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Ser hijos del Juez no nos convierte en jueces

Existe una frase muy conocida que además es muy acertada: “Nadie planea fracasar”. Normalmente vivimos con la expectativa de que todo lo que hagamos tiene que salir tal cual como lo planeamos y eso no está mal, pero pensemos por un momento ¿qué sucede cuando ocurre lo contrario?

Una comunidad que ha sido muy lastimada por el tema del fracaso, es la compuesta por los adolescentes. He conocido chicos que han sido tan marcados debido a sus errores que han bajado su rendimiento académico, han sido heridos por sus padres, muchos no han vuelto a la iglesia e incluso hasta han perdido su relación con Jesús producto de cómo los han hecho sentir.

Tenemos que cambiar un concepto errado que tenemos y terminar de convencernos de que los errores NO nos definen. Todos nos equivocamos de alguna u otra forma, pero a veces parecemos expertos en juzgar las malas decisiones de los otros y aprendices muy lentos para reconocer las virtudes que Dios ha depositado en sus vidas. Es que definitivamente, ser hijos del Juez no nos convierte automáticamente en jueces; en rigor no dejamos de ser pares de quienes pretendemos juzgar.

Tal como nos sucedió más de una vez a nosotros, en la vida suele haber circunstancias que impulsan a los adolescentes a actuar de maneras equivocadas; pero qué satisfactorio es poder ofrecer una voz de esperanza en medio del caos, para aquellos que se han sentido heridos ante el fracaso. Hablemos a favor de los que no pueden hablar por sí mismos (Proverbios 31:8 – NTV).

Nuestra tarea pastoral consiste en que nuestra vida sea un recordatorio del gran amor que Dios tiene por sus hijos. Gracias a esa cruz que no se trató de un acto al azar sino de de un sacrificio planeado desde la eternidad, el amor de Jesús interrumpe las consecuencias que creemos merecer y nos libera de una muerte miserable. Por esa razón, si Él mismo se ocupó de salvar a nuestros adolescentes, nosotros debemos ayudarlos a levantarse de sus caídas para que sigan transitando el camino de sus vidas de la mejor manera y con mucho ánimo.

Claramente tenemos que enseñarles que cada decisión tiene una consecuencia, pero eso no significa que Dios no tenga compasión y deje de ser un Padre de oportunidades. En la vida se encontrarán con muchos obstáculos, pero con la ayuda de Dios y la nuestra, aprenderán a disfrutar cuando los puedan superar con éxito y con la actitud correcta.

Seamos siempre empáticos con nuestros discípulos siendo herramientas que los ayuden a ser mejores personas en lugar de traer permanentemente culpa a sus corazones. La expresión “Estaré orando” se ha vuelto una muletilla cristiana para desligarnos de las responsabilidades que tenemos con los demás. Nosotros debemos ser líderes que oran pero que también actúen en consecuencia,  desde una acción simple como puede ser un abrazo sincero hasta tomarnos un café con quien necesita ser escuchado. Recuerda que nuestro tiempo es el mejor recurso que les podemos ofrecer y el amor nunca falla pues siempre será lo más importante. ¡Que el amor sea su meta más alta! (1 Corintios 14:1 – NTV).

Todos nos necesitamos por la simple razón de que no somos perfectos. Hagamos de la iglesia un lugar donde otros se puedan sentir parte. Seamos una comunidad atractiva y sana donde nuestros   amigos y los amigos de los adolescentes se puedan sentir bienvenidos. Y si algo te preocupa de alguien, no mires solo su fracaso; aprende también a ver allí una oportunidad para que Jesús pueda restaurar su vida. Un amor que no te cuesta todo es un simple interés. ¡Amemos sin fingimiento!

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