Bajar la velocidad en nuestras iglesias
septiembre 12, 2024Gozo en medio del sufrimiento
septiembre 16, 2024–Puedes dejar el pago sobre la mesa –dijo ella mientras recogía su ropa y comenzaba a cubrir su torso desnudo.
–¿Puedo volver mañana a la misma hora?
–Prefiero que no.
–¿Pero acaso no es tu trabajo recibirme?
–Mi trabajo no es recibirte. Si vendo mi tiempo y mi cuerpo
es solo porque no encuentro otra manera de sobrevivir. Y yo no ando cuestionando a quienes venden su propia conciencia…
–¿No es lo suficientemente humillante el vender tu cuerpo, como para que oses darme lecciones de moral? –respondió con cierto disgusto el hombre.
–Yo no tengo nada que perder, ni orgullo que defender, pero sí tengo un tiempo que vale dinero, así que mejor lárgate –dijo ella, tajante, dando por finalizada la conversación.
Él terminó de vestirse, recogió sus sandalias y se apresuró a salir por la ventana, intentando que nadie lo viera. Ella entonces cerró la ventana, dejando por fuera un velo rojo que le indicaba a cualquier cliente que quisiera acercarse a su habitación, que en ese momento no estaba disponible. Aparentando estar ocupada, ella dejaría ese lienzo fino colgado de su ventana todo el día. Solo quería sentirse, al menos por veinticuatro horas, una mujer como cualquier otra, y no la prostituta más conocida del pueblo. Se recostó a descansar pensando en todo esto.
No habían transcurrido más de treinta minutos, cuando de repente dos muchachos abrieron la ventana por la fuerza, y dejaron caer sus cuerpos al piso con extremo cansancio. Estaban agitados y pálidos. Sus rostros eran el reflejo del desgaste por haber estado varias horas caminando. Las quemaduras en las mejillas y en el cuello eran testigos de un sol que no les había dado tregua. El impacto de sus cuerpos contra el suelo provocó un sonido seco que logró despertar a la prostituta, que se había quedado dormida, y que ahora, como si hubiera recibido un baldazo de agua helada por la espalda, de un salto se puso de pie.
–¿Cómo se atreven a interrumpir mi descanso de esta manera? ¡Estoy ocupada, salgan ya mismo!
–Disculpe, señora –respondió uno de ellos–. Necesitamos agua… Y también necesitamos que nadie sepa que estamos aquí.
“¿Señora?”, pensó… ¡Nunca se habían referido a ella de esa manera! Era la prostituta del pueblo. Nunca se había casado. Ni siquiera podría haber aspirado a tener una familia. Aunque detuvo su sonrisa interior antes de que se viera reflejada en su rostro, una leve sensación de esperanza recorrió sus pensamientos, solo con esa palabra, “señora”. De repente, interrumpió la escena que había empezado agestarse en su cabeza y volvió la vista a los muchachos.
–¿Acaso se están burlando de mí? Entran a mi habitación sin permiso en busca de quién sabe qué cosa, me piden que calme su sed, y como si todo fuera poco, no quieren que nadie se entere porque se avergüenzan de estar aquí. Probablemente son solo son dos jóvenes en busca de una nueva aventura para contarles a sus amigos.
–¡No, no! ¡Nos ha malinterpretado, señora! –dijo el otro, tratando de calmarla–. Nosotros no somos de este pueblo. De hecho, hemos recorrido varios kilómetros para llegar hasta aquí. Somos espías de un pueblo guiado por Dios, y en pocos días esta ciudad será invadida por nuestro ejército. Pero si en este momento lograran reconocernos, nos matarían.
Asombrada, cayó de su cama y empezó a temblar. Temía por su vida, y rogó a sus visitantes que no la mataran.
–¡Conozco a ese pueblo del que me hablan! ¡Si hubiera tenido la posibilidad de elegir dónde nacer, desearía con todo lo que soy pertenecer a su pueblo! Aquí solo sirvo para calmar placeres ajenos, y para secar sudores de hombres infieles. Prometo cubrir sus espaldas y no revelar que estuvieron aquí. Y sé de un lugar al que pueden ir, cerca del monte. Allí deberán permanecer tres días para que no los encuentren, antes de volver junto a los suyos. Pero antes de partir, aunque no tengo mucho para ofrecerles, si es que sienten ustedes piedad de mi alma, me tomo el atrevimiento de pedirles algo, de proponerles un trato.
–Dinos, mujer, ¿qué podemos hacer por ti?
