Cuidado con el hermano Yoyo
septiembre 22, 2016¿Dónde estuvo Dios? – Preguntas frente al crucificado
septiembre 22, 2016Hace unos años tuve la oportunidad de visitar la catedral de Estocolmo, donde me encontré con una talla de roble bien conservada que despertó mi curiosidad. Esta escultura inaugurada en 1489, rememora la historia de San Jorge y el dragón.
La leyenda cuenta de un horrible dragón que exigía sacrificios humanos a los habitantes de la ciudad de Silene para no destruirla. El día que la hija del rey iba a ser sacrificada, San Jorge pasó en su caballo y prometió matar al dragón con la condición de que los ciudadanos paganos se convirtieran al cristianismo. Al detenerme a pensar en esta historia no pude dejar de notar la fuerte divergencia con el estilo de Cristo. Jesús vino a sacrificarse incondicionalmente por nosotros. Su cruz no nos antepone ninguna condición. Aún el hecho de que tengamos libre albedrío para rechazarla es una muestra de su amor incondicional. No es por rechazar la cruz que estamos separados de Dios; ya estamos separados de él al momento de ser confrontados por la cruz y si no cambiamos el rumbo, seguimos separados de él por voluntad propia (Romanos 3:23). Esa no es una condición; es una posibilidad asombrosa que nos muestra justamente un amor incondicional. Incluso su cruz nos deja como capitanes de nuestro propio barco.
Lucas el evangelista, con su cronológico estilo histórico, nos da a conocer esta escena:
“Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando y qué clase de mujer es: una pecadora.»
Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta:
—Simón, tengo algo que decirte.
—Dime, Maestro —respondió.
—Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?
—Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón.
—Has juzgado bien —le dijo Jesús.
Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón:
— ¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama”. (Lucas 7:36-47)
Este es un suceso lleno de enseñanzas con un momento crucial que solemos pasar por alto. ¿Por qué Jesús le pregunta al fariseo si ha visto a la mujer? Si somos brutalmente honestos, parece una tontería hacer esa pregunta en una escena como la que está ocurriendo. Imaginemos que estamos en una oficina o una iglesia y, mientras hablamos con un importante cliente o el pastor, entra una prostituta y se tira a sus pies. Pero es que hay algo maravilloso en la pregunta de Jesús. El fariseo y los otros invitados están viendo a una pecadora, pero Jesús está viendo a una mujer necesitada de perdón. ¿Verdaderamente vemos lo mismo que Jesús?
Los mejores líderes miran al interior de las personas. Hurgan a través de sus ojos e intentan explorar en el alma de las personas con las que trabajan y a las que sirven. Un líder como Jesús ama y no solamente sirve como acto mecánico de la voluntad.
Estrategia que redime
En todo ser humano hay un primer enemigo: el yo. Somos por naturaleza pecadores y Jesús está interesado en salvar a sus seguidores de ese escollo fundamental. Por eso es que Jesús no solo vino a servir. También vino a salvar. Y esa intención también se hizo activa en su estilo de liderazgo y su estrategia ministerial.
Hoy muchos, por ejemplo, se siguen sorprendiendo que Jesús haya huido de las multitudes en tantas ocasiones (Mateo 8:18 – Marcos 4:36 – Lucas 9:10 – Juan 6:1-3 – Juan 6:15). En contraste con muchos líderes que hoy están continuamente persiguiendo multitudes, Jesús fue un tanto indiferente con ellas. Sin dudas vino a salvar al mundo, pero su estrategia fue primero elegir doce para tener una relación profunda con ellos. Él que quería primero desatar el potencial de su equipo de trabajo. Quería ayudar a esos doce al máximo para que ellos fueran los pilares facilitadores del plan de redención mundial. Sin ellos, no hubieran estado los 70 que envió a las aldeas, ni sin los 70 los 500 que estaban presentes al momento de la ascensión y regaron la noticia de la resurrección por todo el Imperio.
Jesús fue meticuloso en la distribución de su tiempo. Es increíble todo lo que recorrió, logró y dijo en tan solo tres años, considerando el transporte que tenía disponible. Sin embargo, al notar cómo distribuía su tiempo nos damos cuenta que dedicó la mayor parte de su tiempo a formar nuevos líderes. La prioridad, entonces, no era predicar a multitudes sino ayudar a sus discípulos a vivir la vida abundante antes de enviarlos a hablar de la vida eterna y por eso en Hechos leemos cómo se esparció luego el evangelio.
Marcel Proust escribió que el verdadero viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos, y Jesús no fue un Robin Hood palestino ocupado solo en las necesidades o la justicia práctica del pueblo. Él ayudó a sus discípulos, sus compañeros de equipo, a verse a sí mismos y a Dios con nuevos ojos. Los enamoró de una visión más trascendente que ellos mismos. Les dio una causa y pagó el precio de su libertad.
Nos dio una causa y pagó el precio de nuestra libertad.
La escuela del discipulado
Hoy en la iglesia existe una tendencia pragmática hacia las actividades en desprecio de formar líderes con la requerida paciencia que eso demanda. Aunque no fue así en el caso de Jesús en su trato con Pedro, Juan y el resto de los discípulos.
