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febrero 14, 2023Me alcanzó. Estuve huyendo de la apatía por años, pero al fin me alcanzó. Venía luchando con la desidia hacia el ministerio desde hace tiempo, no por darle la espalda a Jesús, ni por rebeldía, ni por pecado como muchos podrán pensar. Solo estoy agotado.
Me cansé de las personas, de lidiar con los mismos problemas cada vez, del poco avance, de la falta de iniciativa, de la ingratitud de muchos que me dieron la espalda y de los ciclos interminables de domingo a domingo que parecen no haber logrado el objetivo de discipular a la gente. Me cansé de las frases fabricadas que no salen del corazón, de las malas actitudes, de las murmuraciones respecto de mi carácter o de mi familia. Me cansé.
¡Fuertes declaraciones!
Estoy seguro que este sentir se ha repetido en la mente de muchos consiervos. He tenido conversaciones con varios amigos de ministerio y parece ser un peso general, como una secuela post pandemia, como un mensajero de muerte, un funesto pepe grillo que se monta sobre el hombro para convencerte de bajar los brazos y rendirte.
Personalmente he tenido que lidiar con la ansiedad desde que era niño. Nunca supe bien cómo sobrellevarlo ni encontré un espacio donde pueda desahogarme. Aprendí a ocultarlo, callarlo, reprimirlo hasta explotar. En mi adolescencia fue con ira, luego se convirtió en una serie de adicciones de las que el Padre tuvo que liberarme poco a poco. Pero claro, nunca conseguí aprender mejores métodos para lidiar con la ansiedad. Y esto es solo un ejemplo.
Los pastores y líderes de las iglesias no hemos sido muy hábiles para lidiar con la ansiedad, la frustración, la poca colaboración de la gente, los “bajos resultados”, entre otros tantos desórdenes mentales y emocionales que nos llevan a la depresión, adicciones de diferente índole, a veces a vivir una doble vida, incluso hasta el punto de querer quitarse la vida. La mayoría no lo ha intentado siquiera, pero algunos lo han conseguido. Es parte de una triste realidad que debemos navegar en este tiempo.
Algunas frases que he escuchado:
Ya no quiero ser pastor.
Si tan solo tuviera alguien que me reemplace.
Conmigo lo que sea, pero odio que se metan con mi familia.
Estoy cansado y no veo el día en que pueda descansar.
Ya no hago las cosas con gusto sino por obligación.
Amo al Señor, pero el ministerio demanda demasiado de mí.
Frases como estas se repiten en diversos contextos. Algunas veces los ministros intentamos ocultar cómo nos sentimos por temor al qué dirán, por prudencia o con la intención de no ser una piedra de tropiezo para la gente que le sigue.
Lecciones de vida que me han ayudado a sobrellevar este sentimiento:
- La iglesia es SU ESPOSA y no la mía. Lo aprendí de mi mentor en un momento de agotamiento y frustración del ministerio. Entregar las cargas a Jesús no es una cita romántica para dar esperanza, es una realidad. La carga del Señor es de Él, aunque nosotros somos expertos en quitársela para llevarla nosotros. Por eso, cuando llegan momentos en que el ministerio me resulta particularmente agobiante, recuerdo esta frase y oro al Señor con toda sinceridad diciendo: Allí está tu iglesia, al fin y al cabo, es tu esposa y no la mía.
- El indispensable CÍRCULO ÍNTIMO. Nunca fui bueno para compartir mis cargas con otros. He sido muy escogedor de mis amistades, y de todas maneras no he llegado a tener la confianza de abrirme por completo. Pero al ver a Jesús mostrándose vulnerable con aquellos que tenía más cerca, entendí que había algo allí que debía aprender de Él. Siendo el Emanuel, Dios hecho hombre, estuvo triste y ansioso, preocupado por lo que sucedería dentro de poco. Sus más cercanos lo supieron y lo acompañaron. Su sola presencia era importante, aunque no dijeran ni hicieran nada. Tengo el privilegio de tener a mi esposa como parte de mi círculo íntimo e intento decirle todo lo que me sucede, pero intento buscar también a otros amigos cercanos para hacerlo. Funciona.
- Una estrategia de DESAHOGO. Hace algunos años encontré una pasión que había descuidado desde la adolescencia. Escribir. De alguna manera, echar letras al papel ha resultado una experiencia liberadora y esperanzadora para soltar algunas cargas. Al principio se me metía en la cabeza la idea de que era una pérdida de tiempo, pero al ver los resultados en el estado de mi alma, decidí hacerlo más seguido. Leer, escribir, pintar, todas las artes, los deportes, viajes, salidas inesperadas, visitar lugares inhóspitos, cualquier cosa puede servir de desahogo y hasta puede convertirse en un catalizador para escuchar la voz del Eterno en medio de la frustración y la ansiedad.
- Ir más LENTO. Cuando veo que mi calendario se ha llenado y sé que me mantendré muy ocupado por un buen tiempo, pongo cuidado de ponerle unos días de descanso en el medio o al final de una gran jornada para poder compartir con mi familia o hacer algo diferente. A veces el ritmo acelerado del ministerio puede ocultar el vacío e insatisfacción interior y con el pasar del tiempo, ese vacío no se llena y la insatisfacción nos carcome por dentro. Por eso aprendí a ir más lento. Escuché alguna vez que la carrera del evangelio es de resistencia y no de velocidad. Sabias palabras que los ministros debemos aprender.
- Ponerme una META PERSONAL. Colocar en la mente algo que puedo perseguir puede proveer una dosis de aliento para despertar cada mañana. Leer un libro por semana, desayunar con un amigo o mentor cada quincena, bajar de peso (esa me hace falta), hacer ejercicio periódicamente (esa también la necesito), cocinar un día a la semana (algunos ya lo hacen siempre), juegos y redes sociales por máximo dos horas al día (para algunos eso será un reto). Tú sabes lo que necesitas, lo que te activa, lo que te da energía, lo que te provee ese aliento del Espíritu para poder seguir adelante.
Sé que el Padre me ha llamado a servirle. Desde que asumí esto puse mi mano en el arado, sin embargo, más de una vez se me ha cruzado por la cabeza la idea de renunciar. “Ya no quiero ser pastor”, y otras frases más han rondado mi mente en repetidas ocasiones. Pero, dentro de ese plan de las tinieblas para acabar con la vida de los ministros o para estancarlos y detener su avance en el reino, aprendí a escuchar la voz del Eterno, a explorar los recovecos de mi alma, a sacar la luz las frustraciones, a reconocer mi necesidad de Él, a encontrar un nuevo comienzo, a levantarme, aunque no tenga ganas.
Si eres alguien que está viviendo algo similar, te quiero animar, no eres el único, no te sientas culpable. El motivo por el que estamos en el ministerio es más grande que nosotros y el Dios a quien servimos no tiene deudas con nadie.
Si conoces alguien que podría estar viviendo algo similar, pásale esta información. Quizás sin saberlo, termines salvando una vida.
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