“¿Mujer?”, volvió a pensar dentro de sí. “¿Primero ‘señora’, y ahora ‘mujer’?”. Era como si estos muchachos estuvieran jugando con sus emociones. O quizás solo veían su verdadera identidad, esa que hacía tiempo había perdido.
– El trato es el siguiente –dijo ella con cierto nerviosismo, y casi titubeando–: les ofrezco mi casa, mis bienes e incluso hasta mi cuerpo si lo desean, pero cuando su pueblo invada el mío y destruya todo cuanto encuentre a su paso, les ruego que protejan mi vida y la de mi familia. ¡Y que el Dios al que sirven sea mi Dios, si es que todavía soy digna de Él!
–¡Así será! –afirmaron ambos–. Ahora solo necesitamos agua y que nos ayudes a salir de aquí sin que nos vean. Tu cuerpo es tuyo, guárdalo contigo. No es de hombres honrados deshonrar el cuerpo de una mujer.“
¿Podré acaso algún día recompensarlos por este aire de esperanza que me han dado con sus palabras?”, pensó emocionada la mujer.
–Y no te preocupes por el futuro –continuaron diciendo los muchachos–. Cuando llegue el día de la invasión, tú y tu familia estarán a salvo tal como has pedido.
–Pero, ¿cómo sabrán los hombres de tu pueblo que no deben quitarnos la vida?
–Usaremos aquel velo que tienes en la ventana. Ese lienzo escarlata nos servirá de señal. Asegúrate de dejarlo colgado allí para que podamos verlo. Entraremos a tu rescate antes de iniciar la destrucción de la ciudad, y te mantendremos a salvo a ti y a todos los que estén aquí contigo. Y si alguien, por ignorancia o por desobediencia, no acatara nuestra orden, entonces será nuestra sangre la que correrá por la tuya y la de tu familia, si así fuere necesario.
Esto escapaba los límites de la lógica. Sin embargo, la mujer creyó e hizo todo lo que los muchachos le indicaron. Con una cuerda los ayudó para que pudieran salir de su casa y descender por el muro con sigilo, y así lograron escapar de la ciudad y dirigirse hasta el monte que ella les había mencionado. Luego de unos minutos, ella volvió a recostarse, sin poder creer todavía lo que acababa de suceder. Cerró sus ojos nuevamente, imaginándose esta vez una escena totalmente distinta a la vez anterior…
No sabía si había estado soñando o si se trataba de una emboscada inteligente por parte de espías desconocidos. Pero ella sentía que lo que había sucedido era algo real. ¡No solo le habían confirmado su identidad de mujer y le habían afirmado su futuro como señora, sino que estos jóvenes le habían pro-metido, poniendo como garantía su propia sangre, que ella y su familia serían intocables en el día de la invasión por parte del ejército enemigo! Como hacía mucho tiempo no lograba, ese día pudo dormirse tranquila y feliz.
Días más tarde, el lienzo rojo bailaba en la ventana siguiendo el ritmo del viento. Ella presentía que el momento se acercaba. El ejército israelita venía marchando alrededor de la ciudad, una vez por día, desde hacía seis días. Seguramente pronto algo sucedería. Hoy estaban marchando nuevamente, pero más veces que los días anteriores. De repente, se oyó un fuerte ruido de trompetas y de gritos de guerra, ¡y las murallas de la ciudad comenzaron a derrumbarse!
Se apresuró a reunir a toda su familia. Solo había un sitio seguro en ese momento, y era su habitación. Por primera vez, no existía ni vergüenza ni humillación por meter a sus padres y hermanos en el mismo espacio físico en el que tan solo unos pocos días atrás se habían tendido cuerpos de hombres desconocidos y llenos de vanagloria. Aquel velo, que normalmente indicaba que estaba “ocupada trabajando”, vendiendo su cuerpo por dinero, hoy se convertía en el lienzo de la promesa que salvaría su vida y la de su familia.
