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febrero 25, 2019La pregunta que todo líder debe hacerse
abril 3, 2019Hay ocasiones en que el potencial y los dones de alguno de los muchachos y muchachas que están trabajando conmigo es claramente evidente, no sólo para mí, sino también para el resto de la comunidad. Otras veces, sin embargo, me maravillo de comprobar una y otra vez que el Señor me da la capacidad y el discernimiento de poder ver esos dones y ese potencial mucho antes que ambos sean evidentes, no sólo para el resto de la comunidad, sino incluso para los mismos interesados.
Creo que forma parte de los dones que el Señor me ha dado a mí mismo, la capacidad de ver en las personas lo que no es evidente, la clarividencia de discernir el potencial que el Señor ha derramado sobre ellos y que puede ser invertido para el crecimiento de la persona y la construcción del Reino de Dios. Ese don –discernir, ver, identificar los dones y potencial de otros- lleva consigo un gran reto, una gran responsabilidad y, a la vez, una gran tentación o peligro.
El reto y la responsabilidad es ayudar a las personas para que puedan desarrollar todos sus dones, todo el potencial que el Señor les ha otorgado. Eso implica creer en ellos, transmitirles el sentimiento y la convicción de que pueden hacer una gran contribución para el cumplimiento de la Gran Comisión y la edificación del Reino. Es comunicarles que Dios cree en ellos y, por tanto, yo también lo hago.
Me doy cuenta de cuán importante es esto, ya que a menudo, ni otras personas, ni los propios interesados en cuestión creen en ellos mismos. He visto muchas caras de duda y escepticismo en líderes de la iglesia cuando he compartido con ellos acerca de las posibilidades, el potencial y los dones que fulanito o menganito tienen. Pero también he visto esa misma cara de duda o incredulidad en la vida de fulanito y menganito cuando he hablado con ellos acerca de sus propios dones y potencial.
El gran reto, la gran responsabilidad es ayudarles a ser todo lo que ellos pueden ser, todo lo que el Señor cree que pueden ser y espera que lleguen a ser. Se me presenta como un reto y una responsabilidad apasionante. Es como el escultor que de un bloque de mármol cuadrado y sin forma es capaz de visualizar una obra de arte como «La piedad» de Miguel Ángel, «El pensador» de Rodín o «El discóbolo» de Mirón. Ve, tiene visión para una obra maestra donde otros son incapaces de ver algo más que una simple piedra.
Es un reto verdaderamente apasionante poder ser un instrumento en las manos de Dios para ayudar a que el Señor cumpla su propósito y sus planes en la vida de los jóvenes con los que estamos trabajando.
Pero seamos sinceros, también hay temor, miedo y una gran tentación y peligro en el potencial y los dones de nuestros jóvenes. ¿Qué sucederá si este joven crece y desarrolla todos sus dones y todo su potencial? ¿Puede llegar a hacer sombra a mi propio ministerio? ¿Puede ser que crezca y se desarrolle hasta el punto de que yo llegue a perder mi propia posición de liderazgo e influencia sobre los jóvenes? ¿Puede darse el caso de que los muchachos y las muchachas vayan tras él y yo pierda mi lugar preeminente en el trabajo juvenil?
Esas alarmas se disparan en mi mente. Del mismo modo que puedo ver el potencial puedo imaginar los peligros y las consecuencias que el crecimiento de estos jóvenes puede comportar a mi propio ministerio. El miedo y la angustia son mayores cuanto más grandes son los dones y el potencial del joven, especialmente si ambas cosas son, o pueden llegar a ser mayores y mejores que los míos. Es humano pensar en estos términos y desgraciada o afortunadamente todavía somos humanos a pesar de haber conocido a Cristo como Señor y Salvador personal y a pesar de estar a su servicio.
Pensar en perder nuestro lugar ante un líder que emerge es natural. Se puede producir una respuesta de miedo y de inseguridad ante el potencial del otro. El problema no es tener este tipo de pensamientos y sentimientos, el peligro es responder de forma equivocada y errónea a los mismos.
Una tentación puede ser cortar el crecimiento del líder emergente. Hay muchas maneras de hacerlo. Es posible llevarlo a cabo de formas muy sofisticadas y muy sibilinas. Incluso, no es demasiado difícil encontrar argumentos bíblicos o teológicos para encubrir la carnalidad implícita en todo ello.
Podemos aplicar un sutil boicot. No darle oportunidades para que desarrolle sus dones y su potencial. Mantenerlo siempre con responsabilidades secundarias y de poca proyección pública, cuestionar sus opiniones, destruir su reputación, dejar ir comentarios, aparentemente inocuos y carentes de importancia, acerca de su validez para el ministerio o la honestidad de sus motivaciones. Lo que funciona muy bien es privarle de responsabilidades aduciendo una falta de madurez, la cual, por otra parte es real, pero que es imposible de desarrollar sin recibir oportunidades para crecer.
También puedo tener, y debo esforzarme en ello, la reacción correcta. Esta consistiría en gozarme en todo lo que Dios puede llegar a hacer por medio de esta persona. Dar gracias al Señor por dotar a otros con mayores dones y posibilidades de las que me ha dado a mí. Es duro, sin embargo, creo que la madurez consiste en alegrarse en que haya gente mejor que nosotros, con más capacidades, dones, recursos y posibilidades que las que Dios nos ha dado a nosotros mismos.
Claro, para ello hay que volver a recobrar la perspectiva bíblica nuevamente. Reconocer que somos constructores, no de nuestro propio reino, sino del Reino de Dios. Por tanto, los líderes emergentes, especialmente si pueden llegar a ser más de lo que somos nosotros, no son competidores, antes bien colaboradores, nuevos recursos para el cumplimiento de la Gran Comisión.
No hay mayor gloria para un líder, no existe gozo mayor que el hecho de que sus propios discípulos lo superen, vayan más allá de donde él fue, desarrollen más potencial y capacidad que la que él tuvo. Otra cosa es que nuestros discípulos aprendan a honrar y valorar nuestra contribución en sus vidas. Pero nadie nos podrá privar de la gloria que significa el haber contribuido a que nuestros discípulos hayan desarrollado tanto su potencial y capacidades que nos hayan superado.
Miro a mi alrededor y veo líderes por doquier. ¿Será el discernimiento que el Señor me ha dado? Por eso, me sorprenden aquellos líderes que no ven potenciales líderes a su alrededor, que siempre se están quejando de soledad y de poca ayuda. Me producen tristeza aquellos líderes que únicamente pueden ver los defectos, los fallos y las inconsistencias de sus seguidores y son incapaces de valorar y visualizar ni el más mínimo potencial.
A menudo, el problema son ellos mismos, su falta de fe y confianza en otros. En otras ocasiones es su propio miedo e inseguridad la que les lleva a no querer ver lo evidente o a impedir que crezca el potencial existente. Hay gente que no ve, otros no quieren ver.
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