Un discípulo, del latín discipulus que quiere decir aprendiz, es alguien que acepta la tutela de un maestro y todo buen líder lo es. El escritor de la carta a los Hebreos declara que no podemos conformarnos con la infancia espiritual. Todos debemos alcanzar la condición de maestros y mentores (Hebreos 5:12), y de eso se trata el proceso de redención. No es solamente salvar al aprendiz de una condenación eterna sino salvarlo de sus propias debilidades naturales y de la ignorancia.
Por eso, desde un punto de vista práctico, deben existir dos tipos genéricos de desarrollo cualitativo en la persona discipulada, a partir de la salvación del alma:
1. Recursos del carácter
2. Recursos de la habilidad
La persona mentoreada tiene que ir fortaleciendo su carácter y elongando sus habilidades, y eso es lo que le vemos a Jesús provocar como líder de los doce.
Jesús hablaba con ellos en forma directa, personal y práctica. Enseñarles fue una tarea que demandó mucho tiempo y esfuerzo. En algunas ocasiones, Jesús les enseñó de manera estructurada como en el sermón de la montaña o cuando los eligió y les dio instrucciones precisas para cuando salieran a evangelizar (Mateo 10: 5-42) pero, con mayor frecuencia, Jesús les enseña en medio de las situaciones y problemas de la vida cotidiana.
La mayor parte de las parábolas surgieron en medio de conversaciones informales, y por eso trataban de asuntos conocidos y terrenales. Las conversaciones eran profundas, pero sencillas. Mientras hablaba, les contagiaba alegría, fe, ánimo, asombro y una visión trascendental. Los salvaba para el cielo y los salvaba para la tierra.
El verdadero discipulado no es curso sino un proceso dinámico y activo que, a veces, da lecciones aceleradas y otras veces nos hace revisar escenarios comunes en busca de nuevas verdades antes pasadas por alto. Jesús lo dejó claro en su administración del tiempo. Para salvar a otros primero tenía que salvar a sus discípulos y prepararlos para cuando él no estuviera, algo que los mejores líderes también aprender a hacer.
Los líderes excepcionales provocan a sus colegas, equipo de trabajo y aprendices a que siempre continúen desarrollándose.
El resultado en Pedro
El apóstol Pedro es uno de los ejemplos más claros acerca del liderazgo de redención ejercitado por Jesús. Es muy evidente el proceso de maduración por el que pasa Pedro al lado de su mentor.
Mirando a Pedro, se hace incuestionable un gran contraste entre el Pedro temperamental y a la vez dubitativo de los evangelios, en comparación con el Pedro de dominio propio y seguro del libro de Los Hechos.
El Pedro de las negaciones se convierte en predicador de multitudes de la primera parte a la segunda parte del relato de Lucas. ¿Por qué?
En la iglesia del primado de Pedro, edificada en 1934, que pude visitar a orillas del Mar de Galilea, se recuerda la escena en la que Jesús le pregunta a Pedro si lo ama:
“Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro.
—Apacienta mis corderos —le dijo Jesús.
Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
—Cuida de mis ovejas.
Por tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?»
Así que le dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
—Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús—. De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos
y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir.
Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Después de eso añadió:
—¡Sígueme!” (Juan 21:15-19)
Esta escena ha sido llamada la restauración de Pedro por distintos autores, aunque eso no se refiere a la primera etapa de la redención que es el perdón, porque Pedro ya había sido perdonado (Lucas 24.34). Lo que está siendo redimido es el liderazgo de Pedro. Un discípulo que había fallado, como Pedro que había negado tres veces, difícilmente podía ser aceptado para el futuro ni por sus hermanos ni por sí mismo. Sin embargo, Pedro tiene un líder como Jesús. -¿Me amas?, le pregunta. A lo que Pedro responde que si, pero con una palabra diferente a la usada por Cristo. Pedro hace tiempo se había jactado de que mantendría su lealtad aunque no lo hicieran los otros (Marcos 14:29). -Apacienta mis corderos, dice Jesús, porque él está buscando a alguien que lo ame y esté dispuesto a también desarrollar un paciente liderazgo de redención.
La siguiente pregunta es igual, pero luego exhibe un encargo diferente: “pastorea mis ovejas”. Luego lo hace por tercera vez, pero ya no usa la palabra griega “agapao” sino “phileo”, que implica afecto ferviente. En la explicación que sigue, Jesús está dándole a entender que el liderazgo al que está llamado resultará costoso y tiene que estar seguro de tener la motivación correcta para soportarlo. Jesús anticipa que Pedro un día, ya anciano, se vería privado de su libertad y la referencia de extender las manos puede haber indicado una profecía de que Pedro iba a morir también crucificado como cuenta la tradición. El objetivo de las preguntas de Jesús era desafiarlo a recuperar su audacia pero ahora poniendo su confianza en el Señor y no en sus propias fuerzas.
Se cita a Napoleón diciendo: “Alejandro, Cesar, Carlomango y yo hemos fundado imperios, pero lo hemos hecho a través de la fuerza. Jesús, en cambio, lo ha hecho basado en el amor y hasta hoy muchas más personas morirían por él.”
El liderazgo de redención produce lo mejor en las personas, porque parte del amor incondicional y el libre albedrío. El líder que mira al interior de las personas para salvarlas de sí mismas y ayudarlas a desatar su potencial es un líder que produce confianza y lealtad.
Extraído del libro: “El Mejor Líder de la Historia” Por Lucas Leys – Editorial Vida.
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