Antes era la mancha que la tildaba de prostituta; el día de la invasión fue la señal de que ella era la mujer que no podían tocar. Intocable, no solo por los hombres de su ciudad, sino por todo un pueblo desconocido. Eso que solía ser la marca de la indignación, hoy se convertía en la marca de la redención. El ejército enemigo entró a la ciudad tal como estaba planeado, y comenzó con la sangrienta tarea de conquista. Los gritos de mujeres y niños se fundieron en una melodía del terror. Pero antes de destruir la ciudad, los jóvenes espías regresaron a la casa de quien los había ayudado:
–Paz a tu casa, le dijeron cuando golpearon a su puerta. –Vemos que el velo en tu ventana sigue intacto, al igual que nuestra promesa. Tú y tu familia pueden salir con tranquilidad y sumarse a nosotros. La mujer suspiró y volvió a entrar con lágrimas en los ojos. Miró a sus padres y hermanos y exclamó:
–¡Estamos a salvo! Entre llantos y abrazos como nunca había habido entre ellos, las lágrimas mezcladas con sonrisas expresaban un gozo y una tranquilidad que hacía tiempo no experimentaban. Ella salió apresurada de su habitación buscando a los espías que se habían adelantado en el camino. Incluso con los pies descalzos, las piedritas molestas no eran más que simples cosquilleos en las plantas de sus pies. No sabía siquiera sus nombres, por lo que no se animaba a gritarles a la distancia. Aceleró el paso, y cuando estuvo cerca, ellos la oyeron y se voltearon para ver quién era. Entonces ella se lanzó a sus pies en señal de agradecimiento.
–¿Cómo es posible que la Gracia haya llegado a la casa de una prostituta? ¿Por qué eligieron mi casa entre tantas otras, y por qué regresaron a salvarme? ¿Cómo puedo ser digna de semejante privilegio cuando toda mi ciudad ha sido juzgada y exterminada? ¿Es acaso el Dios de ustedes tan bueno?
–Son muchas preguntas para dos muchachos que acaban de perder casi todas sus fuerzas conquistando una ciudad–respondió uno de ellos–, y los tres sonrieron.
–¿Podrían responderme al menos una?, suplicó ella.
–Tú, mujer, has creído sin haber visto. Has confiado sin haber conocido, y has salvado a tus propios enemigos. Nosotros hemos recibido de ti la misma Gracia que tú estás recibiendo ahora.
– Ven y súmate a nosotros –agregó el otro muchacho–. Este pueblo será el tuyo, y nuestro Dios será tu Dios.
Fue así como los espías sacaron a la mujer y a su familia con todas sus pertenencias, y los llevaron a un lugar seguro. Luego se incorporaron al pueblo de Israel. Fueron los únicos que se salvaron de toda una ciudad que quedó devastada. Y así, una simple tela roja marcó la historia de una vida que cambió para siempre. Lo que alguna vez había sido símbolo de vergüenza, una etiqueta de la indignidad y un susurro que decía: “Tu cuerpo es de todos”, ahora se había convertido en la señal de la redención; era un símbolo de esperanza. Una etiqueta en blanco que indicaba que ya no era esclava de su pasado sino libre. Un susurro que le decía: “Tu historia empieza de nuevo hoy…”.
Ellos, parte del pueblo de Dios liberado de Egipto. Ella, una prostituta. Ellos, hijos de la promesa. Ella, hija del juicio. Ellos, dos espías israelitas. Ella, Rajab, quien llegaría a ser tatarabuela del Rey David, padre del Rey más sabio de todos los tiempos: Salomón. Y no solo eso. Ella aparecería más tarde en la genealogía del Rey de reyes y Señor de señores, cuyo reino no tiene fin. Del Salvador y redentor del mundo: Jesús.
El relato de esta historia que encontramos en la Biblia a partir del capítulo 2 de Josué es la radiografía perfecta de la Gracia. Su alcance se confirma en Hebreos 11:31, donde leemos: “Por la fe, la prostituta Rajab no murió junto con los desobedientes, porque había recibido bien a los espías”. Se trata de una Gracia que no obtenemos mediante lo que hacemos. Mucho menos podemos llegar a merecerla. De nada nos sirve presumir de nuestro historial académico o profesional. Solo nuestra fe puede seguirle el ritmo a la Gracia de Dios, de otra forma es inalcanzable.
No intentes hacer nada más por conseguir “ser digno” del sacrificio que Jesús ya hizo por ti. Solamente lo arruinarías en el intento.
Gracia: Sin costo para nadie y al alcance de todos. Gracia que no hace distinciones. Gracia que llega a reyes y a prostitutas por igual.
Este artículo fue extraído del libro “Gracia de reyes, prostitutas y otras historias…” de Ricardo Alderete. Adquiere el libro completo aquí
Ricardo Alderete
Periodista y escritor. Master en asuntos públicos y gobernabilidad. Trabaja en medios de comunicación desde hace muchos años y es miembro de la iglesia Más que vencedores en Asunción, Paraguay.