Me alcanzó. Estuve huyendo de la apatía por años, pero al fin me alcanzó. Venía luchando con la desidia hacia el ministerio desde hace tiempo, no por darle la espalda a Jesús, ni por rebeldía, ni por pecado como muchos podrán pensar. Solo estoy agotado.
Me cansé de las personas, de lidiar con los mismos problemas cada vez, del poco avance, de la falta de iniciativa, de la ingratitud de muchos que me dieron la espalda y de los ciclos interminables de domingo a domingo que parecen no haber logrado el objetivo de discipular a la gente. Me cansé de las frases fabricadas que no salen del corazón, de las malas actitudes, de las murmuraciones respecto de mi carácter o de mi familia. Me cansé.
¡Fuertes declaraciones!
Estoy seguro que este sentir se ha repetido en la mente de muchos consiervos. He tenido conversaciones con varios amigos de ministerio y parece ser un peso general, como una secuela post pandemia, como un mensajero de muerte, un funesto pepe grillo que se monta sobre el hombro para convencerte de bajar los brazos y rendirte.
Personalmente he tenido que lidiar con la ansiedad desde que era niño. Nunca supe bien cómo sobrellevarlo ni encontré un espacio donde pueda desahogarme. Aprendí a ocultarlo, callarlo, reprimirlo hasta explotar. En mi adolescencia fue con ira, luego se convirtió en una serie de adicciones de las que el Padre tuvo que liberarme poco a poco. Pero claro, nunca conseguí aprender mejores métodos para lidiar con la ansiedad. Y esto es solo un ejemplo.
Los pastores y líderes de las iglesias no hemos sido muy hábiles para lidiar con la ansiedad, la frustración, la poca colaboración de la gente, los “bajos resultados”, entre otros tantos desórdenes mentales y emocionales que nos llevan a la depresión, adicciones de diferente índole, a veces a vivir una doble vida, incluso hasta el punto de querer quitarse la vida. La mayoría no lo ha intentado siquiera, pero algunos lo han conseguido. Es parte de una triste realidad que debemos navegar en este tiempo.
Algunas frases que he escuchado:
Ya no quiero ser pastor.
Si tan solo tuviera alguien que me reemplace.
Conmigo lo que sea, pero odio que se metan con mi familia.
Estoy cansado y no veo el día en que pueda descansar.
Ya no hago las cosas con gusto sino por obligación.
Amo al Señor, pero el ministerio demanda demasiado de mí.
Frases como estas se repiten en diversos contextos. Algunas veces los ministros intentamos ocultar cómo nos sentimos por temor al qué dirán, por prudencia o con la intención de no ser una piedra de tropiezo para la gente que le sigue.
Lecciones de vida que me han ayudado a sobrellevar este sentimiento:
Sé que el Padre me ha llamado a servirle. Desde que asumí esto puse mi mano en el arado, sin embargo, más de una vez se me ha cruzado por la cabeza la idea de renunciar. “Ya no quiero ser pastor”, y otras frases más han rondado mi mente en repetidas ocasiones. Pero, dentro de ese plan de las tinieblas para acabar con la vida de los ministros o para estancarlos y detener su avance en el reino, aprendí a escuchar la voz del Eterno, a explorar los recovecos de mi alma, a sacar la luz las frustraciones, a reconocer mi necesidad de Él, a encontrar un nuevo comienzo, a levantarme, aunque no tenga ganas.
Si eres alguien que está viviendo algo similar, te quiero animar, no eres el único, no te sientas culpable. El motivo por el que estamos en el ministerio es más grande que nosotros y el Dios a quien servimos no tiene deudas con nadie.
Si conoces alguien que podría estar viviendo algo similar, pásale esta información. Quizás sin saberlo, termines salvando una vida.
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