En nuestro rol de pastores y líderes nos encontramos muy a menudo escuchando y aconsejando acerca de la decisión de formar una pareja para toda la vida. Lamentablemente muchos jóvenes dejan de lado su cerebro a la hora de enamorarse. Se enamoran solo con sus vísceras, instintivamente, movidos por sus hormonas. Un viejo chiste sostiene que la palabra “novio”, significa “no vio” (no advirtió, no se dio cuenta con quién se estaba metiendo). ¿Es verdad que el amor es ciego? Consideremos tres verdades en torno a este tema:
1) Enamorarse no es lo mismo que Amar
El enamoramiento se caracteriza por la admiración hacia la otra persona y por no poder dejar de pensar en ella. La admiración es la condición necesaria para que se produzca un verdadero enamoramiento. El enamorado debe estar positivamente sorprendido ante alguien que va conociendo. No puede dejar de pensar en esa otra persona que lo ha “flechado”. Está embargado por algo así como una hipoteca de la razón. Es decir, la capacidad reflexiva del enamorado queda cautiva por la intensidad de sus sentimientos.
Pero la experiencia de enamorarse no es el verdadero amor, al menos por las siguientes razones:
2) El noviazgo sirve para pasar del enamoramiento al amor verdadero
Sergio Sinay sostiene que “nos enamoramos de desconocidos y amamos a quienes hemos llegado a conocer”. Partiendo de esta afirmación, se podría decir que el noviazgo sirve para conocer al desconocido de quien nos hemos enamorado y para aprender a amarlo de verdad (con sus defectos, más allá de un mero sentimiento romántico). Lo ideal es primero conocer a la persona en el nivel de la amistad, y despejar allí muchas de las dudas respecto a quién y cómo es. ¡Jamás se debe saltar de desconocid@ a novi@! Hay que detenerse primero en la escala de la amistad. El poeta árabe Ibn Hazm afirma que “en el enamoramiento se produce el secreto de la atracción, que está en la afinidad que hay entre ellas, la mutua simpatía. El verdadero amor consiste en una elección espiritual y una fusión de almas”. A menos que el enamoramiento eche raíces en este calibre de amor, nacido de una elección, el noviazgo está condenado a agotarse. La pareja necesita aprender a amarse a pesar de, o con todo aquello que mutuamente rechazan, eso que ahora descubrieron en el otro y que no les gusta.
3) El mayor arte de un matrimonio es saber renovar su enamoramiento
Pasar del enamoramiento al amor verdadero no significa resignarse a vivir sin “mariposas en el estómago”. El enamoramiento es como un fuego, que se extingue o se aviva conforme los cónyuges le echen o no combustible. Los matrimonios se rompen (o se conforman solo con subsistir) no por incompatibilidad, sino porque los esposos nunca supieron lo que se necesitaba para mantener viva una relación. En nuestra sociedad muchas personas crecen viendo cada vez menos el ejemplo de una fuerte relación entre sus padres, lo que los convierte en analfabetos afectivos. Pero la buena noticia es que se puede aprender a amar. ¡Se puede cultivar el arte de renovar el enamoramiento! Y la época de San Valentín es una época más que propicia para hacerlo.
Es nuestro deseo que nuestra juventud se aferre a Jesús y se enamore perdidamente de Él. En Él tendrán la sabiduría para elegir bien, la plenitud que evitará que busquen en una relación humana lo que solo Él puede darles (alegría, paz y satisfacción completa) y una fuente inagotable de amor verdadero, para amar a sus parejas y permanecer enamorados no solo para una fecha particular sino para el resto de sus vidas.
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