ambiente de libertad, gracia y segundas oportunidades.
Finalmente, Señor, ayúdame a ser lo suficientemente coherente con mi delegación para saber aceptar y seguir el liderazgo de los jóvenes en aquellas áreas que he sabido delegarles.
Todo ello, para tu gloria.
TU REFLEXIÓN
1. ¿Te cuesta delegar? Si tu respuesta es afirmativa, ¿por qué te cuesta delegar?
2. ¿Estás dispuesto a tolerar una cierta pérdida de calidad en las tareas, como así también una pérdida de tu tiempo en explicaciones y supervisión a fin de que otros puedan crecer?
3. ¿Contiene tu delegación los elementos necesarios para hacer de la misma una experiencia transformadora para los jóvenes?
4. ¿Creas cuando delegas un ambiente de libertad, gracia y segundas oportunidades?
5. ¿Estás dispuesto a seguir el liderazgo de los jóvenes en aquellas áreas que has delegado? ¿Delegas la autoridad junto con la responsabilidad?
EL PERSONAJE
Moisés era un buen tipo, sin embargo, estaba abrumado, agotado y quemado por la inmensa tarea que tenía que llevar a cabo. En Éxodo 18 nos encontramos con el líder al borde de un auténtico ataque de nervios y también con el pueblo. ¿El motivo? Moisés era responsable de juzgar todos los problemas que pueblo tenía, desde los más insignificantes hasta los más serios. Claro que eso tenía sus compensaciones. Moisés tenía todo el control, todo lo sabía, todo lo decidía ¡Pero a qué precio!
El pueblo tampoco la pasaba bien. Como Moisés era el único en tomar las decisiones y todo tenía que pasar por sus manos los turnos de espera eran increíblemente largos. No era de extrañar que Moisés se agotara y el pueblo perdiera la paciencia.
Jetro, el suegro de Moisés, le hizo ver no sólo la importancia de delegar como principio de liderazgo sino la necesidad de delegar para simplemente poder sobrevivir.
En un pasaje sobradamente conocido Jetro le propone que parte de la carga quede en manos de otros. Eso significa para Moisés perder el control de una buena parte del flujo de información sobre el pueblo, sus problemas y sus necesidades.
Moisés, sin embargo, fue lo suficientemente sabio y humilde para entender que la gente estaría mucho mejor ministrada y servida en sus necesidades si él delegaba una parte de su responsabilidad y también de su autoridad en otros. Todos salieron beneficiados. Moisés porque se pudo centrar en las tareas más importantes. El pueblo porque los plazos de espera se redujeron y la justicia se agilizó. Los delegados porque tuvieron la oportunidad de ejercer los dones y las capacidades con las que Dios les había dotado.
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